Capítulo 1: Historias de la vida cotidiana

2K 88 30
                                    

Mi vida dio un vuelco una tarde de diciembre cualquiera. Había trabajado en la tienda de mis padres como todas las mañanas y regresado a mi casa para comer. Mi marido había preparado unas lentejas riquísimas y así se lo hice saber.

—Octavio, estas lentejas te han quedado estupendas.

—Gracias, mi conejita.

Convendría aclarar en este punto que el mote de «conejita» era completamente cariñoso y consensuado. Mi cuerpo menudo y mis maneras de comer zanahorias crudas me habían valido ese apodo.

Le hablé sobre mi día en la tienda y la locura pre-Navideña que estábamos viviendo. Todo el mundo quería adelantarse a las aglomeraciones y, paradójicamente, lo llenaban todo como en un día en hora punta. En el trabajo de Octavio no hubo ninguna novedad. Trabajaba desde casa para una empresa alemana como ingeniero informático y sus anécdotas eran escasas.

La televisión rellenó el resto de la conversación. A esas horas solíamos ver un programa un tanto sensacionalista presentado por Lucinda Bautista y Constantino Ferreira. En ese instante anunciaban la salida al mercado de los robots más sofisticados jamás realizados.

—Después de la fase de betatest, los robots están más que listos para ir a los hogares —dijo la presentadora encorsetada en un vestido azul marino.

—Como le aprieten más la ropa se le va a salir un pecho —comenté.

—Pero Lucinda, ¿no serán peligrosos? —preguntó el co-presentador con tono falsamente afectado.

—¡Claro que no! Han pasado dos años enteros de pruebas.

—¿Y no serán demasiado caros?

—En eso sí tengo que darte la razón. La exquisitez con la que están realizados estos robots es tal que el precio aún no está al alcance de todos.

Cuando dijeron el precio se me escapó un taco.

—Conejita —me reprendió Octavio con cariño.

—Ya lo sé, pero joder, es que son carísimos.

—¿Y nadie podrá distinguirlos de la realidad? —preguntó el presentador.

—No. De hecho, hoy en el público tenemos a uno de esos robots.

La presentadora subió las cejas con intriga y señaló hacia los espectadores. Las cámaras enfocaron hacia el público. Había tres gradas llenas de personas de distintas edades.

—¡¿Un robot?! —gritó de repente una señora del público con cara de espanto.

La mujer se levantó y miró al señor que había a su lado. Un hombre que parecía haberse puesto sus mejores galas para poder acudir al programa, un traje de chaqueta con un pañuelo granate asomando con elegancia.

—¡¿Es usted el robot?!

—Señora cálmese... —intentó un técnico de cámara.

—Por supuesto que no lo soy. Me ofende —se defendió él—. ¿Acaso me ha visto cables o similares?

La señora no quedó contenta y se lanzó a por su pelo. Tiró de él mientras gritaba:

—¡Muéstrese! ¡Muéstrese!

Esto hizo levantarse a la mujer sentada al lado del señor, también vestida como de gala, y tirar de la señora inicial.

—¡Deja a mi marido, loca!

—¡Por favor, paren! —se escuchó la voz de la presentadora.

—¡Que alguien los separe! —gritó Constantino con dramatismo.

Mi marido es un robot [COMPLETA] +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora