Éxtasis. Parte I

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Los sueños, o visiones (ya no podía negarlo) que había tenido, habían resultado reveladoras.

Sin planearlo, había develado la debilidad del tirano y su secreto mejor guardado: estaba enfermo y muriendo. De ahí su afán en encontrar el agua de la inmortalidad.

Una vez más desee ver a Daniel y, por primera vez, el mezquino destino se puso a mi favor, cuando la puerta se abrió y él ingresó al cuarto.

—¿Finalmente recordaste el tramo hacia mi habitación?—cuestioné, algo resentida.

—Sé que estás enfadada conmigo por varios motivos —‹‹Sus dones de adivino son fascinantes›› pensé—. Y también sé que tienes muchas preguntas que hacerme— Eso también era obvio—. Prometo responder a tus interrogantes, sin condiciones, pero no aquí... el palacio no es seguro. Acompáñame a dar un paseo por el jardín.

No debí meditar su propuesta. Necesitábamos hablar. Tomé una chaqueta, ya que había anochecido y salimos.

—Espero que tus respuestas sean mejores que tus disculpas—espeté, antes de atravesar la puerta.

El cielo estaba despejado y claro, por efecto de la luz de los chispeantes astros, y la brisa era apenas una caricia pasajera.

Daniel avanzó las arcadas de rosales, que formaban un laberinto fragante, y comencé a seguirlo manteniendo unos pasos de distancia.

Los capullos irradiaban un brillo singular bajo la luna, la cual les confería mayor encanto.

Después de unos cuantos minutos de andar en silencio, nos detuvimos frente a una de las fuentes, la más alejada del edificio.

Tomé asiento en el borde de granito, a su lado y de espaldas a la figura del otro ángel, mucho más pétreo y regordete que Daniel.

Diminutos pececillos nadaban entre las plantas acuáticas, enviando destellos plateados fuera del agua.

—Quiero pedirte disculpas —inició. No sabía si estas habían sido motivadas por mi reclamo anterior, o nacían de él, pero igual resultaron gratificantes. En la noche, su rostro resplandecía por efecto de su propio brillo opalino y sus ojos fulgidos se asemejaban a dos piezas de joyería. En cierto sentido, su imagen parecía surrealista—. Soy consciente de que debí ir a verte ni bien salimos del despacho de Argos, pero no quería levantar sospechas. Además, deseaba desvincularte de mí cuanto antes porque, contrariamente a tus creencias, permanecer cerca no contribuye a tu seguridad en este momento.

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora