𝐂𝐥𝐚𝐩, 𝐜𝐥𝐚𝐩, 𝐜𝐥𝐚𝐩

28 6 15
                                    

El día comienza con una temperatura elevada

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

El día comienza con una temperatura elevada. Recuerdo haberme levantado de la cama transpirando como nunca. Estiro mi cuello y bostezo audiblemente mientras trato de arrastrar mis pies escaleras abajo.

Mis ojos se detienen un pedazo de papel anexado a la heladera con un imán de una casita embrujada que fabriqué en la escuela para Halloween. Mamá se fue a trabajar y somos dos desde que papá nos dejó por una chica veinte años menor que él a quien conoció en Las Vegas.

Fue todo un escándalo, pero no por el hecho de que mi madre hubiera sido abandonada, sino porque el tipo sigue viviendo en Wicked Bones con nosotras, sin siquiera ser capaz de saludarme si nos cruzamos por aquellas curiosidades de la vida.

Luego de lo ocurrido, mamá entró en una depresión que nos dejó en la calle. Jamás quiso decirme bien quién fue la persona que nos sacó de esa situación de mierda, pero tengo una vaguísima idea.

Como el inicio de cualquier historia para jóvenes adultos les contaré que subo las escaleras para ir a cambiarme. Miro el espejo y sonrío a ese reflejo de una chica algo esmirriada, pálida debido a la tonelada de base por un principio de acné y el pelo que parece peleado con el peine.

Sep, esa soy yo.

Trato de bajar esa maraña, pero es imposible. Bufo, me lo ato en una coleta, ajusto bien los cordones de mis zapatillas y salgo de mi habitación. Ya está el café con las tostadas algo quemadas, así que las como, tal si me encontrase en un campamento militar y salgo corriendo a las clases de verano.

Suspendí unas cuantas materias por hacer un par de horas extra en la estación de servicio que se encuentra entre las rutas 5 y 11. Necesitábamos pagar el arreglo del aire acondicionado, así que mamá no me regañó por andar floja en la escuela.

Todo lo contrario, celebramos mi mediocre desempeño con una tarta de frutillas que nos regalaron unos amigos de la familia.

Pese a todo lo que hemos pasado y que podría culpar a mi madre por no tener una vida "normal", ella y yo somos muy unidas. Es la única persona en la que confío mi vida y con la que sé que puedo hablar de todo, sin siquiera temer a ser juzgada. Me sigue llamando su "dulce princesa" a pesar de que ya tengo diecisiete años.

No tengo que esperar demasiado al autobús que pasa por una esquina determinada. Subo al medio de transporte, me siento al fondo y me pongo unos auriculares gigantes.

Cuando llego al casillero, me quedo contemplando la cámara de fotos. No quiero ser sorprendida por ningún superior, así que la meto rápido en la mochila y, combatiendo a una gran cantidad de mosquitos, llego al aula designada que posee un ventilador que anda a duras penas.

La profesora Milanese ingresa aplaudiendo. Por la manera en la que se abanica esos rulos mal teñidos y el gesto huraño de sus labios horriblemente maquillados de rojo, deduzco que no tiene muchas ganas de enseñar. Responde mis sospechas cuando pone un documental medio pelo en el DVD de una televisión plana que nos donó una de las últimas herederas de la familia Rodrick. Algo extrañada por su poco interés en la educación, veo cómo se encierra en una pequeña oficina; supongo que a jugar con su celular, mientras nosotros hacemos buena letra para sacar estas molestas materias adelante.

𝐄𝐥 𝐩𝐮𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐩𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨Where stories live. Discover now