Agua de vida. Parte II

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En el cielo la atmósfera estaba impregnada de pálidos  destellos que obstaculizaban la visión

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En el cielo la atmósfera estaba impregnada de pálidos destellos que obstaculizaban la visión. Mis ojos captaban siluetas incandescentes moviéndose bajo aquel océano resplandeciente.

No obstante, la sensación de volar era placentera, tenía un grato sabor a libertad.

Iris viajaba a mi lado a lomo de Dulcinea. Se la notaba feliz. Era posible que el ascenso le recordará épocas en las que portaba sus propias alas.

Poco a poco fuimos perdiendo altura y el entorno adquirió mejor definición.

Aterrizar en una explanada, ubicada al pie de aquella cordillera acerada.

No muy lejos se alzaba a una acogedora cabaña que se mimetizaba con el paisaje circundante.

Una vez que me hallé en la seguridad del suelo, nos aproximamos a la construcción. La misma parecía haber sido tallada en la montaña, aprovechando sus minerales y firmeza de manera que, además de lucir hermosa, la casa era una verdadera fortaleza.

Los árboles crecían en rededor y las ramas más bajas acariciaban el techo, el cual estaba cubierto de musgo y hojarasca. Flores silvestres bordeaban el sendero de piedras relucientes que conducía a la entrada.

—¡Bienvenida a mi hogar Alise!—anunció Iris e hizo un ademán par que la siguiera al interior.

¡Todo era maravilloso!

Me asombró lo espaciosa que era la cabaña, que se extendía en la profundidad del macizo. Además, el interior conservaba la misma apariencia natural de la fachada. Era evidente que Iris, al igual que los seres creados por ella, disfrutaban del contacto con la naturaleza.

Me pregunté entonces ¿cuál sería el sitio de residencia de los ángeles?

En la noche el éter era su refugio, se posaban allí como noctambulas mariposas plateadas, pero desconocía dónde se hallaban durante el día cuando no combatían demonios, montaban guardia o guiaban a los seres sobrehumanos a través de los portales.

Respecto a estos últimos, capté una abertura refractante en una de las rocosas paredes que llamó mí atención.

—¿Es un portal?—indagué.

—Así es, y nuestra puerta de acceso al sitio prometido.

El pasaje había resultado breve y ascendente, como viajar en elevador.

Diminutos fragmentos de hielo comenzaron a caer del cielo, formando un espeso manto algodonado, ya que la nevisca cubría la totalidad del piso con aquellas partículas cristalinas.

Los árboles y arbustos engalanaban sus follajes con adornos diamantinos y con jirones brumosos que quedaban enganchados de las ramas bajas.

La imagen era una perfecta visión en blanco, y otorgaba la sensación de paz.

A pesar de que todo el paisaje estaba cubierto de nieve, el aire no era gélido. Todo en ‹‹Tierra Mítica›› parecía hecho con sumo cuidado, pensando en el bienestar de sus habitantes. La temperatura siempre había sido la adecuada, el fuego no quemaba, y la luz del sol no dañaba los iris.

Una senda nos condujo hacia un extenso campo inmaculado y vibrante.

Apenas puse un pie en aquella alfombra nevada, cientos de pequeñas avecillas de plumaje albino surgieron de los copos de nieve, formando tupidas nubes emplumadas.

Más tarde llegamos a un llano despejado. Incluso las nubes viajeras se habían esfumado por completo, permitiendo mayor visibilidad.

Los árboles seguían conservando sus blancas copas cubiertas de pequeñas joyas brillantes pero, en esa zona, el suelo era de hielo en su integridad.

El agua endurecida destellaba como un diáfano espejo, una lámina cristalina sobre la cual yacían inmóviles, como exquisitas estatuas congeladas, los ángeles de ‹‹Tierra Mítica››.

Sus descomunales alas se hallaban desplegadas en toda su gloria, tan luminiscentes como sólidas.

Comprendí que ese era su auténtico hogar. 

 

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