El recuerdo de un nombre - Parte 2

41.4K 6.4K 6.8K
                                    

Lunes, uno de los días de la semana más odiados y trémulos. Para muchos es un día donde el malhumor predomina por los atascos de las calles, el inicio de una semana que se alarga como elástico y te estalla en la cara. Sin embargo, para los niños del hogar parece ser el mejor día de la semana.

Están más gritones que la semana pasada.

Desearía tener mi celular cerca y poder escuchar música.

Como añadido a esto, parece que están más desordenados y propensos a tirar la basura al suelo en lugar de hacerse los ánimos de caminar hacia el bote de basura. Justamente, como gozo de una suerte divina, me ha tocado barrer.

Lunes... ¿Qué podía esperar de un día así?

Cierto, que mi fama de exorcista con escoba se expanda como una bomba de humo y gane adeptos. He visto a un par de niños saludándome y preguntándome si mi escoba tiene poderes sobrenaturales. Por supuesto que mi respuesta fue honesta, negándoles tal posibilidad sin derecho a quejas, porque antes de que lo hicieran me di la vuelta y me fui.

No quiero que mi fama se base en haber expulsado del baño a un fantasma. Sin mencionar que ese fantasma en realidad es una persona de carne y hueso la cual planté.

La tipa rubia tiene razón: el papel higiénico está demasiado caro como para desperdiciarlo.

Pero más importante que un sin sentido comentario sobre la inflación, es que me acobardé con Katrina y la dejé sola.

Tengo que disculparme de alguna manera.

—¡Señor de la escoba!

Bella, la niña que me advirtió sobre el supuesto fantasma en el baño, llega saludándome —cómo no— junto a sus amigas. Su mano alzada no se agita como suele hacerlo siempre que me ve, en su lugar enseña una nota.

Como seguidilla al llamado, las otras niñas llegan a saludarme llamándome como lo ha hecho su amiga.

—No me llamen así —suelto tan serio que al cuarteto de niñas las deja estáticas a pocos pasos de estar más cerca.

Se miran entre ellas, asustadas tal vez de mi gesto. Intento relajarme y siento que el peso de mis hombros se esfuma. Bella da un paso adelante.

­—Venimos a dejarle esto. —Extiende la nota con timidez. Noto que lleva las uñas pintadas, lo que se me hace extraño porque, además de tener en cuenta dónde vive y sin ocurrírseme cómo consiguió esmaltes, uñas así me traen a la mente un rostro borroso.

Antes de tomar la nota, miro a sus compañeros y regreso a ellas.

—¿Qué es?

—Un dibujo.

Espero que no sea sobre mí.

Recibo la nota.

—Uhm... —Bella empieza a juguetear con sus manos— ¿Cómo era? —Le pregunta a una de sus amigas. Es una niña alta que se le acerca y susurra en su oído—. Oh sí... —Bella regresa a mí—. Señor, si tiene problemas, devóreselos.

Y diciendo esto, se marchan.

Las palabras de Bella me trasladan a unos meses atrás. Desenvuelvo la nota y me encuentro con una fea pizza dibujada. Por acto-reflejo, levanto la cabeza en busca de Bella y sus amigas, asentándome en dudas marginales que caen en lo absurdo de las coincidencias.

La pizza, la frase y las uñas pintadas... ¿Será que...? Imposible.

Hell ya no está.

A menudo me pregunto como está, dónde y por qué se fue sin despedirse.

FelixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora