𝐒𝐨𝐧𝐫𝐢́𝐞, 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐦𝐨𝐬 𝐚𝐥 𝐚𝐢𝐫𝐞

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Me entra una risa estúpida cuando escucho la última parte

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Me entra una risa estúpida cuando escucho la última parte. Creo que es el único momento en el que lo veo borrar su sonrisa y entrecierra los ojos. Me gustaría pensar que lo que acaba de decirme es un chiste de mal gusto, pero cuando él me toca el hombro con cierto gesto complaciente, vuelvo a recordar que la profesora Milanese me lo rompió y que nada es una fantasía.

―¿Decías? ―pregunta con un gestito burlón.

―Hijo de... ―me agarro con lágrimas en los ojos y trato de no gritar de dolor. No sé en qué momento volví a sentirlo, quizás fue la adrenalina del momento. Lo único que hago es alejarme un par de pasos y mis labios tiemblan con más violencia ―, eso duele, forro de mierda.

―Duele que no te crean también ―su voz es apática ―; ahora, vamos al grano. Sentáte y luego hacemos el resto, ¿de acuerdo?

Hago lo que me está ordenando en ese halo pasivo agresivo ya que llevo casi una hora de pie, en diferentes posiciones, pero nunca hago contacto con la silla que me ofreció. Estira sus brazos para acercarme a su lado y cuando nuestros ojos chocan otra vez, noto que desabotona los broches de mi camisa.

Mis mejillas se ruborizan hasta la raíz del pelo y trato de hacerme a un lado, pero pone un dedo sobre mis labios y me guiña un ojo.

―¿Qué querés...?

―Curarte, boba ―acaricia el hombro con una delicadeza impresionante y de pronto, la punzada desaparece. Siento una especie de paz y sólo puedo suspirar de alivio ―. ¿mejor, mi calenturienta amiguita?

―Andáte a la mierda...

―Fui doblemente condenado a coexistir en esta Dimensión y hago papeleo constante, creéme que sé lo que es vivir en la mierda ―hace un gesto de desagrado al pronunciar esas palabras y me vuelve a vestir con una sonrisa recompuesta ―. En fin, al grano, Ana Clara.

―Fui a la mansión Rodrick, sí ―accedo ahora, sin siquiera reflexionar lo que digo ―. Quería comunicarme con Camila, porque al fin llegué a este pueblo donde ella murió. Yo era de otro lado, pero me mudé acá luego de que nos embargaran la casa a mi madre y a mí. ―a pesar de que intento que los ojos no se me llenen de lágrimas, es imposible ―. Mamá heredó esa casa donde vivía la familia de Camila y encontré unas cosas que dejó debajo de la alfombra donde está mi pieza ―pestañeo con más detenimiento y los labios me tiemblan ―. No sé qué está pasando, sólo te juro que yo no quise...

―¿Heredaste la casa?

Me muerdo el labio inferior, metí la pata.

―Bueno...

―¿Sos pariente de Camila?

No debería haberlo dicho. Me gustaría darme mil patadas en el orto, pero no puedo. Sólo trato de hacer cara de circunstancia y sonreír con un poquito de condescendencia.

―Lo soy ―aprieto los labios ―mi mamá, es su mamá. Sólo que a mí me tuvo en la cárcel, ¿entendés?

Es igual a si le hubiera dado un electrochoque justo en la mitad de la frente. Deja de sonreír, mantiene los ojos abiertos como un ciervo sorprendido en medio de la noche y traga pesado.

𝐄𝐥 𝐩𝐮𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐩𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨Onde as histórias ganham vida. Descobre agora