Capítulo 8.

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En los pasillos no había nadie. Caminé sigilosa, poniendo cuidado en donde pisaba y atenta a cualquier ruido que pudiese delatarme. Llegué a la puerta del instituto sin problema, y salí sin problema. ¿Es que aquí no tenían vigilancia?

Fuera hacía frío, y me alegré de haber cogido mi cazadora negra, que me puse inmediatamente encima de mi jersey blanco favorito. Caminé por el suelo de grava encogida en mí misma, planteándome deshacerme la trenza de espiga que me había hecho antes de bajar a cenar, para que el pelo me diese calor. Descarté la idea. La cancela del recinto estaba cerrada, y decidí ir a la parte trasera de la finca para saltar la valla por ahí. Mi sorpresa fue máxima cuando vi que yo no era la única persona que había decidido hacer una escapada nocturna fuera del instituto. Me escondí detrás de un árbol para esperar a que la figura terminase de cruzar la valla, y así poder ir yo detrás de él.

CHRISTIAN.
"Salir de aquí. Salir de aquí. Salir de aquí."

No podía parar de repetirme eso. Y ahí estaba yo, llevando un montón de enciclopedias en una bolsa y metiéndolas en mi Harley, escapando del instituto a mitad de la noche. ¿Que por qué lo hago? Porque soy el chico malo, y los chicos malos hacemos cosas malas.

La moto estaba aparcada enfrente de la puerta del instituto, por lo que tuve que empujarla calle abajo hasta que estuve lo suficientemente lejos como para arrancarla sin que notasen que yo pertenecía a aquel antro viejo.

Las calles estaban desiertas y el viento me azotaba en la cara y me echaba el pelo hacia atrás, haciendome sentir libre y, también, haciéndome olvidar las normas de seguridad saltándome un par de señales de stop y varios semáforos.

La puerta del cementerio estaba cerrada, pero era tan pequeña que pude pasar sin necesidad de soltar la bolsa que, por cierto, pesaba una tonelada. Sorteé las lápidas hasta que llegué a una estatua antigua y mal cuidada; un ángel caído al cual le faltaba un ala y una mano. Supe que tenía que dejar la bolsa e irme inmediatamente, pero el ruido de una rama al romperse me sobresaltó. Solté la bolsa en su sitio y saqué a velocidad supersónica el sheriz, que alumbró mi alrededor con una potente luz azul que se apagó poco a poco hasta volverse casi imperceptible.

Escuché el ruido otra vez, y giré sobre mí mismo, nervioso.

-¿Quién anda ahí?

Una figura femenina salió de detrás de un árbol.

-¿Christian?

MAYA.

Perdí al chico de la bolsa gigante que escapaba en cuanto se subió a la moto. Desgraciadamente, no pude verle la cara. Caminé por la calle desierta, oyendo solo el rugido de una moto que debía de pasar unas calles más a la derecha. Ni si quiera se me ocurrió que podría ser la moto del chico. Deambulé entre las calles sin saber a dónde iba, pero mis pies parecían seguros de su destino: el cementerio de la ciudad. ¿Por qué había venido hasta aquí? Salté la puertecita y subí la primera cuesta, contando los pasos hasta llegar a doscientos, luego giré a la derecha y otros cincuenta pasos más. ¿Que por qué? Aquí estaban enterrados mis padres, y cuando venía a verles tenía miedo y siempre iba mirando al suelo, por lo que tuve que aprenderme el número de pasos para poder llegar. A estas alturas de mi vida ya no tenía miedo, pero es la costumbre.

De repente, mi calma interior se perturbó. Ahí estaba otra vez esa sensación de angustia y el dolor de pecho, que me dificultaba la respiración. ¿Qué eran estos achaques que tenía desde que estaba en el instituto? Entonces, vi una figura que cargaba una gran bolsa. Ahí estaba, el que se había escapado. Se paró delante de una estatua magnífica justo en el momento en el que yo, descuidada de mí, pisé mal e hice que una ramita se rompiese. Mantuve la respiración. El chico, alarmado, soltó la bolsa y sacó un sheriz con una luz azul que le iluminó la cara: era Christian. Quise irme, pero otra parte de mí decía que tenía que asustarle. Volví a hacer ruido.

-¿Quién anda ahí? -Estaba enconrvado y dando vueltas sobre sí mismo, cauteloso.

-¿Christian? -Di un paso alante y el rostro de Christian se suavizó durante un segundo antes de volverse frío otra vez.

-Buah, eres tú. ¿Es que me has seguido?

-¿Por qué iba a seguirte a ti, engreído?

-Entonces explícame por qué estás en el cementerio a mitad de la noche, espiándome.

-Eso no es de tu incumbencia. ¿Qué haces tú aquí?

-Eso no es de tu incumbencia. -intentó imitar mi voz.- Ahora, vete.

-No lo haré hasta que te vayas tú.- Me apoyé en el árbol tras el que había estado escondida.

Antes de que me pudiese dar cuenta, Christian se había movido a la velocidad del rayo y me estaba clavando su sheriz en mi cuello desnudo. Pero el no me conocía. Saqué el mío haciéndolo brillar con un tono rojizo y me dispuse a clavarselo lentamente en el costado, pero él me lo impidió con una estocada. Seguimos peleando. Allí donde me tocaba con sus dedos, mi piel ardía y se formaba una quemadura de segundo grado; y él sabía eso. Cuando vi que usando el sheriz no tenía opción alguna de ganarle, le hice una llave de judo. Al ver mis intenciones y que irremediablemente le iba a tirar al suelo, Christian me agarró y caimos los dos, yo encima suya.

Por un momento nuestras miradas se encontraron. Me percaté de que nuestras bocas estaban tan cerca que yo respiraba su aliento y él el mío. Rodé sobre mí misma y él se levantó ágilmente.

-Está bien. Espera ahí. -sacudió la cabeza y volvió a la estatua.- Cabezota...

Sonreí, triunfante, y me apoyé otra vez en el árbol. Tenía una quemadura en la mejilla y otra en el cuello. Me escocían una barbaridad.

-Vámonos. -empezó a caminar y yo le seguí.

-¿Qué has hecho con la bolsa?

-Esconderla.

-¿Qué llevaba dentro?

-Nada que te importe.

Salimos del cementerio. La moto estaba aparcada justo ahí.

-No te pienses que vas a volver conmigo en moto. -mi cara de asombro debió ser máxima porque se acercó mucho a mí.

Me fue a acariciar la quemadura de la mejilla, pero cuando se dio cuenta del respingo que di y mi mueca de dolor cuando me tocó, apartó la mano.

-Deberías ir a que te echen crema.

-Vete al cuerno.

Empecé a caminar calle abajo, pisoteando fuerte el suelo.

-El instituto está al otro lado.
"Mierda". Roja de vergüenza, pasé por su lado y caminé intentando parecer resuelta. Él se rio, y oí como arrancaba la moto y pasaba de largo delante mío. Increíble. La angustia desapareció en cuanto la moto giró la esquina.

Cazadores de conciencias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora