Capítulo 26

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Cuando me desperté no sabía qué hora era ni dónde estaba. Al mirar el techo recordé que era el mío y suspiré, aliviada. Entonces me acordé de todo lo vivido el día anterior y me tensé al mirar a mi lado y encontrar un brazo rodeándome. La cabellera revuelta de Hugo descansaba sobre mi almohada y sus ojos permanecían cerrados, en paz.

Empecé a colapsar al pensar que era la segunda vez que, sin quererlo, dormía con él, con lo que eso implicaba, y encima esta vez era en mi habitación, ¡en mi cama! Su perfume quedaría impregnado entre mis sábanas y, conociéndome, era capaz de olerlas cuando me volviera a acostar. No podía caer en eso. No podía volverme adicta a él.

Pero mi autocontrol se fue a la mierda al mirarlo con detenimiento. Hugo tenía la expresión relajada y su pecho subía y bajaba despacio. Entonces algo en mi interior se revolvió, la palma de mis manos comenzó a picarme, anhelando tocar su mejilla y rozar sus labios. Además, ese brazo rodeándome me daba calor, me hacía sentir cómoda, y era lo que menos necesitaba. Tenía que levantarme pronto.

Miré la hora y maldije en voz alta. Hoy nos tocaba trabajar temprano a ambos y si no nos dábamos prisa corríamos el riesgo de llegar tarde. ¡Se me había olvidado poner la alarma! Inquieta, intenté incorporarme y mi cuerpo se resintió ante el frío que dejaba su falta, incluso él lo notó, desperezándose.

—¿Dónde...?

Su pregunta murió al verme y se incorporó frotándose los ojos, como si fuera un niño pequeño. La mueca que hizo al intentar contener un bostezo me hizo olvidar por un momento hasta mi nombre.

—Buenos días, bombón.

—No hay tiempo para buenos días, Casper, si no nos damos prisa llegaremos tarde al trabajo.

—¡Mierda! ¡El trabajo!

Me sorprendió la rapidez con la que se bajó de la cama y miró a su alrededor para buscar su ropa. Me sonrojé al recordar que yo también estaba desnuda, así que decidí borrar el calor que sentía dándome una ducha rápida. Con suerte desayunaríamos rápido y no coincidiríamos con Martina. Solo me faltaba tener que darle explicaciones que ni yo sabía ni podía entender.

Al salir del baño Hugo ya estaba vestido y se asomaba por mi ventana, supuse que para averiguar qué veía de su habitación desde ahí. Me agradó apreciar que había hecho mi cama, así el espacio parecía otro.

—¿Quieres desayunar algo por el camino? Creo que nos quedan galletas y...eh... no sé si Martina tendrá cereales en el armario —le invité, llamando su atención.

—No te preocupes —dijo al volverse para mirarme—, desayunaré algo allí.

Asentí y me apresuré para ir a la cocina y pillar algo. Por suerte, la puerta de la habitación de Martina seguía cerrada, así que podríamos esfumarnos sin problemas.

Cuando volví a la entrada con un paquete pequeño de galletas de marca blanca, cogí también mi bolso y metí las llaves y el móvil. Hugo no había traído gran cosa, así que cerré la puerta principal con cuidado y salimos a la calle, rumbo al metro.

Por el camino fuimos hablando de Alessby y de los extraños cambios que había en el programa de mi presentadora favorita, Beatriz. Me sorprendió saber que Hugo también lo veía a veces, cuando llevaban a alguien famoso que le interesaba. Eso nos llevó a debatir sobre quién hacía mejor su trabajo, si ella o la presentadora de Bajo cero, y llegamos a la misma conclusión, la chica del otro programa no tenía la dedicación que Beatriz mostraba ni la seriedad. No había más que ver la manera en la que abordaba las entrevistas y cómo intentaba meterse en terrenos de salseo y chismes varios. Todo intentaba llevarlo por el terreno del humor y exprimir al máximo a sus invitados. No nos parecía que fuera a llegar lejos.

Bésame en el cuelloWhere stories live. Discover now