La bestia. Parte III

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A mitad de la frase descubrí que Daniel ya no estaba a mi lado

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A mitad de la frase descubrí que Daniel ya no estaba a mi lado.

El ángel había comenzado a avanzar a toda velocidad hacia la bestia, aunque esta ya había atacado a Vera, a quien Argos había usado, una vez más, como armadura.

Me estremecí ante la posibilidad de perderla.

Tomando impulso, Daniel saltó sobre el pedregal desplegando sus descomunales alas y logró posicionarse entre ellos y el ser infernal. Entonces abrió su boca y comenzó a emitir un potente sonido, una aguda y martillarte nota que provocó que todos nos replegáramos, al tiempo que cubríamos nuestros oídos para que el estridente sonido no nos perforara los tímpanos.

El demonio tuvo la misma reacción, con la diferencia de que no tenía manos, aunque empezó a encorvarse sobre sí mismo, dando bruscas sacudidas con la cabeza, intentando quitarse el punzante dolor de encima. Gemía, y se doblaba, incapaz de concentrarse y atacar a su adversario, por efecto del aturdimiento.

El celestial llevó la mano hacia sus alas y arrancó una de las alargadas plumas color plata. La blandió en el aire, como si fuera una espada, y un destello zigzagueante como un rayo, fisuró el velo de sombras. A continuación, levantó vuelo y hundió la larga pluma, que había transfigurado en una daga, en medio del lomo de la bestia.

Tras un único y atroz rugido de dolor, esta cayó al suelo, mientras sus fulgurantes orbes se apagaban y el movimiento de su tórax cesaba tras un último exhalar.

Las alas de Daniel se oscurecieron, tornándose de plata oscura. Con destreza, saltó del lomo de la criatura, desenterrando la pluma-espada. El arma se consumió, tras ser liberada, convirtiéndose en polvo brillante, que se elevó por el aire hasta perderse en las alturas, guiada por la mano invisible de la brisa nocturna.

De inmediato, salí impulsada a su encuentro.

—¡Eso fue sorprendente!—exclamé. Ambos nos fundimos en un abrazo duradero.

—No estuvo nada mal—admitió Argos, que estaba ileso para mi mala suerte—Cumpliste tu palabra de mantenernos a salvo.

—No lo hice por ti cretino, fue por ellas—aclaró Daniel, frunciendo el gesto.

—¡Señor está bien!—expresó Darius, que también había resultado incólume.

—¡¿Dónde estabas inútil?!— rugió el tirano, descargando su frustración contra su subordinado.

—Yo...estaba al cuidado a prisionera ‹‹Mi Señor››, pero cuando oí el alboroto fui a su encuentro. Mi prioridad es mantenerlo a salvo.

Semejante muestra de cobardía —de ambas partes— me hubiera resultado divertida en otra situación, pero en ese momento solo podía pensar en mi tía.

Los efectos de la batalla eran devastadores.

Los pocos soldados que habían resultado ilesos, habían comenzado a ayudar a los heridos.

El grupo se había reducido de forma considerable, pero aún era significativo.

Me acerqué a Vera. Su ropa estaba rasgada, pero la sangre de la herida había comenzado a mermar.

—¿Cómo te sientes?—pregunté, ofreciéndole una cantimplora con agua.

—Mejor de lo que me veo a simple vista—comentó, formulando una pequeña sonrisa. Su sentido el humor era una buena señal.

—Cuando lleguemos a ‹‹Tierra Mítica›› mejoraras del todo—dictaminé—. Recuerda que allí está el elixir.

Ella solo asintió. Se la notaba cansada. Todos lo estábamos, pero no podíamos darnos el lujo de descansar más.

Varias vidas se habían perdido en el ataque y ninguno de los soldados había sido sepultado, en el apremio por marchar. Argos así lo había dispuesto, ya que no quería seguir exponiendo su vida.

Me pregunté si los jóvenes fallecidos estarían en un mejor lugar en ese momento. Aunque ver sus cuerpos destrozados y mutilados, tendidos en esa tierra hostil, provocaba que cualquier pensamiento optimista desapareciera de inmediato.

Quizá sus almas hubieran partido a una especie de paraíso, o lo que sea que hubiera después de la vida para los humanos, pero sus cuerpos permanecerían para siempre en ese infierno.

Místicas Criaturas. El RefugioWhere stories live. Discover now