Culpa y castigo

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Los días en Palestina comenzaban a las 7 de la mañana. La rutina era fácil: vestirse, desayunar, turnos de guardia hasta la hora del almuerzo, turnos de entrenamiento hasta la hora de la cena, tiempo de aseo y a la cama. Sin embargo, había días que se salían de la monotonía.

Aquel miércoles fue uno de esos días.

Agoney se despertó con el sonido de la megafonía, instalada precariamente a lo largo de todo el campamento, que indicaba que tenían unos quince minutos para presentarse en la cantina. Aunque nunca había sido un gran fan de madrugar, siempre solía ser de los primeros en saltar de la cama y comenzar a prepararse, viendo como el resto de sus compañeros remoloneaban en la cama los pocos minutos que podían rascarle al reloj.

- Buenos días chicharrero —Miriam se acercó a él sonriente. Estaba radiante, y Agoney se preguntaba cómo esa chica podía ser una fuente de energía de tal calibre a todas horas, incluso recién despierta—. Hoy estás con el guapo subido.

- ¿Intentas ligar conmigo? ¿Desde tan temprano? Deja al menos que me de tiempo a lavarme la cara y quitarme las legañas.

- Que va, de eso ya se encarga tu querido admirador secreto por correo —comenzaron a escucharse de fondo algunos quejidos ante el torrente de voz de Miriam, que lejos de modular su tono de voz, hablaba con el volumen suficiente como para sacar a todos de sus correspondientes sopores. La chica se limitó a desperezarse ruidosamente, ignorando los gimoteos ajenos—. Venga donjuán, vamos al baño antes de que nos adelanten.

Se dirigieron juntos a los aseos, cada uno con su ropa en la mano. Para cuando terminaron, los rezagados que habían decidido apurar unos pocos minutos de sueño se agolpaban en la puerta metiendo prisa a quienes habían madrugado y que ahora ocupaban los baños. Aquella escena formaba parte de su día a día, como también lo hacía el hecho de que, a pesar de creerse los primeros, Álvaro siempre se encontraba en su sitio —porque era simplemente suyo y nadie lo ocupaba jamás— sentado en el comedor cuando ellos entraban. Agoney tenía la teoría de que se acostaba con la ropa puesta y meaba detrás de cualquier arbusto para poder despertarse más tarde y evitar las colas mañaneras de los pocos servicios de los que disponían.

Se sentaron junto a él y vieron que estaba ocupado leyendo, varios folios esparcidos por encima de la mesa.

- ¿Y esto? —Miriam hizo el amago de levantar uno de los papeles, pero se frenó en el acto cuando vio la mirada de advertencia que le dedicó Álvaro—. ¿Plan del día?

Su compañero negó con la cabeza, ofreciéndole la hoja que él mismo sostenía entre sus manos.

- Este sí es el programa de hoy, el resto son informes de valoración.

Agoney decidió ignorar la reprimenda de su amigo y se inclinó directamente sobre los folios que ocupaban la mitad de la mesa, aunque no fue capaz de entender nada.

- ¿Nos haces un resumen? —le preguntó.

- No puedo —Álvaro recogió todos los folios para juntarlos y ordenarlos, dando un par de toques encima de la superficie con ellos para cuadrarlos antes de meterlos en una carpeta. Tanto Miriam como Agoney le miraron expectantes, por lo que acabó dándose por vencido y les ofreció un breve sumario—. Básicamente todo sigue igual que cuando llegamos y están viendo la posibilidad de alargar la estancia. Y eso es todo, no me preguntéis más.

EpistolarWhere stories live. Discover now