Capítulo 20

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Hugo

—Más bien me preocupo en no perder a otro compañero y tener que hacer de nuevo todo sola —contraatacó, esbozando una sonrisa amplia al dejarme con la boca abierta—. Bueno... ¡Adiós, chicos! ¡Un placer! —gritó por encima de la música y alzó la mano.

Acto seguido se marchó, con rapidez, como si de repente el hada madrina de Cenicienta le hubiera dicho que todo iba a desaparecer, incluida su magia.

La vecinita me descolocaba. Habíamos hecho un buen equipo en la cafetería, incluso habíamos tenido la suerte de conocernos un poco más, y el momento del billar... tenía una erección que acreditaba lo mucho que me interesaba, pero cada vez que dábamos un paso, ella insistía en retroceder tres. Y no entendía el porqué. En el fondo me molestaba, aunque puede que me lo tuviera merecido. Por mujeriego. Por ir de me la suda todo por la vida, ocultando las heridas que no era capaz de cicatrizar, pero era demasiado cobarde como para gestionar de forma sana ese dolor.

—¿Se ha ido? ¿Tan pronto? —Escuché una voz femenina que era demasiado familiar.

Parpadeé y meneé la cabeza de forma inconsciente al escucharla, al menos su presencia me había sacado del limbo en el que me encontraba.

—Eso parece —respondí. Tenía una sequedad inusual en la boca.

—Hm...

Fruncí el ceño y la miré. Iris era un libro abierto y en ese momento sus ojos me miraban con un brillo extraño. Me ponía nervioso que no dijera nada, no era normal en ella.

—¿Qué pasa?

—Nada, nada.

Chasqueé la lengua. Si no tenía ya bastante con ver que se había ido y me había quedado con ganas de saber más de ella, de mantener ese pique que me causaba diversión, encima tenía que aguantar a una Iris indescifrable.

—Bueno, sigamos con la fiesta —dije, tragando ese mal sabor de boca que tenía. Necesitaba mantener a la vecinita en un segundo plano, en una esquina de mi mente; ocupaba demasiado ya.

Pude apreciar que me dedicaba otra mirada de las suyas, pero asintió y no dijo nada. Me dio unas palmadas en el hombro y volvió con los demás para retomar la conversación en la que debían de estar.

Entonces miré a mi alrededor. Por primera vez, desde que había entrado con Carlota, reparé en la gente. Había mucha, entre la música y la gente hablando, era difícil mantener una conversación tranquila. De entre todos, la mayor parte eran chicos. Algunos bailaban, otros ocupaban las mesas del billar y otros tantos se encontraban en las esquinas apreciando el ambiente o bebiendo copas. Era difícil encontrar chicas, pero algunas bailaban en grupos y otras...

—Disculpa. —Una voz femenina me hizo girarme, entonces vi a una chica con un flequillo castaño y unos grandes ojos verdes—. Sé que no me conoces de nada, pero quería decirte que le gustas a mi amiga.

—¿Quién? —Fruncí el ceño. Normalmente era yo el que me acercaba a alguien si la chica me interesaba.

—Está allí, es la de la camiseta roja de tirantes. —Señaló.

Seguí la dirección con los ojos. Al identificarla tuve que reconocer que era guapa, encajaba en el estilo de chica que me atraía con el pelo rubio teñido, ojos claros y tez clara. Pero, por alguna razón que desconocía, mi cuerpo sintió rechazo. No quería ir hasta allí y tener algo con ella, no quería pasar por una presentación que no me daba más y pasar a besarnos y manosearnos como animales en celo. No...

Mi mente me susurró un nombre y formó una imagen que me hizo tragar saliva, pero fui rápido intentando desecharla.

—Lo siento, es muy guapa, pero... tengo novia —mentí. No quería romper sus ilusiones respondiendo que no estaba interesado de forma escueta. Sin ánimo de parecer un sobrado, me había liado con tantas chicas durante tantos años que mi fama me precedía. No quería arriesgarme a que tuviera una amiga que hubiera llegado a más conmigo y se lo contara, haciéndola sentirse inferior. No era nada personal. Me sentía... vacío. Y ella no lo podía llenar.

Suspiré y vi cómo la amiga volvía hasta ella para contarle lo sucedido. Segundos más tarde opté por regresar con el grupo. Para mi desgracia, Iris seguía observándome y en cuanto tuvo oportunidad volvió a mi lado con una sonrisa maliciosa.

—¿Necesito gafas o acabas de rechazar a una chica? ¿Qué te pasa? ¿Estás malo?

—¿Tan raro es que quiera tener una noche tranquila? —gruñí.

—Mírate... se ha ido esa chica y, además de perder la sonrisa, ha regresado tu maravilloso mal humor. Interesante...

—¿Qué es interesante?

—Nunca te había visto así. No desde...

—No sé que intentas insinuar, pero no es lo que piensas —la frené. A veces me sacaba de mis casillas. No era la más indicada para hablar.

—Vale, vale —respondió haciendo un gesto con las manos en son de paz y se llevó los dedos hacia la boca para crear una cremallera imaginaria—. Entendido, me callo.

—Gracias.

Mi mente iba a mil por hora, formaba imágenes del pasado mezcladas con el ahora, generándome un huracán de emociones. Incluso se me empezó a nublar la vista, tenía que marcharme.

—Me voy.

—¿¿Ya?? —preguntó Iris, arqueando las cejas.

—Sí.

No necesité nada más. El grupo me conocía desde hacía años, así que no era necesario una gran despedida. Hice un gesto con la mano indicando la salida y cogí el abrigo antes de irme, abrazando el frío de la noche madrileña.

Por el camino no pude evitar la luna. Estaba grande y llena, casi podía ver reflejado en ella el rostro de Carlota, haciendo latir con demasiada rapidez mi corazón.

Mierda.

Tenía que mantener los sentimientos a raya si quería permanecer intacto; no soportaría generar un agujero aun mayor. Eso me hizo inspirar hondo y solté el aire por la boca, creando vaho.

Fácil y sencillo; conseguiría probar esos labios de infarto, así podría quitarme esa espina que tenía enquistada. La besaría y la adrenalina que había generado por la incertidumbre desaparecería. Y, con ella, también yo.

Bésame en el cuelloWhere stories live. Discover now