Capítulo 5

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El viernes siguiente ya me sentía libre. Exámenes terminados, vacaciones a la vuelta de la esquina y la Navidad rodeándome allí donde fuera.

Me gustaba el ambiente navideño. Esa sensación de calidez en contraste con el frío del invierno, las lucecitas de colores, los villancicos por las calles, los adornos de Papá Noel y los renos, los regalos, las reuniones familiares... esa sensación de unión y felicidad. En mi caso, como mi madre y mi hermana vivían en Oviedo, la capital de Asturias, cada viernes próximo a nochebuena cogía el alsa y me comía cinco horas de viaje para estar allí todas las vacaciones. Una buena manera de desconectar, pues aprovechaba a ver a mis amigas de la infancia y empaparme de la magia asturiana —y de su comida, para qué negarlo—.

Por eso mismo, cuando Fran me habló para pedirme perdón por haberse comportado como un gilipollas lo volví a perdonar, a pesar de las protestas de Beca y las miradas inseguras de Mara y Gabriela. No quería discutir con él por estas fechas, quería centrarme en mí y mi bienestar emocional, pues pasarse las vacaciones rayada o llorando no era la mejor de las ideas.

Dispuesta a poner de mi parte para arreglar la relación y celebrar nuestro aniversario, decidí visitar un sex shop y comprarme un conjunto bonito para sorprenderlo. Pensarlo me generaba un cosquilleo placentero en mi vientre, mezclado con un atisbo de nervios y vergüenza. Era la primera vez que lo hacía y no sabía qué me iba a encontrar en una tienda así.

—¡Pues penes, Lotta! ¡Muchos penes! —dijo Mara entre risas al comentarle mi inquietud.

—¿No te parece un lugar un poco incómodo? —pregunté mientras nos dirigíamos a uno que había en una calle cercana a donde vivíamos.

—Pues... no sé, es que es para lo que es. ¿Piensas que alguien te va a comer o algo así?

Su sonrisa iluminó su rostro, otorgándole un aspecto dulce. Agradecí haberle pedido a ella que me acompañase y no a Beca, estaba segura de que me hubiera hecho un tour por toda la tienda para explicarme para qué servía cada juguete.

—No, pero me da miedo que me juzguen por entrar.

—¿Qué te juzguen? Cada persona es libre de meterse en su cuerpo lo que quiera. Además, vas a comprarte un conjunto de ropa interior, no un arnés de dominatrix.

Suspiré. Mara tenía razón y me estaba comiendo la cabeza por tonterías, pero era muy difícil quitarse los tabúes que había interiorizado, como que tenía que ser reservada para estos temas. Tampoco es que fuera una chica decorosa o con el pensamiento de llegar virgen al matrimonio —que no lo era—, pero, salvo mis amigas, no estaba acostumbrada a escuchar a otras mujeres hablar de que usaran juguetes sexuales o ropa interior más atrevida.

Al entrar, lo primero que me fijé era que el espacio era amplio, con todas las paredes de color blanco. En cada una había un montón de estantes con distintas secciones: Juguetes eróticos, disfraces, cosmética... a mi izquierda estaban los conjuntos de ropa interior, todos metidos en cajitas con imágenes de las modelos usándolos.

El dueño de la tienda nos indicó que si teníamos alguna duda le preguntáramos y él nos asesoraba. Asentí con la cabeza mientras repasaba con la mirada cada uno de ellos. No pude evitar fijarme en el pecho y el cuerpo voluminoso de las chicas que los usaban, me hacían cuestionarme si yo conseguiría lucir algo así de esa manera o quedaría reducida a una tabla de planchar con lazos y agujeros en los pezones.

—¿Cuál te gusta? Siempre estás a tiempo de cambiar el conjunto por unas cadenas y así lo dejas atado en la cama cuando se ponga idiota.

—A veces llegas a darme miedo. —Sonreí mientras caminaba para curiosear los que estaban más lejos. Me llamaban la atención los conjuntos de color negro, más sencillos.

Bésame en el cuelloWhere stories live. Discover now