El viaje. Parte I

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De nuevo en el lúgubre pasadizo, nos dirigimos hasta la planta baja

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De nuevo en el lúgubre pasadizo, nos dirigimos hasta la planta baja.

Salimos, por una abertura, a la parte trasera del palacio. El pasaje estaba oculto por tupidas enredaderas y enmarañados espinos de frutos anaranjados, que olían a zorrillo.

A pesar de que tuve cuidado de las espinas, una me rozó la piel al salir y dibujó una alargada línea rosada que se inflamó rápido, adquiriendo el aspecto de una lombriz.

—No te preocupes, los espinos no son venenosos. La marca se irá al cabo de un rato, lo mismo que el ardor —explicó Vera, notando mi rostro de preocupación—. Yo misma sembré las zarzas para que nadie se acerque, de hacerlo la planta los alcanzaría y estarían en serios problemas.

—Hablas como si tuviera inteligencia propia —señalé, abanicando mi herida.

—¡Y la tiene, pequeña! Fue sembrada aquí para defender esta salida y cumple su tarea a la perfección.

—Admito que fue gran idea. Francamente no creo que nadie quiera tener su piel inflamada y menos apestar a zorrino—admití, frunciendo la nariz.

Resultó que el jardín trasero del castillo estaba a pocos pasos de los establos.

A la luz de un insipiente sol, que se asomaba perezoso por la delgada línea del horizonte, alcancé a divisar las siluetas de varios caballos de distintas razas.

Vera se detuvo frente al establo y emitió un silbido suave.

Un majestuoso corcel apareció y trotó grácil en nuestra dirección. Una vez frente a nosotras frenó su rítmico paso, y se inclinó en una digna reverencia.

—Hola Starlight —saludó la fémina, acariciando la cabeza del semental. El equino relinchó complacido ante la muestra de afecto—. Te presento a Alise, la señorita a quien acompañaras en este viaje—informó. Le hablaba al caballo como si fuese capaz de entenderla.

Starlight se acercó hacia mí y me animé a frotar su cabeza. Esta vez, respondió con un animado relincho.

—¡Hola bonito!—susurré.

—Le agradas—declaró Vera. El sentimiento era mutuo.

Acto seguido, le comunicó al corcel algunas indicaciones. Después colocó la silla de montar y me animó a subir a su lomo.

—¡Buena suerte! Nos veremos pronto pequeña—profesó.

—Así será Vera—confirmé. Necesitaba mantener el optimismo—. Y una vez más, gracias.

No demoramos en salir de ‹‹El Refugio››.

La escasa luz matinal, solapada por los poblados árboles de aquel bosque adormilado, ocultó nuestra huida.

Marchamos por un sendero intransitado, un camino alterno, más sinuoso y abrupto, que nos llevó directo al valle. Desde allí, la ruta a las montañas resultaba más expuesta, pero era mucho más rápida y cómoda.

Tras cruzar el pasadizo rocoso, (el cual no estaba vigilado, pues la mayoría de los soldados habían partido en la expedición con el tirano) el sabor a la libertad invadió mis pulmones. Se sentía bien respirar ese aire, así estuviese cargado con la arena y sequedad propia del desierto.

En cuestión de horas, atravesé kilómetros de vastos parajes, dado que Starlight era una criatura veloz, además de inteligente. Conocía el camino que nos conduciría hasta el portal a la ‹‹Tierra Mítica››, por lo que no debí guiarlo.

Nos deteníamos solo a beber agua y comer para reponer energías pero, en general, nuestra andanza era constante.

Cuando la línea del horizonte se unió con la costa, el caballo ralentizó la marcha, indicando que había concluido nuestro viaje.

El febo se encontraba en su cenit, iluminando el ancho océano.

Jamás en toda mi vida había visto algo como aquello, al menos no en persona. Solo conocía el mar a través de las fotos de mis libros o los recuerdos de mis padres, pero la sensación de estar allí era muy diferente.

El acuoso manto encandilaba, por efecto de la luz que refractaba sobre aquel como si fuera un espejo.

El aroma a salitre impregnaba la atmósfera, y la fresca brisa arremolinaba las olas, las cuales socavaban con furia los acantilados. Otras, más calmas, acariciaban la playa, dejando un collar de perlas esparcido sobre la arena.

Era una escena digna de admirar. ¡Lástima que todo fuese una ilusión!

Más allá del primer encanto, comencé a darme cuenta de que, tanto la playa como el mar, estaban contaminados.

El agua tenía un tinte negro verdoso. Restos de chatarra flotaban, aquí y allá, o se aglomeraban cerca de los despeñaderos de las orillas, enredándose entre las algas y los viscosos tallos de las plantas acuáticas.

A lo lejos, alcancé a vislumbrar un barco anclado junto a un viejo muelle.

Solicité a Starlight que me acercara. Tomamos la ruta cercana a los despeñaderos pues nos guarecían de la vista del enemigo.

El monstruo metálico se mecía leve, mientras el oleaje lamía su oscura coraza. La nave estaba custodiada por algunos soldados, que deambulaban por el muelle. Otros militares estaban descargando las últimas provisiones e insumos de los vehículos y los subían al navío.

La embarcación era magna, acorazada, semejante a un barco de guerra que, pese al notable deterioro, aún se mostraba resistente.

¡¿Cómo haría para llegar al barco sin ser vista?!  

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora