Capítulo 10

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Hedoné estaba en casa, gastando su tiempo limando sus uñas. Ella tenía el poder para modificar su aspecto a voluntad, pero aún disfrutaba haciéndose tratamientos de belleza como cualquier mortal. Decía que era relajante, y la verdad, yo también a veces agendaba a visitas al salón, así que no podía sino estar de acuerdo.

—¿Sabías que Demeter hizo un trato con Salvatore? —pregunté.

—Ya sabíamos que Demeter quiere una flecha de plomo para clavarsela a Persefone —contestó—. Aun si recurre a trucos sucios, en el amor y en la guerra todo vale.

Un esmalte de uñas de un fulminante rosa apareció en su mesa y comenzó a pintarse relajadamente.

—¿Qué averiguaste? —Leí bajo sus gestos autosuficientes.

—Salvatore es un ser bastante básico, con deseos mundanos. Fácil de comprar. A ti te pidió un buen carro para impresionar a una chica, que seguramente prefiere un hombre con cerebro, en lugar de uno que trata de pasarse de listo, y a Demeter, apenas un viaje con todo pagado por el mundo. Eso es lo que vale tu flecha de plomo.

Hice el ejercicio de ponerme en su lugar por unos minutos. Si yo fuera un simple ser humano...

—A decir verdad, no lo voy a juzgar —concluí.

Hedoné extendió su brazo, con la mano abierta, para examinar el acabado del esmalte.

—No supo manejar bien los términos del acuerdo —aseguró—. No podía decirte ni levantar sospechas, Adrián no lo ayudó, así que decidió que quizás con ayuda de Himero podía fabricar una. Me parece que Demeter no supo elegir bien a su lacayo.

Sonreí, con orgullo.

—¡Vaya que eres lista! —exclamé.

—No creo haberlo sacado de ti —afirmó—. Si yo fuera tú, dejaría de andar haciendo tratos locos por ahí, para mantener mis buenas relaciones con el Inframundo.

—Solo uno más —prometí.

Hedoné dejó escapar un fuerte bufido, que decía a gritos que no me creía en lo más mínimo.

—Golpeada por una flecha quimerica y a punto de convertirse en el nuevo juguete del Olimpo —suspiró.

(...)

La primavera llegó a su fin y con eso, las distracciones de Demeter. Todo el Olimpo sabía que en unos meses se sumiría dentro de tal dolor y rabia que, como buena diosa estacional que era, nos traería un duro y frío invierno. Eso, para mí, significaba que de momento era demasiado riesgoso acercarme a Liz o celebrar un acuerdo, pues sería como clavar un blanco en su espalda.

Las bajas temperaturas no eran más que el complemento adecuado para un período en el cual, como buena madre desesperada, Demeter haría todo lo posible por traer de vuelta a su hija del Inframundo, lo cual, por cierto, incluía una visita a mi humilde morada.

—Hola Eros —saludó, apareciendo sin invitación.

—Querida Demeter, ¿a qué le debo el placer de esta visita? —contesté—. ¿Te ofrezco algo? ¿Té? ¿Café?

—No, gracias. Tú ya sabes bien lo que deseo.

Pero yo tenía un té a medio preparar y su interrupción no impidió que lo terminara.

—Por favor, ya sabes que si voy por la vida regalando mis flechas como si fueran flores, no tendrían ningún valor —expliqué.

—No me vengas con cuentos baratos, Eros, que yo sé que si pudieras, las harías caer como la lluvia.

Cupido por siempre [#3]Where stories live. Discover now