Rey de las profundidades

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Buenas tardes y bienvenidos un día más a Relatos de las Catacumbas. Soy Perséfone, la primera y última línea de defensa del inframundo griego, ya que nadie pasa a través de mí. Hoy os traigo otro relato repleto de oscuridad referente a ciertas sagradas escrituras que mencioné días atrás. Pero no vamos a hablar de ángeles, sino de los retoños de los primeros pobladores.

Caín y Abel. Dos hermanos, uno mató al otro. ¿Sabíais que también tenían tres hermanas? ¿No? Pues ahora ya lo sabéis. Fueron borradas de la Biblia a saber por qué, ya que en las otras dos sagradas escrituras dónde sale esta historia ellas aparecen. Y también tienen otro hermano bastante más pequeño llamado Set. Pero hoy sólo nos centraremos en los dos mayores ya que la verdadera oscuridad está en el relato de la muerte de Abel.

Abel conocía la muerte ya que era pastor. Debía sacrificar a su ganado para poder alimentar a su familia. Su hermano Caín aún no la conocía debido a que se dedicaba a cultivar la tierra y las plantas no tienen el mismo proceso de muerte que los animales. Había otra cosa que Abel conocía, y eso era el amor. Pero también conocía el rechazo, ya que su padre y el dios al que este adoraba les habían prometido a él y a Caín con sus hermanas. ¿Os parece turbio? Volved a leerlos la mitología griega, anda.

Abel amaba a su hermano Caín. Y no me refiero al amor entre hermanos, me refiero a amor de verdad, ya que a Abel nunca le habían interesado las mujeres. El pobre no tenía mucho dónde elegir. O su padre o su hermano. Y Caín es todo un portento, incluso a día de hoy. Pero sabía que su padre y ese dios no iban a aprobarlo. Les había escuchado muchas veces hablar sobre el tema. Así que fue y le pidió a su hermano una única cosa. Que le pegara con todas sus fuerzas hasta que dejara de moverse. Le hacía feliz que fuera Caín quién se encargara de su final.

Caín se negó. Claro que se negó. Adoraba a su hermano pequeño, jamás le habría hecho daño. Pero Abel iba preparado. Apeló a la rabia incontrolable que Caín le tenía a su padre y le provocó hasta que le pegó en la cara con una roca del tamaño de su puño. Y siguió provocándole hasta que se llevó su vida por delante. Pobre Caín, nunca quiso matarle... pero así lo había hecho.

Su hermano podía haberse llevado su cuerpo, pero su alma seguía en el mismo sitio. Abel despertó, aterrado y sin visión en su ojo derecho. Ante él, una figura humanoide con doble cornamenta, patas de cabra y ojos de serpiente. A su lado, algún tipo de perro alado sin pelo que jamás había visto antes. Le ofrecieron un trato para devolverle a la vida y poder contarle a su hermano toda la verdad. Sabiendo lo que eso podía significar, Abel aceptó, pero pidió que le mandaran al lugar más inhóspito del mundo, allí dónde el dios de su padre jamás pudiera encontrarle. Esas criaturas aceptaron su petición.

Lo siguiente que supo Abel es que estaba en el fondo del mar, veía en la oscuridad, podía respirar bajo el agua y que gran parte de su cuerpo era el de una gigantesca serpiente marina. Devoró a varias criaturas gigantescas para saciar el nuevo apetito de su nuevo cuerpo, y terminó convirtiéndose en el rey de las profundidades.

No puedo revelaros si Caín y Abel han vuelto a encontrarse, pero si puedo contaros esta historia es por algo. Nos vemos mañana con un nuevo relato, posiblemente más cercano.

Relatos de las CatacumbasWhere stories live. Discover now