Agoney

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Estaba concentrado estudiándose el mapa de la que sería su nueva base militar en Palestina en cuestión de semanas cuando Álvaro le interrumpió.

- Agoney –dijo, únicamente, para llamar su atención.

Visto que no seguía hablando, gruñó a modo de pregunta, todavía medio concentrado en lo que estaba haciendo.

- ¿Tú tienes...— Álvaro se llevó la mano a la barbilla, sopesando cómo continuar. Debió de chasquear los dedos mentalmente y le miró cuando encontró la palabra que buscaba– churri?

- ¿Perdón?

Agoney abrió los ojos más de lo permitido por la fisionomía humana. Su compañero juraría que estuvo a punto de ver cómo perdía uno que casi se le cae de la cuenca.

- Joder macho... que si tienes –volvió a parar para encontrar la expresión perfecta– dónde mojar el churro.

Menos mal que estaban los dos solos en el cuartel. El canario daba pocas veces las gracias a Dios, pero la ocasión lo merecía.

- Álvaro... qué cojones.

- Coño Agoney, qué difícil me lo pones –alzó la voz a la vez que extendía los brazos a modo de rendición, sutilezas aparte–. ¡Que si estás soltero!

Agoney no era tonto, había dado por hecho lo que le estaba insinuando desde el primer momento. Lo que le pasaba es que no daba crédito a lo absurdo de la situación.

Ante todo, apreció los intentos de Álvaro por no hablar en femenino, lo que sólo podía significar dos cosas: estaba intentando pillarle para poder reírse de él o, lo más probable sabiendo cómo era el cacho de pan que tenía por compañero, trataba de ofrecerle su apoyo sutilmente para que supiera que podía contar con él.

Agoney nunca se había esforzado mucho por esconder quién era, pero tampoco se había esmerado en confirmarlo. Era consciente de que se le notaba, aunque sembraba cuidadosamente la duda en todo aquel con quien trataba. Al menos en el trabajo. El ejército no era un lugar precisamente conocido por su tolerancia respecto a la homosexualidad.

Pero Álvaro no era uno más del ejército.

- No, no tengo novio –su compañero ni si quiera arqueó una ceja al escucharle, asimilándolo como lo más natural del mundo (que, por otra parte, lo era)–. ¿A qué viene esto ahora? Si se puede saber.

- Yo que sé tío, pasamos la mayor parte de las horas del día juntos y apenas sabemos nada el uno del otro.

-Anda ya, si estamos todo el día hablando.

-Sí, de tonterías.

Y eso era verdad. Porque aunque no callaban ni bajo agua de por sí solos y la mezcla era explosiva cuando se juntaban, la realidad era que Agoney hablaba mucho sobre nada para evitar tener que hablar sobre sí mismo.

EpistolarWhere stories live. Discover now