Epílogo: Noi creiamo la nostra propria fortuna

37.6K 3.2K 3K
                                    

Una vez Alexis me había dicho que no temiera ante la adversidad, porque mi sangre era la misma que había en todas las historias de dioses haciendo milagros.

Por supuesto, los dioses no habían pasado cada maldito día de sus vidas cubriendo cicatrices que jamás podrían ser vistas si querían mantener esa farsa de poder. Suspiré con rendición mientras doblaba mis dedos uno por uno. Más de mil días, y ninguna mañana haciendo esto había sido más fácil que la anterior al tener que ocuparme sola. Más de una vez la idea de llamar a un curandero para que me ayudara había pasado por mi cabeza, pero no estaba dispuesta a permitir que tocara mi verdadera piel. Seguía sin tener mucha fuerza en esa mano, y la sensibilidad también dejaba bastante que desear, pero al menos había logrado recuperar la mayoría de su movilidad.

Cogí las vendas de donde estaban y con cuidado comencé a cubrir cada centímetro de mi piel que no debía ser visto jamás. Nunca me acostumbraría, y nunca terminaría de aceptarlo. Nadie se atrevía a preguntarme al respecto, unas pocas amenazas al principio para cualquier maldito intentando descubrir la verdad habían bastado para acallar a la corte. Y para el resto de los seres... Nina Loksonn solo vendaba su mano, como una muestra de respeto y alianza hacia los brujos, ya que los cambiaformas no usaban guantes por costumbre y menos su reina. Nadie necesitaba saber la horrible verdad debajo.

Era demasiado temprano para ya estar tomando deberes reales, y no había nada tan aburrido como una ceremonia pública, pero no podía negarme. Nada de espadas, nada de duelos, nada de travesuras. ¿Cuál era el maldito punto entonces? Tomé la corona de flores de donde estaba sobre el tocador, los grandes rubíes y demás pequeñas joyas entrelazadas agregándole un peso mayor al de la corona de una prinssese, casi como si fuera un diario recordatorio de que una reina tenía incluso más responsabilidad.

Si cerraba los ojos, casi podía recordar la primera vez que la había tenido sobre mi cabeza. De niña siempre me había aterrado que fuera demasiado pesada como para lograr sostenerla bien, y días antes cuando la había sostenido entre mis manos había temido que sería incapaz, de rodillas en medio de la ceremonia le había suplicado a Loki por la fuerza para lograrlo, para reinar sin saber cómo, para cuidar de mi pueblo cuando terminaba en el suelo cada vez que un cambiaformas moría, para que mi mandato fuera próspero y Rike lleno de vida. Había una gran diferencia entre mostrarse segura al hacerse cargo de algo, y realmente estarlo. Entonces el brujo había puesto la corona sobre mi cabeza, y yo había sido capaz de mantener una postura firme al levantarme. La corona no se había caído. Había estado aterrada por todos mis crímenes cometidos, las historias diciendo que la corona caería si el heredero no la merecía, pero ni siquiera se había movido.

Una reconstrucción post-guerra, juicios a desertores y leyes para mestizos, tres inviernos reinando y en ningún momento Rike me había cuestionado. Algo debía estar haciendo bien, o los demás simplemente estaban cansados y deseaban que otro se ocupara de ellos. Quizás el pueblo simplemente estaba feliz de finalmente ver a un Loksonn en el trono, de nuevo. La sangre de Loki donde pertenecía. La chica que había ganado una guerra imposible sin que Rike sufriera demasiadas pérdidas. La reina que había negociado la paz con unos seres que jamás habían dado su brazo a torcer o aceptado una derrota, y había juzgado y castigado a los desertores sin llegar a ser demasiado cruel.

Prefería no pensar en ese asunto, algunas decisiones nunca eran simples. Ellos se habían negado a pelear con quienes antes habían llamado camaradas por decisión conjunta de dos gobiernos, y esos mismos gobiernos habían decidido enfrentarlos luego. ¿Entonces cómo juzgar y castigar eso? ¿Cómo condenar a quienes se habían negado a pelear contra amigos y amantes cuando no habían sido responsables de esa situación? Podía recitar a la perfección los nombres de todos los que habían sido ejecutados por eso. No quienes habían sido encarcelados, esos eran demasiados para recordar. Rike jamás perdonaría a sus desertores, las leyes estaban para respetarse, y los mismos cambiaformas habían pedido esos juicios hacia quienes no se habían atrevido a levantar su espada para defender su hogar. Me habían criticado por no ejecutarlos a todos, y me habían criticado por quienes había ejecutado, pero si existía una verdad fundamental era que nunca se podía complacer a todos.

R es de Reina-Como-Debes (#3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora