Reinado de la Oscuridad. Parte III

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Daniel me contó que ese reino era un pasaje de tránsito obligatorio hacia ‹‹Tierra Mítica››

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Daniel me contó que ese reino era un pasaje de tránsito obligatorio hacia ‹‹Tierra Mítica››. Además me reveló que su plan consistía en tenderle una trampa a Argos en ese sitio inhóspito, el cual era desconocido por el tirano (en efecto el ‹‹Libro del Apóstol›› que él tenía, poseía información incompleta)

››Debes quedarte cerca de mí a partir de ahora, Alise—añadió el celestial en tono serio. A continuación, me rodeó con su brazo, atrayéndome hacia su cuerpo de modo protector—. Mis alas nos alertarán si hay peligro cerca.

—¿Te refieres a que empezaran a general electricidad?—observé.

—Eso es propio de este lugar—comunicó—En general solo emiten un tenue fulgor, entre azul y plata.

Asentí.

—A todo esto, ¿dónde está el resto de la tripulación?

En realidad la única que me importaba era Vera. Su ausencia era la razón por la que me sentía inquieta y preocupada.

Daniel abrió la boca para responder pero, en ese instante, Argos y su comitiva se materializaron en nuestro campo de visión.

Venían a pie.

Sentí pena por los caballos. Probablemente ya eran alimento de las serpientes marinas y de quién sabe qué otras criaturas monstruosas.

—Daniel y... Alise. Me alegro que ambos se encuentren a salvo—expresó el soberano de ‹‹El Refugio››, al llegar a nuestro encuentro.

Él no se veía tan mal en ese reino, estaba hecho a su justa medida.

‹‹¡Ojalá se quede aquí para siempre!›› recé.

—¡No es gracias a ti, cretino!—soltó Daniel.

Los militares estaban estupefactos.

‹‹¡¿Cómo es posible?!›› ‹‹Entiendo lo que dice››

‹‹¡Oigo su voz!›› murmuraban.

—¡Claro que pueden oírme! Este es un mundo mágico, idiotas—señaló mi compañero, con desdén.

—Daniel, querido, deberías cuidar tus modales. Entiendo tu enfado, pero te expliqué antes que no fue culpa mía que tu amiga no bajara al búnker. Dimos la alarma, todos descendieron al refugio, a excepción de ella—indicó Argos, imperturbable.

¡Era inútil que siguiera guardando su papel de buen samaritano! Todos sabíamos que era tan demoníaco como los malignos habitantes del ‹‹Reino de la Oscuridad››

—¡No oí ninguna alarma!—vociferé.

—Porque se encargaron de eso, obvio—sentenció Daniel—. ¿En serio creíste que si ella moría yo seguiría ayudándote?—increpó, al impávido Argos.

—¡No te permito que dudes de mi palabra!— reprochó aquel, elevando el tono de su voz. La tensión comenzaba a palparse con más intensidad—. Además, ella no corría ningún peligro real. ¡¿Cómo podría?! Recuerdo bien que nos aseguraste que la magia se encargaría de protegernos. A menos que hubieras mentido al respecto.

¡Maldición! ¡Sí que era taimado!

—La magia permite cruzar a salvo el portal—explicó Daniel, posicionándose frente a su oponente. Aunque Argos era alto, la esbelta figura del ángel lo cubría casi por completo y su voz parecía empequeñecerlo—, pero a partir de ese punto todo depende exclusivamente de mí —. Sus orbes desprendían chispas azules, al igual que sus magnas alas—. Por lo que te sugiero que me mantengas feliz, sino quieres ser tú quien muera aquí.

Era un hecho que Daniel ya no era el mismo muchacho maleable e inofensivo de antes (aunque nunca lo había sido totalmente), sino todo un ángel temerario, uno que podría hacer trizas al tirano con tan solo un plumazo.

Pero aquel seguía siendo astuto...

Tras aquellas palabras de amenaza, desenfundó la espadilla de Evelia (la que me había robado) y comenzó a hacerla girar entre sus dedos.

—Darius, tráela—ordenó, y su perro se abrió camino entre sus compañeros hasta llegar a Vera.

En tanto, los soldados también habían adoptado una postura defensiva. Aunque en tierras extrañas, Argos seguía siendo un rey y un dios para ellos.

—Vera...—musité, cuando estuvo frente a nosotros.

Mi odio hacia su esposo aumentó de forma considerable, cuando deslizó la punta acerada de la espada por su cuello, infligiendo un delgado corte en su fina piel.

—Ya que pareces ansioso por ver sangre, querido, te puedo complacer ahora—afirmó, cínico. Mi tía soltó un jadeo. En ese sitio se la veía más débil y vulnerable que en la embarcación, más ‹‹enferma››—. A mi esposa no le importaría morir, ¿verdad Alise?—. Sonrió de forma descarada—. Aunque, la verdad, preferiría no asesinarla. Le hice una promesa y yo ‹‹sí›› cumplo mis tratos—. Sus ojos de obsidiana estaban puestos en Daniel. De hecho, sus siguientes palabras, estaban dirigidas sólo a él—. Por otro lado, a tu ‹‹noviecita›› tampoco le sentaría bien la muerte a su única tía, así que te sugiero que reprimas esos arrebatos de osadía y guardes tus ‹‹habilidades›› para mantenernos a todos salvo.

‹‹¡El muy miserable lo sabe! Sabe absolutamente todo›› pensé con terror.

—Maldito y despreciable hijo de... —Daniel brillaba de pura rabia. Avanzó hacia Argos con determinación, lo que provocó que aquel se replegara, escudado tras su conyugue.

—¡No Daniel! No lo hagas, por favor...—supliqué, tomándolo del brazo para detenerlo.

Lo que Argos tenía de maligno lo tenía de manipulador. Era impasible, metódico y sobre todo hábil. No se podía subestimar su inteligencia.

Daniel también era astuto, pero temperamental e impulsivo y, por eso, no medía las consecuencias de sus acciones.

Por fortuna, ante mi petición, se detuvo.

—Gracias—susurré.

Sabía lo mucho que le disgustaba someterse y también era consciente de que lo hacía solo por mí. Tal gesto acrecentaba mis sentimientos de afecto hacia él, así como también mi culpa.

—¡Qué bueno que entraras en razón, querido!—Argos envainó la espada, volviendo a su ‹‹pacífica›› postura original—. Resueltas estas cuestiones, es hora de emprender la marcha. No deseo que esas criaturas monstruosas nos sorprendan merodeando por aquí—Acto seguido entregó a su esposa al ‹‹cuidado›› de Darius—. A partir de ahora, la vida de ambas—agregó, en referencia a mí y a mi tía—, está en tus manos.  

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora