50. Todo lo que siempre quise oír

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Solae



Alex insistía en hablarme pero yo me rehusaba a ponerle atención porque temía que todo lo que saldría de su boca sería aún más doloroso para mí. No quería oír más excusas, yo solo quería pasar página, olvidarlo y empezar de cero.

Pero lo que comenzó a decirme... eso no lo esperaba.

Alex Romandi estaba diciendo que me amaba.

El mismo Alex serio y asocial, cuyo orgullo y cobardía le habían impedido toda su vida expresar siquiera una disculpa, se encontraba ahora frente a una multitud de extraños reconociendo sus errores, pidiéndome perdón y confesando su amor por mí. Y a medida que lo hacía, sentía cómo pequeñas piezas de un enorme puzzle se arremolinaban para luego irse acoplando dentro de mi inconsciente.

Sus palabras eran tan potentes y sobrecogedoras que me hacían sentir paralizada de la impresión, sin convencerme de que lo que escuchaba era real.

—Alex...

Todas aquellas incertidumbres que me habían estado carcomiendo durante estas últimas semanas, de pronto iban encontrando sus respuestas y completándose dentro de mí.

A medida que seguía escuchando su confesión, recuerdos fugaces y luego montones de flashbacks se iban adueñando de los huecos que aún quedaban en mi memoria. Era una sensación muy similar a la que había experimentado hacía tan solo unos instantes, cuando Anton me había devuelto mis recuerdos. Pero a la vez se sentía como todo lo contrario.

Esta vez era un sentimiento cálido y esperanzador. Cada una de estas memorias me bañaban como un bálsamo reconfortante, que a la vez iban aplacando todo el sufrimiento que había sentido hacía tan solo unos instantes. Y todos estos recuerdos gratificantes superaban en número y calidad todos los que me hacían experimentar dolor.

«Alex me correspondía»

Esta sensación que se transmitía desde mis oídos hasta mi estómago y me recorría como electricidad por todo el cuerpo ¿Era acaso felicidad?

Cerré mis ojos, permitiendo que los recuerdos se apoderaran por completo de mí. Comencé a visualizar miles de situaciones en las que Alex, a pesar de haber parecido indiferente conmigo, realmente solo estaba disfrazando su cariño, como parte de su forma de ser...

Recordé las veces que llamaron su atención en clases por yo estar molestándolo, y que en vez de defenderse o echarme la culpa, asumía las reprimendas en silencio, a veces, devolviéndome un enojo fingido que se le olvidaba de inmediato al recreo siguiente.

Las veces que lo llamé a su móvil demasiado temprano o demasiado tarde, luego de terminar con algún novio o luego de discutir con mis padres y necesitar contención. Nunca me dijo que no, incluso pretendía acompañarme diciendo no tener nada mejor que a hacer, a pesar de que su hermana Paula luego me confirmara que había estado durmiendo, estudiando u ocupado en otras cosas.

Cómo en repetidas ocasiones y de maneras sospechosas se le quedaban sus libros en mi casa, libros que coincidentemente él ya había terminado de leer y en los que en alguna ocasión demostré interés. Y cómo él aparecía luego un fin de semana con la excusa de solicitarlos de vuelta y terminábamos saliendo juntos a la plaza, al centro comercial o a tomarnos un helado.

Los recuerdos eran cada vez más nítidos, cada vez más vívidos.

Las miles de veces que él se ofrecía a pagar los snacks, porque yo era pésima ahorrando y nunca tenía dinero; y cuando nos juntábamos a hacer maratones de series de televisión en mi casa y era él quien siempre preparaba las salsas, porque yo odiaba hasta prepararme un simple pan con mantequilla.

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