Capitulo 10

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Advertencia: Este capítulo contiene escenas de autolesión, no aptas para sensibles, si usted desea omitirlas, deje de leer en los párrafos donde se encuentra el asterisco (*) y reitere la lectura cuando vuelva a aparecer. Mención de diversos trastornos mentales y depresión. Todos los actos relatados son totalmente ficticios y no deben imitarse en la vida real. Por favor, pida ayuda si está pasando por una situación semejante, no estás sol@.

Sangre.

Había sangre.

Había mucha sangre.

El agua lo arrastraba en una corriente sin fin, mientras su piel se sentía ardiendo como las llamas de la hoguera. Su aliento se atasco, sus pulmones colapsaron, y miró al cielo rogando una oportunidad.

El eclipse estaba en lo alto del cielo, cubriendo el mundo en un manto de oscuridad, el agua distorsionó su visión, devorándolo en una vorágine de negrura y dolor, cuando el mundo entero se detuvo con una sacudida eléctrica que lo paralizo.

Pero ya había llegado su hora. Había sido juzgado, y bajó los ojos de Eywa, fue rechazado. La gran madre de todo, su gran diosa y deidad le había dado la espalda, luego de salvarle la vida hace tantas lunas atrás. Y él lo aceptó, aceptó su cálida mano, tan grande como la inmensidad del cielo, y tan pequeña como las lágrimas que brotaban de sus ojos, jalándolo al otro mundo, desprendiendo el hilo de su alma.

Y en un instante, se cortó.

Su cuerpo fue arrastrado hacia el fondo del mar, pesado, bajo la densidad del agua. La arena lo recibió con frialdad y clavándose en su piel. El aire escapó de sus pulmones en forma de burbujas que subieron a la superficie, mientras él era olvidado.

Antes de cerrar los ojos, vio una mano, extendiéndose hacia él. Pero ya era tarde, ya era tarde, ya era...

Despertó con una exhalación, con el aire entrando en sus pulmones de golpe y sus ojos abiertos de par en par mirando a su alrededor con frenesí. Fue una sacudida brutal, como agua helada calándole los huesos desde su espalda y extendiéndose por su cuerpo, congelándolo en cuestión de segundos. Parpadeo repetidas veces para aclarar su mirada y se sentó con lentitud, observando a su alrededor. Era de noche, la luna era inmensa en la oscuridad del cielo sin estrellas, había sido un día tormentoso y las nubes, que habían cubierto el cielo por completo, ahora estaban ocultando parcialmente al inmenso astro como telas sedosas que rodeando su gran cuerpo.

Había sido una pesadilla. Nada más, se dio cuenta al ubicarse en su espacio. Estaba en su hogar, estaba en su lugar de descanso, en el corazón de su pueblo. Cuando su mente se aclaró, se dio cuenta de lo vacía que estaban sus manos y revisó con rapidez sus mantas, buscando su objeto más preciado. Comenzó a desesperarse al no verlo, temiendo haberlo perdido con los movimientos espasmódicos de su cuerpo durante el sueño. Jamás se lo perdonaría si lo extraviara. Y cuando lo sintió rozar contra las yemas de sus dedos, respiró tranquilo. La alzó y la hizo rodar en su palma con alabanza. Aquella pequeña pieza le devolvió el alma al cuerpo.

Su piel hormigueaba, y sentía la tirantez de sus músculos clavándose cómo un dolor mudo en su espalda y hombros. Trató de regular su respiración, inhalando el cálido aroma de su hogar, pero está vez, ni siquiera eso pudo quitarle de la cabeza la oscuridad que lo había arrastrado en sueños.

Una tersa voz, susurrante como las hojas de los árboles que se arrastraban por el suelo, interrumpió sus cavilaciones:

"¿Que fue lo que viste?"

No volteó a verle, y prefirió mantener su mirada fija en su mano, pero podía sentir su movimiento. Escuchó como su cabello, sedoso como el manto de mil hilos se movía como una cascada por las telas que conformaban su nido. Este se extendió a su alrededor, como si fuera dueño de todo lo que tocara.

Te veo, hijo del agua.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora