Detalles

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- Voy a dejar la carrera.

Su compañero de mesa ni si quiera le miró conforme siguió copiando el problema que el profesor había puesto en la pizarra antes de excusarse y subir a su despacho.

- He perdido la cuenta de las veces que has dicho eso.

- Esta vez va en serio.

- De eso también.

- Alfred.

El chico le mira. Tan sólo apartó el cuaderno a un lado cuando leyó puro pánico en los ojos de su amigo.

- A ver, ¿qué te ha pasado ahora?

Raoul no sabía por dónde empezar. Principalmente porque no sabe qué le pasa. Al menos no del todo.

- Mi hermano volvió a casa el finde pasado...

- No me jodas, ha sido tu excusa para no venir a clase hasta hoy —le interrumpió. Raoul se limitó a ignorar su comentario innecesario.

- Volvimos del aeropuerto los dos solos en mi coche y me dijo que mis padres están preocupados por mí. Me he estado fijando estos días y tiene razón, tío —se llevó una de sus manos al flequillo, el cual ni si quiera se había molestado en arreglar antes de salir de casa. Agarra uno de los mechones y tira ligeramente de él mientras sigue hablando—. Me tratan como si fuera de porcelana y miden con cuentagotas todo lo que me dicen. No lo soporto.

- Pero, ¿preocupados por qué?

- Por esto —hizo aspavientos con las manos, haciendo referencia a la facultad—. Aunque mi hermano dice que hay algo más.

- ¿Lo hay?

- ¿Sólo sabes preguntar? —se arrepintió de inmediato. Es consciente de que no sabe controlar su mal genio. También lo es de que Alfred sólo intenta ayudar, y si no fuera él quien tirara del hilo Raoul no se abriría— Y yo que sé —la voz le salió más aguda de lo normal.

- Pues si no lo sabes tú ya me dirás tú a mí cómo lo solucionamos —dijo Alfred en su manera tan propia de hacer suyos los problemas de los demás.

- A lo mejor tengo depresión.

Literalmente, soltó la primera chorrada que se le vino a la cabeza —aunque eso no quita que no hubiera descartado esa posibilidad durante estos días en los que Raoul había tenido demasiado tiempo libre para pensar y muy pocas ganas de reconocer el detonante de todos sus quebraderos de cabeza—. El hilo de la conversación se acercaba peligrosamente al momento en el que externalizaba su principal preocupación y eso no le gustaba un pelo.

Alfred resopló y volvió la vista a su cuaderno, donde aún estaba el ejercicio sin resolver, lo que el rubio interpretó como un "eres tan tonto que ni si quiera me voy a molestar en contestarte".

Era consciente de que la persona que tenía al lado sabía, al igual que él, que había algo más, y eso era algo que tenía muy presente. Sin embargo, su amigo, que era todo compresión y disposición a escuchar, jamás le echaría en cara que sabía más de lo que el propio Raoul estaba dispuesto a admitir.

A pesar de que se sentía tentado a compartir con él —no hoy, en concreto, sino siempre— hasta el más profundo de sus miedos, hasta ahora nunca había sido capaz de dar el paso. Y tampoco parecía que fuera a ser el día.

Se dedicó a observar a su amigo, irradiando nerviosismo, provocando que Alfred decidiera tomar las riendas de la conversación de nuevo.

- A ti lo que te pasa es que te estás asfixiando allá donde estés encerrado.

EpistolarWhere stories live. Discover now