Capítulo 8

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El grupo terminó su celebración, pagó la cuenta y dejó la propina correspondiente, la cual no cobré y dejé que se la llevara algún otro camarero, que seguramente lo necesitaba mucho más

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El grupo terminó su celebración, pagó la cuenta y dejó la propina correspondiente, la cual no cobré y dejé que se la llevara algún otro camarero, que seguramente lo necesitaba mucho más. Con Hedoné seguimos su ejemplo, y salimos del local casi pisándoles los talones.

Apenas atravesó el umbral de la puerta, el cabello de Hedoné se tornó negro azabache, el tono más oscuro que se le pudo haber pasado por la mente, el cual acompañó el suave bronceado de su piel, como si acabara de llegar de un viaje a una playa tropical. En cualquier caso, no me habría sorprendido si esa misma noche partía rumbo al Caribe, y nada más estaba anticipando su cambio de apariencia.

—Yo no soy la que está disfrazada de mariachi. —Se defendió, malinterpretando la razón por la cual no le quitaba la vista de encima.

—¿Te vas de vacaciones? —pregunté.

Ella bufó, como si acabara de decir una tremenda estupidez.

No fue necesario que añadiese nada más, lo entendía. Hedoné quería saber hasta dónde podían llevarme mis fantásticas decisiones.

Liz se separó del resto dos calles más abajo, y giró en dirección a la parada de autobús. Decidí no acercarme demasiado, fingí que miraba distraídamente las vitrinas de las tiendas acomodadas una al lado de la otra, echándole pequeños vistazos de reojo. Ella levantaba el cuello, para distinguir mejor las letras de los buses que corrían por la calle, el suyo estaba tardando un poco. Sus ojos eran aguas transparentes, no se guardaban nada, ni la prisa por volver a casa, ni el cansancio después de un largo día, o la satisfacción por el resultado obtenido de su esfuerzo.

Al cabo de unos minutos quedó sola en la parada, se dio una vuelta que levantó levemente los pliegues de su chaqueta de mezclilla y dio un par de pasos lánguidos, cansada de la espera. No era particularmente alta, Hedoné, a mi lado, era capaz de sacarle una cabeza de altura, aunque ella era una diosa siempre había disfrutado de su porte de modelo.

Por un lado, quería hacer trampa y hacer algo que llamara su atención, pero por el otro, mi orgullo no quería que su primera impresión fuera la de mi persona haciendo alguna tontería desesperada.

Hedoné no tenía los mismos planes.

—¿Alguna vez has visto esos comerciales donde alguien super sexy pasa por la calle, distrae al conductor y provoca un accidente? —comentó con malicia.

Sí, sí, yo la había criado. Era mi culpa.

—No quiero que llegue a casa contando que... —Me interrumpí cuando vi un rostro familiar caminando por la calle, con expresión de fingida inocencia y desinterés—. ¿En qué estación estamos?

La expresión traviesa de Hedoné también se desvaneció, sus rasgos se endurecieron, tornándose fríos y serios.

—Primavera —escupió la palabra—. ¿Qué hace aquí?

Cupido por siempre [#3]Where stories live. Discover now