Capítulo 7

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Tuve que hacer un gran esfuerzo para salir del shock de darme de bruces con mi vecino y corrí hacia la cinta de la persiana para bajarla, esta vez con mayor cautela para no volver a joderla.

Cuando quedé protegida suspiré. Aun tenía el alcohol inhibiendo parte de mi cerebro, pero sabía que me había metido en un buen marrón. ¿En qué momento se me había ocurrido que la mejor idea era quedarme en ropa interior? Con ESA ropa interior. ¡Y con la ventana abierta! Dios. No pude evitar desear que la tierra me tragara.

Me dirigí hasta la cama para buscar mi teléfono móvil y poder hablar por el grupo de Whatsapp. Necesitaba desahogarme ahora mismo y distraerme.

Lotta: La he liado chicas...

Mara: ¿Qué ha pasado?

Gabriela: No le habrás hablado a tu ex y le has perdonado, ¿no?

Beca: Ni se te ocurra PORQUE TE MATO.

Lotta: Qué no, qué no. No es eso... pero sí es verdad que está muy pesado diciendo que se arrepiente.

Beca: Arg qué mal me cae, de verdad. Sabía que no te valoraba. Es que lo sabía.

Mara: Pero ¿qué ha pasado entonces?

Lotta: Mi vecino me ha visto masturbarme por la ventana.

Gabriela: ¿¿¿¿Que quéééé'????

Mara: Creo que necesitamos un audio.

Beca: ¡NO! Mejor aún, necesitamos escucharlo en directo. Está claro que no podemos dejarte sola.

Gabriela: Pero ¿cómo ha sucedido eso? ¿Tenías la ventana abierta?

Lotta: Sí...

Mara: Coincido con Beca. ¿Venís a casa y os quedáis a dormir?

Beca: Me parece buen plan. Me apunto.

Me mordí el labio inferior. La verdad era que no quería quedarme sola bajo estas cuatro paredes lamentándome por mi error garrafal. Además, intuía que la resaca que iba a tener mañana iba a ser apoteósica. Mejor contar con alguien que me cuidara. Tecleé una respuesta afirmativa y miré la ropa que tenía acumulada junto a la silla de la mesa del escritorio. No quería pensar en qué ponerme.

Varios minutos más tarde me encontraba vestida con unos pantalones vaqueros y un jersey rosa ancho de lana. Me puse un gorro y una bufanda, no solo para el frío, sino para camuflarme. Necesitaba desaparecer.

Me miré en el espejo de la entrada antes de colgarme el bolso en el hombro y metí las llaves de casa en el bolsillo. Me daba vergüenza recordar que le debía un par de botellas a Martina, ni siquiera sabía por qué almacenaba tantas bebidas alcohólicas. Cerré la puerta con cuidado y bajé las escaleras con rapidez. No quería que mi vecino me identificara si seguía mirando a través de su ventana.

Agradecí que el edificio que compartía Mara con Gabriela no estuviera muy lejos, pues ya era bastante de noche y solo me iluminaban las farolas. Lo bueno de Madrid es que siempre solía haber gente, pero a esas horas y debido al frío me inquietaba un poco que el tráfico disminuyera. No estaban las cosas hoy en día como para caminar sola a la intemperie.

Cuando vi la fachada del edificio número veinte suspiré y pulsé en el interfono. La voz suave de Mara no tardó en aparecer y el ruido estridente de la puerta me indicó que estaba abierta. Empujé con cuidado y miré el ascensor. Ojalá contar yo con uno. Odiaba tener que subir y bajar escaleras varias veces en el día.

Una vez que llegué a su piso comprobé que habían dejado la puerta también abierta para evitar llamar al timbre. En la entrada me quité los zapatos para no ensuciar el suelo y caminé hasta el salón con ellos en la mano. Allí estaban las dos con la televisión encendida y unas tazas humeantes. Mara era fan del café y Gabriela del té. Entonces me agaché para dejar el calzado en el suelo.

Bésame en el cuelloWhere stories live. Discover now