La Tierra Mítica. Parte II

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—¡David! Es genial volver a verte

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—¡David! Es genial volver a verte. ¿Cómo has estado? —Daniel esbozó una sonrisa amplia, mientras abrazaba a su hermano—. Ellas son Vera y Alise. —Hizo un gesto abarcativo.

—No tan bien como tú, evidentemente—bromeó David—. Es un placer conocerlas señoritas. ¡Sean bienvenidas a la Tierra Mítica! —Inclinó su cabeza haciendo una reverencia —. Necesitaré que se registren antes de dejarlas pasar. Algo meramente burocrático, para los registros eternos y el control del censo poblacional.

‹‹¿Es en serio?››

Su expresión indicaba que sí.

—Nada de registros, hermano—declaró Daniel.

Su compañero había materializado un libro de encuadernado blanco, con el grabado de una par de alas doradas en la portada (al parecer, aquello de ‹‹las alas›› era una especie de marca registrada de los seres divinos en sus obras impresas), el cual me recordó al ‹‹Libro del Apóstol››.

—Sabes que es obligatorio registrarse. No puedo hacer excepciones, ni romper las reglas—sentenció el ángel, serio—. Así que, por favor, no empieces con cuestionamientos porque no he tenido un buen día. Iris ha estado muy alterada por tu cul...

—Conozco las reglas —interrumpió el aludido—. No te pido que las rompas bro, solo digo que no es necesario que se registren porque ellas no se van a quedar con nosotros de forma permanente.

—¿No? —El ángel parecía decepcionado.

—Son solo ‹‹invitadas temporales›› en nuestro hogar. Han venido a hablar con nuestra madre sobre ciertos asuntos urgentes en la tierra que requieren su intervención —explicó Daniel con tranquilidad. David, en tanto, dibujó un gesto de alarma.

—¡Por Iris! ¡Haberlo dicho antes! Siendo así pueden pasar. Pero antes, al menos me dejan aquí impresa su huella dactilar—Señaló el manuscrito.

Mi ángel puso los ojos en blanco. Su amigo era imposible de corromper. Igual de necio que él, pero con aires más solemnes y formales.

Vera y yo nos ‹‹registramos›› al fin, dejando nuestra huella en el libro sacro, mientras Daniel y David iniciaban un peculiar ‹‹juego›› entre ellos.

Al igual que dos niños, habían empezado a forcejear, fingiendo una especie de lucha, en medio de risas y unas (para nada inofensivas) maniobras de combate.

Al parecer no importaba la especie a la cual pertenecieran, los hombres siempre serian hombres.

Después de unos cuantos minutos, el celestial, al cual no se le habían alborotado ni uno solo de sus impecables cabellos, habló:

—Ahora sí, todo listo. Pueden pasar señoritas. Disfruten su estadía y recuerden que estoy a sus servicios —Sonrió mostrando una hilera de inmaculados dientes, al tiempo que guiñaba, con total galantería.

Podría jurar que Vera le devolvió el guiño.

Entramos.

Del otro lado del portón reinaba la vida. Vida en su sentido más puro, natural, fuerza vital que se extendía a lo largo y ancho de todo el lugar.

Sonidos, colores, aromas, se mezclaban en perfecta sincronía.

Desde nuestra posición, sobre una colina, vislumbré un extenso prado cubierto de azares silvestres. La imagen parecía formar parte de un óleo donde el artista había dado pequeños toques de pincel, veteando el lienzo con tonos rosas, lilas, rojos, anaranjados, amarillos y blancos.

Avisté un inmenso lago espejado cuyas aguas desprendían destellos hacia el cielo. Más allá de este se extendía un frondoso bosque multicolor, con follajes dorados, ambarinos, amarillos, carmesíes, anaranjados, verdes variados e intensos, y frondas violáceas, magentas, rosadas y azuladas. Era mi paleta favorita hasta el momento.

La foresta estaba rodeaba por sierras bajas, cuyas cimas el viento había moldeado con docilidad tornándolas redondeadas. Allí, donde los rayos se posaban, adquirían un tinte bronceado, áurico.

Detrás de las mismas se alzaban los picos más altos, escarpadas montañas coronadas de nieve que se asemejaban a agujas plateadas, tan altas que parecían rasgar el firmamento.

Miré hacia el cielo y me di cuenta de que este el sol era diferente, similar a una inmensa gema diamantina.

Sus rayos de oro blanco no eran dañinos a la vista, de manera que podía apreciar, sin riesgo, aquella imagen deifica.

—¿Extraño, verdad? —susurró Daniel, quien se había acercado por la espalda y me había tomado por la cintura, pegando mi cuerpo al suyo. Todo mi ser se había estremecido ante su contacto.

—Es raro sí...—La voz me fallaba un poco. De nuevo estaba hiperventilando—Y bello...como tú.

Sus tiernos labios depositaron un suave beso en mi mejilla.

‹‹Y como tú›› murmuró, solo para que yo lo oyera.

—El cielo en ‹‹Tierra Mítica›› es distinto al de la tierra —explicó en voz alta, incluyendo a Vera—. El sol es nuestra gema más pura. Una fuente de energía inagotable e inalterable. La intensidad de la luz se modifica conforme pasan las horas, pero el febo no se mueve. Algunos dicen que parte de la esencia vital de Iris yace en su interior. Aunque habita en todos nosotros, de hecho.

Cada vez que Daniel hablaba de Iris, aumentaban mis deseos de conocerla.

—Glorioso, sin duda—declaró Vera.

—¡Y eso que aún no han visto nada!—exclamó Daniel, entusiasta. Entonces deshizo su abrazo y me tomó de la mano—. Adelante, les mostraré mi hogar en todo su esplendor y luego iremos con Iris. 


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Místicas Criaturas. El RefugioWhere stories live. Discover now