Capítulo 13.

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Salí al pasillo precipitadamente tras haberme cambiado de ropa. Todo era un caos. Estaba tan alarmado que me costó percatarme de que iba en sentido contrario a todos los demás, y de que mi pendiente no paraba de pitar. Jesús, me estaba volviendo loco.

Encontré a Alan en el despaho de Wales, que se levantó en cuanto me vio entrar.

-Maya ha desaparecido.

Me sentí como colgando en el vacío, con el corazón en la garganta.

-¿Cómo lo sabemos?

-No está.

-Bueno, -reí socarrón, en contra de lo que empezaba a bullir en mi interior- lo mismo ha vuelto con su familia.

-No. Alan lo ha sentido.

La punzada que sentí en el pecho me conmocionó; nunca me había sentido así.

-¿Cómo que lo ha sentido?

-Sí, lo ha sentido. Creemos que es su manlited.

-Ah.

No podía creerlo hasta que todos los momentos en lo que los había visto juntos arrasaron mi mente; la chispa, el hilo de luz que los unía, la forma en la que se les iluminaban los ojos a ambos...ahora todo tenía sentido.

Como un relámpago, salí de la habitación y no paré de correr hasta que estuve en el jardín.

A mi alrededor pasaban los alumnos; se podía oler su ansiedad y su miedo, y no aguanté más. Y huí.

MAYA.

Oscuridad. Humedad. Una sustacia viscosa en mi cabeza. Y perdí el conocimiento.

CHRISTIAN.

Llegué a unos almacenes en el polígono de la ciudad, en contra de mi voluntad.

El sol estaba en lo alto del cielo, pero las nubes iban y venían ocultando su luz.

Me paré en frente de un almacén de dos pisos y me metí en un callejón que olía a orina y a desperdicios. Quise vomitar.

Encontré una puerta trasera, y tras introducir un código que no sabía de dónde lo había sacado, crucé el umbral a la oscuridad.

MAYA.

La misma oscuridad se cernía sobre mí.

¿Cuánto tiempo había pasado? Era imposible saber si era de día o de noche, y si llevaba allí semanas o tan solo días u horas.

Hacia tiempo que había desistido en preguntarme qué hacía allí y quién me había traído; de lo último de lo que me acordaba era de la presencia de Christian en el gimnasio, antes de desmayarme.

Cada cierto tiempo, una rendija minúscula se abría y alguien me pasaba una bandeja con comida y agua, lo suficiente como para mantenerme en condiciones normales.

Cuando me encontré mejor, me levanté de la cama en la que estaba tumbada. Me extrañó que no me tuviesen ni amordazada ni atada a ningún sitio; me acerqué a la puerta y la sacudí. No se movió ni un milímetro.

-¿Hola? ¿Hay alguien ahí fuera?

No hubo respuesta.

Intenté controlar si había gente fuera, pero mis ondas mentales rebotaban contra las paredes de la habitación y volvían a mí aturdiéndome.

Debía de ser algun tipo de hechizo.

Agotada, me volví a tumbar en la cama.

No supe cuánto tiempo había pasado cuando alguien entró en la habitación, me cogió como un saco de patatas y me llevó por un pasillo amarillento hasta una habitación pulcramente blanca.

Alguien, sentado tras una mesa metálica, se giró en su silla.

Su cicatriz, desde su ojo derecho hasta la comisura del labio izquierda, me provocó un escalofrío.

-Sal. -dijo, sin dirijirse a mí.

De la oscuridad emergió un muchacho alto y musculoso.

-Hola, ratita.

Cazadores de conciencias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora