Capítulo 7.

133 6 0
                                    

Estuve callada durante toda la cena, lanzando miradas imperceptibles a la mesa de al lado de vez en cuando. Mis nuevos amigos no se percataron de nada, a pesar de que siempre intentaban meterme en su conversación, en vano.

-Me gustan tus mechas. -Un chico rubio que se llamaba Hunter me sonrió con unos dientes perfectos.

-Gracias, quería darle un cambio a mi pelo. -Sonreí y bajé la mirada de vuelta a mi plato. La cabeza me retumbaba y la angustia me corrompía el pecho. Mis compañeros de mesa interrumpieron sus conversaciones y miraron hacia donde estaba yo.

-Creo que me voy a mi habitación, me encuentro fatal. -me levanté de la silla y me choqué contra algo que hizo que mi piel ardiera.- ¡Ay! ¡Sueltame!

Pero esa persona que me estaba sujetando por los hombros no me soltó. Su contacto me quemaba, tanto por fuera como por dentro. El silencio reinaba en el comedor y todos nos observaban. No sin dificultad abrí los ojos, y me encontré cara a cara con quien sabía que me encontraría: Christian.

-¿Por qué no me haces una foto con esa cámara tuya? -sonrió de lado y de forma sarcástica, me soltó y se fue.

En el momento en el que sus manos dejaron de tocarme, me sentí desfallecer, y antes de perder la conciencia, unos brazos fuertes me sujetaron por detrás. Pude oír gritos de asombro y susurros sobre cómo estaban mis hombros y qué acababa de pasar. La verdad es que me sentía mucho mejor, la cabeza ya no me dolía y la angustia había desaparecido. Pero, ¿por qué?

CHRISTIAN.

En cuanto salí del comedor le di un fuerte puñetazo a a pared. ¿Qué acababa de hacer? ¿Por qué lo había hecho? Caminé decidido hacia mi habitación, pero mis pies me llevaron hacia el sótano. No podía sacarme de la cabeza cómo la piel de Maya ardía bajo mis manos y su cara de dolor. No podía sacarme de la cabeza la mala pinta que tenían sus hombros cuando salí de la estancia, y cómo se habían aliviado sus facciones en cuanto puse un pie fuera, y en cómo Alan había acudido en su rescate a una velocidad vertiginosa. No podía sacármela de la cabeza.

Mis pies se detuvieron en la puerta del sótano. La abrí, no estaba cerrada con llave y eso me extrañó. El hedor a humedad y a viejo me embriagó en cuanto entré, y se hacía más fuerte cada vez que me adentraba por los túneles. Memoricé: derecha, derecha, izquierda, derecha, izquierda e izquierda, y allí estaba, la sala que estaba buscando. Abrí la cerradura con mi sheriz y me encontré cientos y cientos de enciclopedias del Libro del Mañana. Tenía que sacarlas de allí como fuese y llevarlas al cementerio a la medianoche. Algo dentro de mi cabeza me lo decía, y aunque no sabía ni por qué ni quién me lo mandaba, supe que debía de hacerlo.

MAYA.

Recuperé la conciencia en el momento en el que me depositaron en mi cama. No abrí los ojos. Dejé que unas manos ásperas y ágiles me quitase la cámara y las botas y me arropase hasta la barbilla. Me sentía segura. La persona que había cuidado de mi se levantó de la cama y oí como caminaba hasta la puerta. Abrí los ojos. Solo pude ver cómo un chico rubio me miraba durante unos instantes y luego desaparecía cerrando la puerta tras de sí.

Me incorporé con violencia y me mareé durante unos segundos. Los hombros me escocían y solté un grito ahogado cuando me levanté al baño y me los miré. Estaban quemados. Muy quemados. ¿Había sido el contacto con Christian lo que me los había dejado así? Revolví en los armarios buscando una pomada, pero no encontré nada. Frustrada, volví a la cama y me tumbé boca arriba. Llamaron a la puerta, era Katherine.

-¿Qué ha sido eso? ¿Está el chico aquí contigo?

-¿Qué? ¿Cómo?

-El chico que te trajo, ¿está aquí?

-Eh...no. Me trajo y se fue. ¿Qué es eso? -Maya retorcía en sus manos un pequeño tubo blanco.

-Ah, sí, es para ti. Échatelo en los hombros y se te pasará el escozor. Por cierto, ¿cómo ha sido? ¿Ha sido el chico guapo de ojos negros cuando te ha tocado?

-No... no lo sé. Ha sido muy extraño.

-Bueno, necesitas descansar. Si necesitas algo, avísame. Buenas noches.

-Buenas noches.

Cerré la puerta detrás mío y me tumbé en la cama. Faltaba una hora para la medianoche cuando me levanté, me puse las botas, cogí mi sheriz y me puse la chaqueta. Algo me decía que tenía que salir de allí.

Cazadores de conciencias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora