Capítulo 7

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Pasaron un par de días antes de reunirme con Hedoné para ponerla al corriente de los últimos acontecimientos y compartir con ella mis inquietudes.

Hedoné jugó con la pajilla que sobresalía de la crema sobre helado lentamente, sin intenciones de beber un sorbo, era un gesto que a cualquier mortal le parecería tremendamente coqueto, pero a mí nada más me daba la sensación de que estaba aburrida, una niña cansada.

—Yo creo que tienes que, ahora que mi tío ha hecho un trato con el chiquillo, tú deberías quitarte del camino —dijo—. Es como un juguetito, debes aceptar que te lo quitó.

Me detuve a contemplar sus ojos, tan grandes y luminosos como los de su madre, enmarcados por una línea de gruesas pestañas. Aun cuando la mirada de Psique reflejaba un espíritu tranquilo y humilde, por debajo de sombras rosas y maquillaje suave, Hedoné, en la profundidad de sus ojos, siempre parecía estar tramando algo, alguna maldad. Eso último, de seguro lo había sacado de mí.

—Quizás debería abandonar mi búsqueda.

Ella levantó las cejas, exaltando su expresión de sorpresa. Tomó la cuchara y con la misma calma recogió la guinda que reposaba en la cima de su postre.

—Te diría que estoy de acuerdo, pero en realidad tu locura y obsesión me han llevado a ser de las pocas afortunadas hijas únicas del panteón. Lo siento, no me interesa compartir.

—Pero si ya estas grande...

—Igual que tú e Himeros.

Excelente observación.

Crucé mis brazos sobre la mesa, y me pregunté si Persefone se estaba divirtiendo más que yo en este round.

—¡Hey! —Hedoné reclamó mi atención—. Te aferras a lo que te mantiene cuerdo, es natural, sigue haciéndolo todo el tiempo que necesites, incluso si ya han pasado siglos.

—¿En serio? —pregunté.

—Pues sí —contestó, meneando la cabeza como si no fuera obvio, y continuó saboreando su helado—. Que yo vea las cosas de otro modo, no significa que no valore los mecanismos alternativos que utilizan los demás

—¿Cómo lo ves tú?

Hedoné me clavó sus ojos ante la pregunta y sin despegarlos, arrojó su cuchara al suelo. Inmediatamente le pidió a una mesera que iba de paso que le trajera otra.

Con un nuevo utensilio en su mano, volvió a disfrutar de su helado, recordándome a aquellos días en que solo era una niña, su gusto por las golosinas no había cambiado, así como tampoco su percepción de los seres humanos como figuritas de acción. Ella nunca perdió el tiempo mirando películas infantiles, le parecía mucho más interesante observar a la distancia cómo se desarrollaban las relaciones entre las personas y qué tanto podía influir en ellas.

Cupido por siempre [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora