Salir, beber, el rollo de siempre

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Supo que no era una buena idea en cuanto se lo soltó a su hermano a bocajarro. Nunca tuvo claro que lo fuera. De hecho, llevaba toda la semana pensándolo y sabía que era una mala idea.

- ¿Por qué quieres que yo...

Raoul comenzó a sentir el picor en las mejillas.

- ...tu hermano que te saca siete años...

Sabía que se estaba sonrojando.

- ...con el que nunca has hecho planes...

A estas alturas el color de su rostro era un nuevo nivel de rojo que registrar en el sistema Pantone.

- ...salga de fiesta contigo este fin de semana?

- Porque —carraspeó—. La mayoría del poco tiempo que pasas en casa se lo dedicas también al trabajo y nunca hacemos nada juntos. Además, tus amigos y tú estáis siempre muy estresados y me afecta personalmente cuando os tengo revoloteando por casa...

Pero Álvaro no le estaba escuchando. Se había quedado con la parte del penoso discurso improvisado de su hermano que le interesaba.

- Ah... ya —intentó disimilar la sonrisa guasona que estaba a punto de escapársele por el bien de la temperatura de la cara de su hermano. No lo consiguió—. Mis amigos.

Le miró inexpresivo. Parpadeó. Sin más, se dio media vuelta y echó a andar en dirección a su habitación.

- Raaaaoooouuuul —su hermano le llamó con resignación. Siempre funcionaba, no podía soportar que le dejase con la palabra en la boca.

- Nada, nada —sacudió una mano en su dirección por encima de su hombro sin girarse, aún caminando—. Yo tengo que ir a trabajar igual así que allí estaré, tampoco me rompes ningún plan.

Y así es como Raoul planta la semilla del diablo, asegurándose que sus planes salgan a pedir de boca. Sólo tiene que esperar a que un par de horas más tarde, cuando está tan ocupado en servir copas que no sabe ni qué marca el reloj, aparezca su hermano abriéndose paso entre la marea de gente que hinunda la discoteca. Y no venía solo.

El fin de semana anterior había sido una mierda. No había hecho nada especial, despejando su agenda —aunque tampoco es que estuviera muy solicitado por los pocos contactos que tenía— para volver a repetir su ritual de encerrarse en casa a no hacer absolutamente nada más que esperar a que Agoney entrase por la puerta para perseguirle como un perrito y dejarse en ridículo unas tres o cuatro veces como mínimo.

Sin embargo, por primera vez, el protagonista de sus quebraderos de cabeza no había hecho acto de presencia junto al resto de compañeros de su hermano.

A punto de perder la cabeza, no tuvo más remedio que tragarse su orgullo y preguntarle a Álvaro por su amigo, fingiendo una indiferencia que el mayor, a estas alturas, sabía de sobra que era falsa.

EpistolarWhere stories live. Discover now