Tensión (¿sexual?) no resuelta

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Nunca, jamás de los jamases, había puesto tanto ahínco en concentrarse en estudiar para un examen. Mucho menos si se trataba de un parcial fácilmente recuperable en los finales.

Necesitaba distraerse, eso era un hecho. Y las constantes visitas de los compañeros militares de su hermano no se lo ponían fácil.

La cuestión no era que le cayesen mal, ni mucho menos; más bien todo lo contrario. Raoul encontraba extrañamente reconfortante la presencia de ese equipo en su salón, discutiendo a voces utilizando una terminología que tiempo atrás había aceptado que nunca conseguiría entender.

Además, era curioso ver el cambio de actitud de Álvaro: más serio y firme durante sus reuniones, imponiéndose ante el grupo que ahora dirigía, aunque siempre juguetón y dicharachero durante sus descansos.

Así que no, lo que le molestaba a Raoul no era el hecho de que ahora su hermano se trajera el trabajo a casa los fines de semana.

El problema era él. Siempre simpático y atento, dispuesto a entablar conversación con él más allá de los simples saludos que le dedicaban el resto de compañeros. Que le preguntaba cómo le había ido la semana en la universidad o si había podido solucionar los problemas que tenía con su coche.

Raoul estaba seguro de que Agoney le había calado, que su fachada simpática no auguraba nada bueno. Y no podía parar de darle vueltas a la cabeza para intentar comprender qué significaba su conducta.

Rebobinemos.

Todo empezó el primer sábado. Raoul sabía que vendrían. No sabía cuántos eran, o si serían todos hombres o también habría alguna que otra mujer. Pero sí tenía una certeza: el chico del aeropuerto, el canario del coche espantosamente rojo chillón y cara esculpida, estaría allí.

Se prometió a sí mismo que no lo pensaría, que no se obsesionaría con la perspectiva de verle cuando en su primer encuentro pensó que no volvería a hacerlo. Ni quería ni podía. Debía mantenerse al margen.

Pero todo eso no evitó que hiciera el esfuerzo sobrehumano de volver a casa directamente después de trabajar, haciéndose sus correspondientes 40 minutos en bicicleta a las cinco de la mañana, para poder amanecer en el mismo lugar en el que Álvaro había citado a su patrulla. Su primo, quien normalmente compartía las noches de los fines de semana con él, no daba crédito. Aunque tampoco se sorprendió mucho: esta decisión tan sólo era una manifestación más del extraño comportamiento que Raoul estaba teniendo desde hacía unas semanas.

- Buenos días.

Su madre saltó del susto, a punto de tirar la bandeja con pescado que estaba en proceso de meter en el horno cuando escuchó a Raoul saludar al entrar en la cocina. Como era normal, no le esperaba en casa.

- Este niño... ¿qué haces aquí? -apoyó la fuente en la encimera para recuperar el equilibrio y siguió a su hijo con la mirada mientras éste se desplazaba sin mirarla.

- Mmm... ¿vivo aquí?

Sacó un paquete con pan de uno de los armarios y fue en busca de la tostadora. Su madre se interpuso en su camino para pararle en seco.

- Hace meses que no duermes aquí un fin de semana, ¿pasó algo anoche? -Raoul negó con la cabeza e intentó esquivarla en vano. Su madre le quitó el paquete de entre las manos-. Son casi las dos de la tarde, ni te plantees que vas a desayunar ahora.

Sonó un ruido en el pasillo, proveniente del salón, adivinó Raoul. Unos segundos más tarde, la cara de su hermano apareció por la puerta de la cocina. Arqueó las cejas en su dirección, sorprendiéndose casi tanto como su madre.

EpistolarOn viuen les histories. Descobreix ara