La bestia. Parte II

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Los ojos de la bestia eran de un profundo matiz granate, y destellaban en la oscuridad como las brasas

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Los ojos de la bestia eran de un profundo matiz granate, y destellaban en la oscuridad como las brasas. Tenía el pelaje crespo, ennegrecido y enmarañado, en sintonía con la noche. Sus garras, curvas y afiladas, se enterraban en la grava con facilidad, arrancando pedazos de piedra como si de polvo se tratara. Un halo vaporoso y maloliente brotaba de sus fauces abiertas, donde asomaban hileras superpuestas de puntiagudos colmillos.

La criatura, que había caído en cuatro patas, se irguió a la brevedad duplicando su tamaño. Parecía un gigantesco grizzly del infierno.

Emitió un gruñido prominente, como si estuviese invocando a todas las huestes demoníacas. El alarido se alzó sobre los gritos y ruegos de la muchedumbre aterrorizaba, que había comenzado a disiparse.

Estimulada por el movimiento, la bestia se lanzó contra el grupo de soldados más próximo.

En pocos segundos, sus garras despedazaron la carne, haciendo volar sus viseras por el aire.

Otro grupo había comenzado a dispararle, sin éxito. Las manos temblorosas de los soldados fallaban, dando como resultado un tendal de cuerpos mutilados.

La sangre salpicaba las rocas y teñía el suelo, ofreciendo un macabro fresco color carmesí.

Un militar logró un disparo certero pero, aunque la bala traspasó la gruesa piel del engendro, no le ocasionó un daño considerable.

El leviatán herido se tornó más furibundo, y atacó al oficial que terminó estrellándose contra las rocas, como un costal de huesos.

Más balas impactaron contra el cuerpo de la bestia, como una lluvia de acero y fuego, generando un pequeño retroceso. No obstante, era imposible lograr su deceso usando municiones mundanas.

En un nuevo arremetimiento por parte del monstruo, varios militares quedaron inconscientes tras impactar contra el suelo de canto; otros yacían malheridos por efecto de las cortadas producidas por sus garras y dientes y los afilados guijarros que nos rodeaban.

Daniel intentaba resguardarme tras sus fulgurosas alas que servían como un poderoso escudo y por eso no había intervenido en la contienda. Aunque imaginaba que su falta de acción era a priori. Con suerte, el demonio se encargaría de menguar las tropas del tirano, o incluso a él mismo.

Traté de ubicar a Argos entre la atormentada multitud. El jefe militar había tomado su rifle y, con la precisión de un cazador entrenado, propinaba varios disparos certeros en el cuerpo de la criatura. De las heridas no brotaba sangre, sino un líquido más espeso y humeante que parecía lava.

La bestia aullaba de dolor. Se sacudía y retorcía, salpicando con aquel fluido ardiente a los soldados más próximos.

Más gritos y sollozos de agonía poblaron las tinieblas. Mi corazón estaba conmovido ante la desgarradora escena. Por más malvadas que fueran esas personas, eran seres humanos y, durante toda mi existencia, yo también me había considerado una.

Observé que el leviatán giraba en dirección a Argos, focalizando sus coléricos ojos en el responsable de los disparos. Comenzó a avanzar hacia él, abriendo sus enormes mandíbulas, haciendo destellar sus colmillos en la penumbra.

‹‹¡Lo va a matar!›› pensé.

Argos había comenzado una apresurada retirada, y había conseguido llegar la improvisada celda donde mantenía cautiva a su esposa. El monstruo no hubiera podido verla de no ser por él. Por su culpa serian dos las víctimas que se cobraría.

—¡Daniel haz algo!—supliqué—El demonio va a matar a...

Místicas Criaturas. El RefugioWhere stories live. Discover now