Capítulo 12.

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CHRISTIAN.

Hablando en plata, la madre que me parió; Maya estaba tendida en el suelo, con las facciones de la cara relajada y los brazos en un ángulo doloroso.

-¿Te importa? -Alan la estaba cogiendo del suelo y por un momento pensé que quería mi ayuda, aunque me di cuenta que, punto uno, solo me estaba pidiendo que me fuese, y punto dos, yo no podía ni tocarla.- ¿Puedes recoger esto mientras la llevo a su habitación?

-Eh, sí, ¿por qué no? -Asentí distraído.

Mientras apilaba las colchonetas y apagaba las luces, me entró un escalofrío y sentí la presencia de alguien más ahí, conmigo. Me subí, grácil, al último peldaño de las espalderas, desde donde esperaba ver quién estaba en la penumbra.

-¡Bú! -el aliento espeso y la voz grave me hicieron saltar del susto, haciéndome resbalar. Con unos reflejos que desconocía que tenía, me agarré a tiempo a una de las barras, y colgando lejos del suelo, miré hacia arriba.

Un hombre musculado, vestido totalmente de negro, con una cicatriz rosada de la ceja al pómulo, rodeandole el ojo, me sonreía.

-¿Quién eres?

-Oh, ¿no me recuerdas?

De repente, estábamos de pie en el suelo del gimnasio, cara a cara.

Sus ojos, de un azul casi blanco, perforaban los míos, haciéndome caer en un profundo laberinto.

-Christian, tú eres mi gran pieza, tú eres mis as en la manga, y tengo uns misión para ti.

«Necesito que cojas a la chica, ahora su voz estaba dentro de mi cabeza, y me la traigas. La quiero antes de que alguien, o ella misma, descubra el poder que tiene.»

Me quedé aturullado un momento, con los ojos cerrados, y cuando volví a abrirlos, allí no había nadie.

Caminé confuso por los pasillos de vuelta a mi habitación, cuando un olor a vainilla me llenó las fosas nasales. Abrí cautelosamente una puerta, tras la que encontré a Maya tumbada bajo un montón de sábanas y cojines. Arranqué los tubos de sus brazon y me la cargué al hombro como si fuera un saco de patatas.

¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Por qué no tenía control de mi propio cuerpo? Quería parar. Ordené a mis pies que se detuvieran, pero siguieron bajando por las escaleras que dan al sótano.

Sentía como mis manos quemaban la piel de Maya, pero me dio sumamente igual. Tenía que llevarla con Burn como fuese.

La luz que entraba por la ventana me cegó. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Por qué me había acostado con ropa? Y lo peor de todo: ¿por qué mi camiseta estaba llena de sangre? ¿Qué había pasado después de que Maya se desmayase en el gimnasio, y por qué no me acordaba?

Cazadores de conciencias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora