Capítulo 32: El nombre de la muerte

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Firmar un armisticio luego de esa noche no fue muy difícil, los brujos más preocupados por sus próximas elecciones y deseando también ponerle un fin al conflicto. Nunca supe con exactitud qué excusa inventó James para que apoyaran eso, si un acuerdo mutuo entre ambas partes o una buena negociación de parte de los brujos como si en realidad no hubieran estado rodeado por todos los puntos posibles. Militarmente, derrotados. Políticamente, acorralados. Socialmente... Bueno, él había cumplido bien con esa parte. Tras el escándalo de Rogers, Valerie había perdido cualquier credibilidad al no defenderse ni despegarse y ahora su comunidad se encontraba en medio de una reestructuración hasta que las próximas votaciones fueran llevadas a cabo y asumiera un nuevo magister tras ser escogido.

Todo esto hubiera sido muy divertido de ver, si yo no hubiera estado ocupada con mis propios asuntos. ¿Tratado de paz? Eso era solo el aburrido papeleo una vez que al alto al fuego ya había sido gritado. Los nobles podían hacerse cargo de Rike por unas horas sin meter la pata, lo habían hecho durante siglos y había funcionado. Tampoco era como si tuvieran mucho de lo cual ocuparse, más que la migración interna ahora que todos los cambiaformas estaban regresando a sus hogares. Los juicios para criminales y desertores serían llevados a cabo una vez que la paz estuviera firmada junto con cualquier papeleo de brujos deseando vivir en Rike y el complicado asunto de posibles mestizos. Eso podía esperar un día. No confiaba en los nobles para ser justos en ese tema y ocuparse como yo podría. De todos modos, ninguna paz se firmaría hasta que los brujos tuvieran un nuevo magister así que la fecha límite no estaba cerca.

Las hadas habían regresado a su reino, los vampiros recibido el resto de su paga, incluso había ordenado enviar un regalo a los kitsunes a modo de agradecimiento y la heika estaría complacida cuando recibiera a Vali con un moño atado a su cabeza... Apenas pudiera hacerme cargo de ese maldito. Sabía que poco a poco nuestros prisioneros también estaban siendo liberados y llevados de regreso a su comunidad, tras recibir los mínimos cuidados médicos y asegurarles que su magia regresaría en cuestión de horas. Los cuerpos de los brujos también estaban siendo devueltos, y yo personalmente tenía uno del cual ocuparme aunque eso implicara cargarlo hasta Venecia.

—Podías esperarme fuera —dije.

—No tienes que pasar por eso sola —respondió Holland.

Ella intentó ocultar su mueca de incomodidad mientras me ayudaba a cargar el cuerpo envuelto en una manta violeta, incluso había cambiado sus guantes para combinarlos con la ocasión junto con mi aspecto. ¿A cuántos funerales habíamos asistido en el último año? Sabía que esto no era para nada del agrado de Holland, pero ella había insistido en acompañarme tras dejarme en la puerta de la logia del tiempo y Bass no estaba disponible para algo así. Regla n° 35: Bass se quejaría cuando supiera que había quedado fuera de la actividad de cargar un cuerpo. Pero mentiría al decir que su compañía no me reconfortaba, y lo cierto era que esto estaba resultando más difícil de lo que había imaginado.

El guardián que nos había abierto la puerta no había dicho palabra alguna antes de señalarnos unas escaleras que llevaban a los pisos inferiores. La humedad se apegaba a las paredes y el aroma de los canales era incluso más intenso aquí abajo. Tampoco había tanta actividad como sucedía en los pisos superiores, donde guardianes caminaban cubiertos con sus capas, se encontraban los dormitorios y clases eran dictadas. No. Aquí estaba reservado para sus muertos, y el silencio dominaba en absoluto. Ni un solo tic tac se oía. Y en cualquier otro sitio, eso no hubiera sido espeluznante, pero entre guardianes del tiempo no había cosa más horrible que el silencio.

No me sorprendí al encontrar a Zenón al final del corredor, tampoco cuando este nos indicó con una seña que lo siguiéramos. Al parecer estábamos condenadas al silencio, y lo único que evitaba que tuviera un ataque de pánico por eso era el constante tic tac del reloj que colgaba de mi cuello. Me aferré a ese acompasado ritmo para recordarme que estaba viva. Odiaba la muerte, odiaba los funerales, y odiaba el maldito silencio. Seguimos a Zenón dentro de una pequeña habitación y dejamos el cuerpo sobre la mesa de piedra que había en el centro. Genial, los guardianes del tiempo tenían criptas debajo de su logia. Y la falta de color y sonido resultaba insoportable.

R es de Reina-Como-Debes (#3)Where stories live. Discover now