¿Sueño o visión?

862 224 71
                                    


Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

En esa ocasión mi sueño cambió

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

En esa ocasión mi sueño cambió.

Ya no me encontraba en la montaña, y nadie me perseguía. Estaba en ‹‹El Refugio››, en la misma cama donde me había quedado dormida.

Me sentía débil, exhausta. Sentía la presencia de un flagelo siniestro, silencioso, que absorbía mi energía poco a poco.

Isabel entraba al cuarto y se aproximaba hacia el camastro. Su rostro era un poco más joven, pero mantenía la misma sonrisa amable y mirada sincera.

Llevaba una charola en las manos, como de costumbre.

El aroma de los alimentos me revolvía el estómago.

La mujer notaba la mueca de asco y formulaba un gesto de preocupación.

—Por favor señorita, debe comer un poco o no podrá mejorar—Se sentaba a mi lado, colocando la bandeja en su regazo. A continuación, comenzaba a alimentarme, como si fuese una niña pequeña —. Su madre lo ha preparado para usted —decía. La infusión, de tinte morado, olía a hierbas—. Lo ha hecho con una receta especial que la ayudará a mejorar.

En ese punto del sueño, cuando Isabel mencionaba a Vera, comprendía que la que estaba en el lecho agonizando no era yo, sino Evelia. Sin embargo, yo me sentía ella.

Sin mayor protesta, abría la boca. La sopa traía algo de alivio. De forma intermitente, aquel virus misterioso lograba disiparse.

Entonces, el vaporoso humo que desprendía el caldo comenzaba a espesarse formando una bruma que se esparcía por el cuarto, hasta cubrir mi campo de visión. En ese momento la escena volvía a transformarse.

Me encontraba detrás se un biombo en el despacho de mi padre, Argos. Aún podía sentir la enfermedad arrastrándose sigilosa por mi sistema, pero seguía experimentando una relativa mejoría gracias a las medicinas que me había preparado mi madre.

Tenía un libro en mis manos, uno que estaba destrozando.

Mi padre y el Comandante Darius entraban al despacho.

Me detenía de pronto y contenía la respiración para que no oyeran. Por fortuna, no me habían visto, pero lo que decían no contribuía nada a mantenerme serena.

—La situación se torna cada vez peor ‹‹Mi Señor››— decía el lamebotas de Darius—. Me han llegado nuevos reportes de enfermedad en ‹‹El Refugio›› —Su tono de voz denotaba temor—. Thomas, el hijo de Castor, uno de los obreros del sector cinco, ha sido el primer niño de varios que han sido víctimas del misterioso flagelo.

—¿Podemos saber si el virus solo afecta a niños o jóvenes?—preguntaba Argos, quien se mostraba preocupado.

El Comandante negaba, decía que la enfermedad afectaba también a adultos. Su esposa estaba mostrando los mismos síntomas, y reacciones similares estaban presentando miembros de la servidumbre del palacio. Isabel llevaba días sintiéndose mal.

La mención de mi nana había provocado que un pequeño gritito se escapara de mis labios. Sonido que había sido captado por ambos hombres.

—¿Evelia qué haces aquí?—indagaba mi padre, tras correr el biombo. Sus temibles orbes viajaban al libro, cuyas marchitas hojas estaban dispersas por el suelo—. ¡Eres una niña muy desobediente! ¡Ni siquiera la enfermedad te detiene!—me reprendía —. ¿Quién te mandó a hacer eso? ¿Fue tu madre, verdad?

Yo, en el cuerpo de Evelia, sollozaba.

—No fue ella. Madre no sabe nada.

—¡No mientas!—gruñía mi padre—. Darius, encárgate de que mi esposa pague por la desobediencia de Evelia—ordenaba.

—¡No castigues a mi madre! Ella no me pidió nada, lo juro—suplicaba, mientras más lágrimas brotaban de mis ardidos ojos.

—Pero Señor...—replicaba Darius, y por un segundo me permití creer que saldría en mi defensa, pero me equivocaba —. ¿Qué pasará con mi esposa?

—¡Ya nos encargaremos de eso después! Ahora ve a hacer lo que te ordeno soldado —sentenciaba mi padre.

Después me dedicaba una última mirada glacial, mientras su mano, como plomo, se cerraba en torno de mi frágil brazo.

Sabía lo que venía a continuación. El castigo más atroz.

—¡No, por favor, padre! No me encierres otra vez. ¡No con él! —gritaba en vano. Mi voz era sofocada por la niebla, que una vez más nos envolvía, engullendo toda la imagen con sus etéreas fauces.

La escena cambiaba. Ya no estaba allí, al menos no de manera física. No sentía mi cuerpo, sino que presenciaba todo desde otro plano. Tenía la sensación de formar parte de la misma niebla, porque me sentía liviana y flotando.

Estaba muerta.

Podía ver mi propio funeral desde arriba. Me veía a mí misma, lívida y rígida, recostada en un ataúd abierto y rodeada con ramilletes de flores. El féretro reposaba sobre un mausoleo de mármol blanco, como si fuera un altar.

No había muchas personas en la sala velatoria. Pero distinguía bien a mi familia: a mi madre, cuya mirada estaba perdida, vacía y enrojecida por tantas lágrimas derramadas. Estaba del brazo de Isabel, que intentaba sostenerla para que no se desvaneciera, pues sus fuerzas se habían extinguido como mi propia vida. También estaba mi padre y mi hermano, en torno al ataúd. Ninguno lloraba, aunque en el semblante de mi padre distinguí un atisbo de tristeza, mientras que Jonathan, en cambio, esbozaba una sonrisa ladeada, apenas perceptible.

Sin embargo, mi madre había advertido el gesto y había tomado a su hijo por las solapas del traje de luto, sacudiéndolo, mientras vociferaba que él era el culpable de mi desgracia.

Era notorio que estaba atravesando una crisis nerviosa, ya que fueron necesarios dos guardias, además de la fuerza de mi padre, para separarla de mi hermano, cuya sonrisa se había borrado por completo, para ser reemplazada por una mueca cargada de rabia.

No lograba ver nada más. Un nuevo suceso se abría paso, de forma vertiginosa, cuando el torbellino de niebla aparecía.

En la sala velatoria yacía solo mi padre, de pie frente a mi ataúd. Sus manos estaban trémulas, su talante agotado, pálido. Algunas gotas carmesíes caían, como pétalos, sobre el mausoleo. Era sangre.

Darius emergía de las sombras y se acercaba hacia él, tendiéndole un pañuelo con el que mi padre limpiaba el flujo sanguíneo que salía de sus fosas nasales.

—Gracias, mi leal soldado—decía mi padre—. ¿Alguna noticia del ángel? Lo necesito más que nunca para hallar la fuente. Sin el agua...—Posaba su vista en el féretro una vez más. Darius negaba y los ojos de Argos se cargaban de sombras—. Sigan buscando, noche y día si es necesario, pero encuentren a esa maldita criatura. ¡No solamente soy yo! Todos corremos riesgo, incluida tu esposa. Que nunca se te olvide—recalcaba, antes de abandonar la sala.

En tanto, yo era arrastrada hacia el ataúd, junto con mi cuerpo inerte.

Entonces la tapa se cerraba sobre mí, de forma aprehensiva, sofocándome.

Místicas Criaturas. El RefugioWhere stories live. Discover now