La decisión está tomada - Parte 2

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—Señor, su frente está arrugada.

Bella está de pie frente a mí, lejos de su grupo de amistades. Su tonada inocente detrás del comentario evoca mi impaciencia, y las ganas de acabar el día ya. Quiero decirle que hoy no estoy de humor para atender a sus preguntas ni internar ponerle buena cara, pero me aferro a mis quehaceres antes de abrir la boca.

—¿Está molesto? —pregunta, curiosa. —A mi papá le gustaba romper cosas cuando estaba enojado.

Suspiro.

—Romper cosas no está bien.

—Oh... —Guarda silencio, como si reflexionara lo que he dicho y se corrigiera a sí misma— ¿Qué le pasó? Mamá decía que contar las cosas cuando algo malo pasa ayuda para tener un buen día. O así fue antes de que se fuera.

Me muerdo la lengua antes de decir algo más. Por muy imprudente que me sea su presencia, no soy tan despiadado como para pedirle que se largue. Es una niña, habla desde la inocencia, y lo está haciendo sobre sus padres. Aunque el estómago se me retuerza y me sea raro, prefiero guardar la calma.

—¿Alguna vez has discutido con tus amigas?

—Todos los días, pero nos arreglamos siempre —responde con expresividad, terminando con una sonrisa pequeña que parece una «U»—. ¿Usted peleó con sus amigos?

«Amigos», repito internamente.

—Yo no tengo muchos amigos... ¿Tienes una mejor amiga?

—Sí, Bonnie.

—Yo tengo a uno: se llama Joseff.

—¿Con él se enojó?

Asiento.

—¿Por qué?

Carlotte no es la única en la etapa del «por qué» según parece. Ese cuestionamiento introspectivo de los niños agota todos mis métodos de zafarme de tales preguntas que llevan a más porqués.

—Me oculta cosas, y los amigos no hacen eso.

Mira quién lo dice, acusa la voz de mi consciencia.

Sí, he ocultado cosas que no han durado mucho tiempo. Solo complazco a los otros y les cuento lo que quieren saber, sin muchos detalles. Eso no es ocultar. Con Martin he sido un libro abierto, contándole cosas como si fuese un diario personal.

—¿Cómo sabe que le oculta cosas?

—Porque cuando se lo pregunté, miró en otra dirección y titubeó. Fue un libro abierto.

—¿Libro... abierto?

Lanzo un bufido.

—Es una forma de decir que las personas, sus pensamientos, sentimientos y estados son obvios. Se pueden ver a simple vista. A los niños les suele pasar mucho.

Su expresión de horror es digna para ser pintada por Edvard Munch. Se agarra la cabeza y, cuando sonrío por su sobreactuación, se cubre el rostro.

—¿Acaso sabe lo que estoy pensando? —pregunta en un tono bajito, lleno de timidez.

—No. Aunque por tu expresión, puedo deducir que tú también estás ocultando cosas, por eso no quieres que sepa qué piensas. —Ahora su expresión es de asombro; sus labios están entreabiertos y la cejas arqueadas—. ¿Ves? A eso me refiero con «libro abierto».

—Wow... ¿Y qué cosas le ocultó su amigo, señor?

Pienso en la conversación que tuvimos después de la ceremonia, mi habitación se encontraba fría y oscura, el ambiente era gris y denso. Martin no mostraba la confianza de siempre, parecía cauto a todos mis movimientos. Intentaba descifrar qué había ocurrido. O tal vez qué tanto sabía.

FelixOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz