Talentos

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La primera semana, como era de esperar, fue una puta mierda. Sin embargo, le había prometido tanto a su hermano como a Agoney —en situaciones muy diferentes— que se comprometería a seguir con su vida como si nada, por lo que al día siguiente se había reincorporado a clase sin rechistar. El plan era sencillo: llegaba, se sentaba al final del aula, fingía atender un poco y se iba por donde había venido. Eso sí, dentro de su plan perfecto había un matiz importante que debía cumplirse por encima de cualquier otra premisa: evitar a Alfred en todo momento, aunque eso supusiera entrar tarde a clase y colocarse en el lado contrario al que estuviera su mejor amigo para impedir que el muchacho intentara entablar conversación con él.

Raoul sabía que Alfred no se había ido de la lengua. Nadie le miraba raro, o como si esperasen explicaciones de él. No, Alfred era un tío leal, un amigo en el que confiar. Pero eso no quitaba que le diera una vergüenza de mil demonios haber acabado saliendo del armario —quién lo diría— de aquella manera después de tantos años ocultándoselo, no sólo a él sino al mundo. Realmente, pensaba que su amigo se merecía algo mejor, y no sabía cómo afrontar la conversación que ambos tenían pendiente.

El lunes, sin embargo, todo se torció. Y es que su amigo le estaba esperando, impasible, en la entrada de la facultad.

Intentó darse la vuelta, pero Alfred captó sus intenciones al vuelo y levantó una ceja por encima de sus gafas de sol. Resignado, se paró a respirar profundamente y siguió su camino hasta quedar frente a su amigo.

- Si vamos a hablar al menos que sea en otra parte y no aquí en medio —le dijo.

Alfred asintió. Le cogió por los hombros, probablemente para impedir que se escapara, y guió a ambos hacia la cafetería, que probablemente estaría semi-vacía debido a que la mayoría de las clases ya habían empezado. Raoul notó entonces que la mano de su amigo que colgaba a un lado de su rostro portaba algo que le golpeaba una y otra vez en la mejilla mientras caminaban. Giró la cabeza lo poco que el agarre de Alfred le permitió para comprobar que se trataba de un sobre.

Se sentaron el uno en frente del otro. A pesar de todo, la expresión de Alfred no era de enfado, lo cual sumaba puntos a favor de Raoul. Dejó tanto el sobre como las gafas de sol encima de la mesa, apoyando sus codos a cada lado de los objetos para dejar caer su mentón sobre sus manos, mirando fijamente a Raoul. Éste, intimidado, se hundió en su silla con la cabeza gacha, rascándose la nuca como acto reflejo por la incomodidad.

- Bueno... —dijeron ambos a la vez, consiguiendo que se echaran a reír. Fue Alfred quien continuó—. Veo que ya hemos descubierto la razón por la que te habías convertido en el mismísimo lucifer durante estos últimos meses.

Raoul suspiró y miró a su amigo. Aunque esperaba encontrarse la decepción personificada, su mirada sólo reflejaba diversión.

- Joder, Alfred. Ha sido un cúmulo de cosas, en realidad. Lo de carrera siempre ha sido verdad, me da mucho miedo estar aquí porque siento que estoy desaprovechando el tiempo...

- Estás descarrilando —le riñó Alfred.

- Ya, sí, perdón —se peinó el flequillo con las dos manos, nervioso por lo que venía a continuación—. Pero tienes razón, tenía que habértelo dicho antes y probablemente todo hubiera sido mejor, no pongo en duda que me habrías ayudado, jamás lo he hecho. Es que siempre me ha dado mucho pudor reconocer que... soy gay, Alfred.

EpistolarWhere stories live. Discover now