30. Café con leche

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⚠ Nota de la autora: dejo la canción para quién quiera escucharla cuando se mencione más adelante, pero no es imprescindible para la lectura.


Terminaba el último módulo del día y aún miraba mi invitación sin convencerme de que la había conseguido. ¡Podría ir al Tri y además tenía un plan que podría llegar a funcionar! Ahora solo me restaba resolver un pequeñísimo detalle: lograr que Solae me escuchara, me perdonara, creyera en mí y además que accediera a llegar temprano al Tri, y sin Anton.

«Fuck!»

Guardé la invitación y comencé a recoger mis cosas. Joto y Ame me esperaban y hacían señas desde la puerta para que me fuera con ellos.

—¿A dónde vas tan apurado, Alex? —me preguntó Anton, aún sentado en su puesto, al ver que me dirigía hacia la puerta. —¿No estarás pensando en escaparte, cierto?

«Doble fuck.» ¡El castigo! Lo había olvidado por completo.

Me tuve que despedir de mis amigos y me arrastré de vuelta hacia mi asiento a esperar que todos los demás se fueran. No pasó mucho tiempo hasta que quedamos los dos solos en la sala.

Uno de los conserjes pasó a darnos instrucciones y a dejarnos los implementos necesarios para limpiar. Tuve que recibirlos yo, ya que el príncipe Anton estaba muy cómodo reclinado en su asiento, piernas sobre la mesa y sin intenciones de moverse.

—¿Por qué no sacas tu varita mágica para hacer que todo quede reluciente y así nos ahorramos esta estupidez? —le reproché lanzándole un trapo para que se pusiera a trabajar. Lo único que se dignó a mover después de mi ataque, fue su brazo para atajar el paño, diestramente, en el aire.

—¿Otra vez buscas pelea? Te advierto que esta vez no seré tan amable. —dijo tocándose el labio con el pulgar. Su herida ya no se percibía tan terrible.

—Claro, porque acá no hay nadie con quien puedas hacerte el inocente. —le dije apoyándome sobre su puesto para hablarle de frente, pero el imbécil ni me miraba. Sus ojos me atravesaban, como si el muro detrás mío fuera mucho más interesante que mi presencia.

—Por más que lo desees, Solae jamás se acostaría contigo. —soltó de pronto, a título de nada y sonriendo satisfecho.

—¿Que qué? ¿Cuándo dije qu-? —pregunté tardando demasiado en darme cuenta que Solae había entrado a la sala y se encontraba justo detrás mío. Caminaba hacia nosotros, cargando dos latas de refresco. Anton tenía su propia forma de atacar.

—¡Solae! ¡Yo nunca dije eso! Él empezó a...

—Da igual, Alex. —me dijo pasándole a él una de las bebidas—. Además Anton tiene razón. —añadió cortante. A continuación se sentó sobre su mesa, abrió la otra lata y le dio un sorbo largo. Su expresión traslucía cuán enojada seguía aún conmigo. Con eso también estaba claro que no habría un refresco para mí.

—Tampoco es como que me interesara. —alegué.

—Por supuesto que no, Alex. —replicó Anton, aventando contra mi estómago el trapo que le había lanzado—. Mejor terminemos rápido con esto. —añadió, por fin dignándose a levantarse, y se dirigió a buscar una escoba. Mientras iba hacia la entrada, aproveché de acercarme a Solae.

—¿Por qué te quedaste con nosotros si no estás castigada? —le pregunté mientras ella buscaba algo dentro de su mochila.

—Porque por tu culpa se arruinó el panorama que teníamos hoy con Anton. —reclamó, poniendo sobre la mesa una bola rosada con cara tierna y orejas sobresalientes. A continuación presionó la nariz del aparato dando lugar a un particular sonido de encendido. Era su parlante inalámbrico con forma de cerdito que solía usar para conectar la música de su móvil.

No me conoces, pero soy tu mejor amigo ¡En librerías!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora