𝐍𝐨 𝐡𝐚𝐲 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐥𝐚́𝐠𝐫𝐢𝐦𝐚𝐬

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Cuando abro los ojos y contemplo el techo, vuelvo a notar que esta no es mi casa

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Cuando abro los ojos y contemplo el techo, vuelvo a notar que esta no es mi casa. Tampoco es la de Bernard. Trato de levantarme, pero estoy demasiado desorientada y tengo muchísimas ganas de vomitar.

Las horribles sensaciones e imágenes de aquello que debería pertenecer a una pesadilla muy elaborada se aglutinan en mi memoria. Me tomo del costado y trato de buscarme algún tipo de lastimaduras, pero no las hay. De hecho, estoy limpia y no sangro ni tengo heridas cuando acaricio mi cuello, el lugar donde se supone que me degolló.

Entendí por las malas que él sí es Jack el Destripador, odiador de las mujeres prostitutas y de moral libertina que tanto guerreaba a la puritana de su siglo. Según dicen las malas lenguas, era un noble muy importante y primordial de la Corona Británica, pero los ricos cubrieron el escándalo que armó.

A pesar de que se burla de mi virginidad, sabe que yo soy todo lo que aprueba en una mujer. Lo único que le molesta es que mis prioridades comienzan a mezclarse en mi cabeza. Pestañeo, confundida y vuelvo a acariciarme el cuerpo, para ver si no la estoy flasheando. Jamás me drogué, aprendí de mamá, mas todo empieza a hacerse una espiral de sentimientos extraños y me cuesta pensar bien por qué buscaba hablar con mi hermana...

¿Qué hizo realmente conmigo?

―¿Estás bien? ―me tenso y contemplo hacia arriba cuando veo que Tituba está acercándose a mi cama con una canasta de esas que se usan para irse de picnic.

―¿Hola...?

La habitación es escueta, tiene lo mínimo indispensable. Paredes blanca y raídas, techo con una lamparita sin arreglo alguno, una cómoda chiquita, una cama de una plaza y media, un pequeño espejo y un mueble viejo y algo deteriorado. Un par de zapatos para su trabajo, un perchero con dos o tres mudas de ropa y un cuarto de baño que sólo tiene una ducha. Lo veo porque la puerta está abierta.

Si bien este ambiente no es lujoso, sí está en mejores condiciones que mi casa, por supuesto. La tía de Camila se dedicó a romper todo lo que tenía a su alcance apenas supo quiénes iban a vivir ahí.

―Lo lamento, no pensé que te estaba matando de verdad. ―susurra sin filtro, creo que no lo conoce, y me mira con un gesto más torturado ―. Pensé que era un chiste, acá suelen tratarse así, pero porque estamos todos muertos y...

―¿Por eso no me ayudaste? ―escupo de forma ácida y la contemplo de refilón, antes de atraerla del brazo para sentarla en la cama. Rauda, larga todo lo que tiene en las manos y me acaricia el rostro sólo para volver a recostarme como lo haría una amante que cuida de su amor imposible.

―Tiene que guardar reposo...

Me ruborizo o así lo siento. Recién ahora puedo admirar lo preciosa que es, con es esas pecas salpicadas en el pálido rostro ovalado.

―¿No te parecía muy, muy viva?

Veo que Tituba hace un gestito de indecisión, como si quisiese hablar y se le perdieran las palabras en el aire. Sus ojos claros se llenan de lágrimas pesadas y apuesto mi nueva vida de fantasma que está a punto de llorar. Por eso, termino poniendo los ojos en blanco y me paso una mano por la cara, hastiada antes de palmear en lo alto de su cabeza.

𝐄𝐥 𝐩𝐮𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐩𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨Where stories live. Discover now