Reinado de la oscuridad. Parte II

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—¡Alise, abre los ojos!

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—¡Alise, abre los ojos!

La claridad me encandiló al abrirlos. Pestañeé un par de veces, para adaptarme a la luz, y distinguí el rostro de Daniel que me observaba desde arriba. Estaba recostada sobre una superficie blanda, inconsistente.

Aunque mojada, al menos seguía con vida.

—¿Estás bien?—indagó, con gesto preocupado—. Apóyate en mí para levantarte. —Me tendió una mano y la tomé para incorporarme. No experimentaba signos de estar herida, pero me encontraba algo mareada y confusa. Sobre todo en lo concerniente al entorno—. Debemos salir de la playa rápido, no es segura la orilla—apremió.

Miré hacia mis laterales. Una franja oscura se extendía por el borde de un mar de embravecidas aguas, negras como turmalina, hasta donde mi vista alcanzaba.

El cielo estaba cubierto por nubarrones. Lo que parecía ser el febo, un minúsculo disco color rojizo, se traslucía en aquel manto vaporoso. Sus rayos lo rasgaban por tramos y la luz se derramaba por aquellas fisuras como sangre escarlata.

Sobre la arena sombría, yacían desperdigados los despojos que había escupido la nave. Todo el mobiliario se había reducido a un montón de fierros retorcidos y madera astillada.

El barco aún flotaba sobre las apagadas aguas, sin grandes daños aparentes, aunque mecido de forma incesante por el encrespado oleaje.

La superficie terrestre era pedregosa y, a simple vista, parecía hallarse desprovista de vida animal y vegetal.

Una montaña se erguía a la distancia, como un gigantesco monstruo de cuerpo atezado, que lanzaba humo espeso por sus fosas nasales.

Medité que podría tratarse de un volcán en actividad.

El paisaje era monocromático, un ajado lienzo tiznado. Una capa basáltica cubría el terreno; razón sobrante para pensar que aquel volcán había entrado en erupción con antelación. Lo más probable era que la vida se encontrara sepultada, bajo aquella corteza negruzca e infausta.

—¿Puedes caminar?—averiguó Daniel.

Asentí, tras alejarme de la orilla.

Al volver la vista hacia el ángel, focalizándome en él por vez primera, noté que estaba radiante; brillaba, literalmente hablando.

Chispas de luz azul saltaban de sus alas. ¡Sus alas!

No me había percatado en medio de la tempestad, pero las había recuperado y, en ese momento, las exhibía en todo su esplendor.

También noté que llevaba puesta la ropa de combate, aquella que se asemejaba a una cota de malla—aunque más cómoda y flexible— la cual se adaptaba a la perfección a su figura.

Extendí mi mano para tocarla por primera vez.

Su textura era suave, diseñada con una especie de tela reflectante, tornasolada.

—¡Has recuperado tus alas!—expresé en voz alta.

—Sin ellas el portal no se abría—explicó, al llegar hasta los acantilados.

¡Justo a tiempo!

Del aquel tenebroso océano emergió una serpiente marina de tamaño descomunal, con dos diamantinas y horrorosas cabezas. El ponzoñoso animal abrió ambas fauces a la vez, enseñando sus mortíferos dientes puntiagudos, al tiempo que avanzaba, agitando aún más el oleaje. Se dirigió a la embarcación, enroscándose en ella, triturándola como si fuese un trozo de cristal, para luego arrastrarla hacia lo profundo.

—¿Qué es eso? ¡¿Dónde rayos estamos?!

—Eso era una serpiente marina de origen demoníaco, una ‹‹hydra››, para términos prácticos—informó el alado—. En cuanto al lugar donde nos encontramos, los seres míticos llamamos a este mundo ‹‹Reinado de la Oscuridad››

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora