Capítulo 2

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—¿Azúcar? —preguntó Michelle

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—¿Azúcar? —preguntó Michelle.

—Bien dulce, como el amor, por favor —pedí.

Una ligera sonrisa se asomó en su boca. Sus problemas matrimoniales no eran un secreto, pero todo el mundo, inclusive su esposo y ella, actuaban como si no existieran. Bueno, en realidad, si el hombre nunca estaba en casa, difícilmente podían conversarlo.

—¿No es San Valentín hoy? ¿Qué haces tomando café en mi casa en lugar de andar repartiendo amor por el mundo? —inquirió.

Dejé escapar un leve suspiro. Ciertamente hoy sentía mucha más energía de lo habitual, como si los poderes divinos de Zeus me hubieran bendecido.

—El amor se celebra todos los días —contesté—. Mi trabajo no está en riesgo, te lo aseguro.

Me tendió el azúcar, y luego fue a buscar el agua recién hervida.

—Si quieres algo dulce, queda algo de tarta de frutas. —Su hospitalidad era bien conocida entre los dioses.

—Me encantaría —accedí.

Fue a la cocina y regresó con dos grandes trozos de tarta para compartir.

La madre de Adrian era una mujer de gran corazón, todavía no comprendía bien cómo había ido a caer en los brazos del apático de su esposo, y pese a que sabía que el matrimonio no era un asunto de mi incumbencia, mucho menos el suyo, no podía evitar desear en mi fuero interno verla felizmente enamorada de un hombre que sí la valorara.

—El trabajo de tu hijo es fabuloso —comenté.

—Estoy muy orgullosa, los dioses recurren cada vez más a él, dicen que pronto superará a su padre —dijo, con alegría.

Tomé una de las flechas que me había entregado esta mañana y examiné frente a sus ojos el exquisito detalle que había en ellas. Doradas y finas, un digno trabajo de alguien que llevaba la sangre del Olimpo en sus venas.

—¿Qué es "pronto" para dioses que han visto naciones enteras nacer y decaer? No son capaces de distinguir la diferencia entre un minuto y un siglo —señalé—. Yo creo que el aprendiz ya ha superado al maestro.

El orgullo de madre resplandecía en su mirada.

Me pregunté si usar una de las flechas talladas por su propio hijo en contra de ella sería demasiado infeliz de mi parte. La respuesta me pareció casi obvia.

—Agradezco tus palabras, eres uno de sus mejores clientes.

La flecha en mis manos fue reemplazada por un tenedor. En realidad, la tarta tenía muy buen aspecto.

Probé un bocado y mientras más pensaba, más sentía la malicia hacerse presente en mi rostro.

—¿Cuándo vas a divorciarte? —solté al fin, sin poder contenerme.

Cupido por siempre [#3]Where stories live. Discover now