El Circo. Parte I

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La noche había caído plena y las sombras envolvían la alcoba

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La noche había caído plena y las sombras envolvían la alcoba. Las mismas bailaban en el techo, mecidas por el ritmo de las flamas de las lámparas de aceite. Otras tinieblas se escurrían en el piso desapareciendo bajo el mobiliario.

Comencé a peinar mi cabello, para distraerme. Este había crecido en el último tiempo, pero aún no alcanzaba una longitud suficiente para recogerlo. Siempre lo llevaba al ras del cuero cabelludo, debido a que el agua potable era exigua en ‹‹Las Ruinas›› y era mejor tenerlo así o raparlo en su totalidad. De esa forma no debía lavarse seguido, se evitaban nudos y, sobre todo, piojos. Porque si bien los recursos escaseaban, las plagas abundaban. Piojos, pulgas, garrapatas y demás parásitos habían proliferado a causa del calor y la suciedad. Aunque muchas de las enfermedades conocidas habían sido erradicadas debido a las guerras, que menguó la población.

Era posible que en algunos lugares algunos virus hubieran sobrevivido, pero no en el área donde vivía. Allí no había una cantidad considerable de habitantes y todos estábamos relativamente sanos. Solo debíamos preocuparnos de no contraer bacterias o parásitos por beber agua contaminada o comer carne en mal estado.

Las infecciones eran otra cosa de cuidado. Los medicamentos faltaban, las plantas medicinales eran pocas y no todos las conocían. Mi madre y yo éramos afortunadas en ese aspecto, porque mi padre venía de un linaje de boticarios, además él mismo era farmacéutico, y nos había enseñado todo lo que sabía sobre aquellas, así que podíamos compartir nuestra sabiduría con quien necesitara.

Llegó a mi mente la imagen del obrero rogando por un medicamento para sanar a su hijo. Enfermar en ‹‹El Refugio›› era igual que en ‹‹Las Ruinas››. La diferencia estaba en que control de la vida lo tenía Argos y no la naturaleza. Él racionaba las medicinas, él decidía si vivías o morías.

La puerta se abrió de pronto e ingresó Darius, tan manso y simpático como un perro de caza. Me ladró que me diera prisa, que era momento de irnos.

—Quizá seas invitada de ‹‹Mi Señor›› pero no voy a pasarme la vida esperando, o sales o te saco a jalones del cuarto.

¡No aguantaba las amenazas de ese tipo! ¡Lo odiaba! Pero, pese a todo y considerando que, por más título de invitada que me pusieran, aún era la esclava del tirano, debía mantener un pensamiento optimista y sobre todo, no podía perder la esperanza.

Después de todo aún podía contar con la ayuda de un ángel.

—¡Por fin sales! Ya me estaba haciendo viejo—se quejó Darius quien, pese a su flamante traje, no era precisamente un quinceañero—. No pierdas más el tiempo y muévete. No querrás hacer esperar a ‹‹Mi Señor›› como me has hecho esperar a mí.

‹‹Mi Señor›› de aquí, ‹‹Mi Señor›› de allá. Ya me estaba fastidiando tanta alcahuetería. Sumado a eso, el jefe militar venía solo.

¿Dónde estaría Daniel?

‹‹¿Y si ha intentado escapar y los guardias lo han apresado y lo están torturando hasta matarlo?›› Pensé, con desespero.

No...no era algo probable. Él era el único que conocía la ubicación exacta a la tal ‹‹Tierra Mítica››.

‹‹Mejor tranquilízate Alise y ya deja de pensar estupideces›› Me ordené a mí misma.

Entonces lo vi, al pie de la escalera por la que estábamos descendiendo, perfecto cual Adonis. Aunque esa no era novedad.

También iba vestido de gala y, a diferencia de Darius, a él sí le sentaba el traje. El mismo era negro como el ébano, tonalidad que hacía resaltar el color marfil de su piel.

Por efímeros segundos, mis ojos se anclaron en el océano de los suyos y sentí que el mundo desaparecía en su presencia.

Quería hacerle tantas preguntas importantes, pero... ¿cuáles eran? No podía recordarlas.

—Hola Alise —musitó, cuando estuve frente a él. ¡Mi nombre en sus labios sonaba tan armonioso!—. ¿Qué te has hecho? Te ves... diferente—finalizó. Entonces sus palabras se transformaron en dagas afiladas que atravesaron la burbuja de fantasía en la que flotaba. El impacto con la realidad fue abrupto.

‹‹¡Qué me veo diferente! ¡Ni bonita o linda! Solo diferente... Daniel púdrete.››

No sabía con precisión cuáles eran los motivos de mi enojo, pero ahí estaba el mal humor, carcomiéndome. Intenté, sin embargo, mantener una máscara de templanza. Incluso reprimí el mordaz comentario que se estaba deslizando por mi garganta. Bueno...casi.

—También estás distinto. Al menos ya no te ves como pervertido y te encuentras decentemente vestido.

El ángel esbozó una mueca torcida que alteró la pasividad de su celestial rostro. Aquello me causó cierto regocijo. Estábamos empatados de momento.

—¿Qué esperan ustedes?—apremió Darius—No tenemos tiempo para coqueteos infantiles.

¡¿Coqueteos infantiles?!

‹‹Es obvio que este bárbaro no puede entender el noble idioma de los ángeles porque, de hacerlo, se daría cuenta de que aquí nadie está coqueteando.›› Me quejé por dentro.

—Díselo a él, es quien demora.

Destiné una mirada displicente a ambos hombres y me adelanté a la salida.  

—¡Bah, mujeres! A ti nadie te entiende angelito, pero a su especie, mucho menos—escuché murmurar a Darius.  

Místicas Criaturas. El RefugioWhere stories live. Discover now