𝐏𝐞𝐜𝐚𝐝𝐨𝐫𝐚

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La última cosa que veo esa noche antes de cerrar los ojos, es que Tituba me acaricia los cabellos como si fuera su hermana menor

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La última cosa que veo esa noche antes de cerrar los ojos, es que Tituba me acaricia los cabellos como si fuera su hermana menor. Cada tanto, me da besos en la coronilla y luego vuelve a apretarme fuerte contra su pecho.

Bernard la vistió mejor apenas se deshizo del cuerpo incinerándolo como si fuera una especie de peste que debe ser erradicada. Pese a que salió afuera de la habitación por unos breves momentos, no volvió hasta luego de unas cuantas horas y con un par de cosas en las manos.

―Tenés que comer algo ―lo oí decirme, antes de sentarse en la cama, donde seguía tomando mi cabeza entre las manos. Todavía mis ojos se encontraban rojos de tanto llorar ―, a pesar de que estás en coma, tenés que alimentarte para mantenerte fuerte. Tu alma también necesita fortaleza para luego pasar de dimensión, ¿entendés?

―¿De qué sirve? ―ni siquiera me digné a mirarlo ― Nadie va a pedir por mí ―mis labios temblaron violentamente ―. Ni siquiera mi mamá. Ella siempre amó más a Camila, a pesar de que jamás me lo dijo a la cara.

Bernard suspiró y luego pasó su mano por mi espalda, sin enfrentarme a los ojos. Era extraño sentir una caricia de su parte, pero de verdad quise creer que intentaba subirme los ánimos.

―Mirá, querida, entiendo que te sientas inferior a tu hermana, pero no lo sos. ―ese hombre sabe de filtro lo que yo de matemática cuántica ―. Son personas totalmente diferentes, el agua y el aceite y... ―lo vi sonreír de lado ―ahora que estamos juntos hace dos días, me caés mejor que ella en todos esos interminables meses que nos tomó su misión.

―¿Por qué? ―fui tan humana para preguntar.

―Porque Camila hubiera tardado una eternidad en matar al ex marido de Rosalie de enterarse que Tituba era utilizada de esa manera. ―aprieta los labios ―. Solía ser demasiado juiciosa para mi gusto y eso no es más que una desventaja cuando se necesita sangre fría. Vos hiciste esto por despecho, pero también porque llevás averiguando sus datos durante todos estos días.

Intenté que no notara que me había puesto roja como una grana y volví a esconder mi rostro.

―Es que no podía creer lo que hacían con ella...

Bernard suspiró, más abatido.

―Yo no puedo matar sin fundamentos ―me interrumpió ―, de hacerlo, volveré a ser condenado y ya perdí la cuenta de las veces que terminé en el mundo de los vivos haciendo de Guardián por ajusticiar a otros.

Mantuve un silencio respetuoso y luego susurré con voz más distante y opaca.

―Pero vos sos un asesino serial, mataste prostitutas porque las odiabas. Eso es lo que le escribiste a la policía, ¿no es así?

Lo oí rechistar entre risitas.

―Cuando crecés con privilegios y te creés un imbécil intocable, cometés muchos errores por los que todavía me sigo culpando. En el medio, se me crió con la idea de que yo era superior y que la moralidad recatada era el mejor ascenso al Cielo. Lo que no entendí, fue que mis acciones injustificadas terminaron comprándome una bonita plaza al lado del mismísimo Lucifer. ―al fin, me miró a los ojos ―, yo me burlé de vos sobre que eras virgen, pero sólo lo hice porque me gusta joderte. La verdad es que no tuve sexo con prostitutas, ni tampoco con otras mujeres y mucho menos con hombres. Eso fue ocurriendo con el paso de los años en el Infierno.

𝐄𝐥 𝐩𝐮𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐩𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨Where stories live. Discover now