40. El Tri

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Alex



—¡Woooa! —exclamó Joto, pasmado y con la boca abierta frente al portal de Trinidad, sin animarse aún a llamar al timbre—. Había escuchado que esto sería enorme, pero esto es....

—...Impresionante. —completó Amelia y yo solo asentí, sintiéndome algo intimidado ante tan descomunal residencia. Quizás el hecho de que fuera de noche hacía aún más potente la sensación de que la propiedad parecía no tener fin.

Luego de identificarnos en la reja de ingreso con nuestra cédula de identidad, invitación y tarjeta ante un intimidante guardia de seguridad, —que estoy seguro que verificó hasta nuestro historial de navegación en internet— finalmente se nos permitió ingresar.

El antejardín rodeado de árboles y vegetación era asombroso. La casa mansión de Trinidad se divisaba a lo lejos, al final de un sendero de piedra que se abría ante nosotros y que estaba tenuemente iluminado a los costados por pequeñas lámparas de papel.

—¡Esto es demasiado romántico! —exclamó Amelia adelantándosenos, y se emocionó aún más al notar que a nuestra derecha aparecía una gran fuente de agua con cascadas multicolores que iban iluminando los setos vivos que la rodeaban.

Nos detuvimos un momento para contemplarla. El espectáculo era realmente sobrecogedor. Le di un codazo disimulado a Joto para que aprovechara la oportunidad de acercarse a Amelia, a lo que respondió con timidez, disminuyendo apenas un par de centímetros la distancia entre ellos.

Claro —pensé— Joto se las daba de playboy para dar consejos de conquista a los demás, pero cuando se trataba de él, se comportaba como un pobre cachorrito asustado.

Mientras retomábamos nuestra caminata, imaginé a Solae esperándome al final del camino, de brazos cruzados y reclamando por haber llegado más tarde que ella. Sonreí ante la imagen en mi mente, pero al llegar al final, la realidad me restregó de golpe que Solae no solo no estaba ahí, sino que además era muy probable que tampoco estuviera dentro. De solo pensar en que llegaría tarde como siempre o abrazada de Anton, sentí una fuerte sensación de angustia.

—Buenas noches. —nos saludó ya en la puerta, una mujer muy amable que más parecía ser contratada, que familiar de Trinidad—. Sus identificaciones por favor.

Mientras ella revisaba nuevamente nuestros documentos, otro guardia de aspecto también amenazante nos hizo pasar por un detector de metales, supongo que para asegurarse que no lleváramos algún revolver, machete, una motosierra... no sé, ese tipo de cosas que uno suele llevar a un cumpleaños escolar. Luego de convencerse que solo representábamos riesgo de ser demasiado aburridos, nos colocaron brazaletes según el color de nuestras invitaciones y —por fin— nos permitieron ingresar a la casa.

Cruzar el umbral de la puerta de entrada fue como ingresar a otra dimensión. Música a todo volumen y bajos vibrando por debajo de nuestros pies. Casi podía sentir a través de mi piel cómo atravesábamos el sonido, las risas y las luces parpadeantes de colores que iban alternadamente iluminando los rostros de la gente.

A pesar de nuestra puntualidad —debido a mi insistencia, ya que mi plan requería asegurarme de llegar antes que Solae, Natalia y Anton— era sorprendente la gran cantidad de gente que había llegado antes que nosotros, y lo ridículamente "bellos" que eran todos, como si hubiesen sido seleccionados mediante un casting. A pesar de ir más arreglado que nunca, no pude evitar sentirme algo fuera de lugar.

No fue necesario recorrer demasiado para darnos cuenta que no pasaríamos hambre ni sed durante nuestra estadía. Solo en los primeros escasos metros recorridos ya se apreciaban mesones ostentosamente abastecidos con todo tipo de licores y delicados bocadillos gourmet.

No me conoces, pero soy tu mejor amigo ¡En librerías!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora