12. Encuentros cercanos

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Historia publicada en papel por Penguin Random House. Puedes comprarla en las mejores librerías de Chile


Pagué las papas fritas (no sin sufrimiento), junto con mi parte de los demás comestibles que compramos y retomamos el camino a la casa de Solae, que era donde veríamos la serie. Mientras caminábamos le mandé un mensaje a Paula, avisándole a donde iría y que llegaría tarde a casa. En general, era a ella a quien le informaba sobre este tipo de cosas, ya que mi madre rara vez estaba en casa y probablemente ni notaría mi ausencia.

—"¿¡En serio vas a salir con la chica del otro día!?" —me escribió, acompañando su mensaje de una cara exageradamente sorprendida y un par de caras pervertidas. Había olvidado que mi hermana ya no recordaba mi amistad con Solae, ni lo normal que había sido siempre que me juntara con ella.

Para callarla, tuve que aclararle que también estaba Anton con nosotros, pero eso no impidió que siguiera burlándose de mí, ahora mencionando ideas sobre los tres, que prefería ni imaginar.

Cuando llegamos a casa de Solae, esperaba ver a su hermana Tamara para saludarla. Estuve a punto de preguntar por ella, cuando me acordé que no me reconocería y, dadas las nuevas circunstancias, yo debería estar fingiendo no conocerla, ni a ella ni a su hogar.

—Qué linda casa. —comenté, simulando estar asombrado lo mejor que pude. Tampoco era mentira. Solae vivía en una casa muy acogedora y grande.

—¡Gracias, Alex! Me gusta que te guste. —respondió. Todos reparamos en que sobre el comedor estaba la mochila de su hermana y había una taza servida con chocolate caliente a medio tomar.

—¡¡Taaam, llegamos!! —gritó Solae a viva voz, llamando a su hermana. Esta tardó un momento en responder.

—Yaaa. ¡Que bueeeno! —se escuchó su grito de vuelta desde el segundo piso, cargado de un tono irónico, sin aparecerse a saludar.

—Alex, tendrás que perdonar a mi hermanita. Quizás más tarde se digne a saludarnos y te la presento. —dijo guiándonos hacia la cocina.

Luego de organizar los snacks y juntar vasos para tomar las bebidas, subimos a la habitación de Solae que estaba ubicada en el segundo piso. La pieza de Tam, que estaba inmediatamente al lado, estaba cerrada, pero se escuchaba la televisión desde adentro. ¿Acaso estaba enojada? Cuando con Solae éramos mejores amigos, siempre se daba el tiempo de venir a saludar.

Al entrar a la pieza de Solae, se apoderó de mí un sentimiento de nostalgia. Aunque a lo sumo había pasado un poco más de una semana desde la última vez que había estado ahí, ahora me parecían años. Todo se veía igual, pero tan distinto a la vez.

—Es cierto, es primera vez que vienes acá. –dijo Anton al verme observar el cuarto tan atentamente. Su comentario no me causó ninguna gracia.

Sobre el respaldo de su cama seguía colgado el collage de fotos que había ido armando con los años, amarrado de hilos y decorado con autoadhesivos, pulpos, unicornios, pulpicornios, por supuesto, y otras chucherías, pero ahora, entre las múltiples fotos de amigos y amigas, donde antes prevalecían selfies de nosotros dos (la mayoría tomadas sin mi consentimiento), ahora aparecían otras, incluso mejor tomadas, con Anton en mi reemplazo. Nuestras fotos juntos se habían esfumado al igual que las fotos del anuario. Desvanecidas al igual que sus recuerdos.

—Mira, hoy nos tomé una foto juntos. ¿Quieres que la ponga en mi mural? —me preguntó, al ver mi interés en su collage, mostrándomela desde su celular. Volví a ver la imagen, en la que apenas se apreciaba que era yo quien estaba junto a ellos. Si se observaba el mural desde lejos, prevalecía un patrón con la cabeza rubia de Anton. Así que no veía cómo mi foto fuese a destacar en lo absoluto.

No me conoces, pero soy tu mejor amigo ¡En librerías!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora