Capítulo 1 "La magia del zafiro"

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Camille siempre se aseguró de jamás mentirse a sí misma, creía firmemente que no hay peor engaño que aquel que se hace uno mismo

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Camille siempre se aseguró de jamás mentirse a sí misma, creía firmemente que no hay peor engaño que aquel que se hace uno mismo. Por eso, jamás intentaba sobreponerse a una situación con palabras de ánimo en su cabeza, generalmente, cuando algo le desagrada, lo decía sin más y cuando está en una situación desagradable, maldice sin más, una y otra vez... En su mente, claro está, si había algo peor que mentirse a sí mismo es incomodar a los demás con una actitud hostil y haciendo evidente tu desagrado.

Por ejemplo, la situación actual de la joven: viajar en el transporte público atiborrado de gente a la hora pico.

Debido a un trabajo que debía entregar se quedó en la universidad hasta tarde y salió precisamente cuando las estaciones están a rebosar de personas, cuando ni un alfiler sería capaz de escurrirse entre la multitud y precisamente, una de las rutas más abordadas, era la que va en dirección a su casa del otro lado de la ciudad, por lo que, si la suerte iba de su lado, que no lo parecía, le tomaría poco más de una hora llegar y descansar.

Así que Camille se resignó, abordó el bus y evidentemente iba de pie, entre un hombre enorme que parecía desconocer lo que es un desodorante y una de las barras, de la cuál iba firmemente agarrada para evitar perder el equilibrio en los giros bruscos que los conductores hacían sin pensar que atrás llevaban personas, no bultos de carga, aunque en esta ocasión, pensó ella, seguramente no se movería mucho ante un giro, simplemente porque la cantidad de gente la mantendría en su lugar.

Faltando ya un par de estaciones para llegar a su vecindario, decidió bajarse, caminar le serenaría la mente y le impediría llegar con un humor de muerte a su hogar, no hacía falta más tensión en el ambiente de su casa.

Se quitó los audífonos y los guardó junto a su celular en la mochila, se recogió el corto cabello oscuro en una coleta, de la cual escaparon rápidamente muchos mechones y caminó, no con paso apresurado, pero sí al ritmo de un compás que tarareaba en su mente.

Ya había caído la noche, la luna estaba oculta tras una enorme cantidad de nubes que inundan el cielo, indicando claramente que más tarde llovería. De no ser viernes y que Camille tendría dos días libres de universidad por delante, la lluvia la habría puesto de peor humor, sin embargo, en este momento le agradecería al cielo si se apresurarse a llorar, eso la tranquilizaba muchísimo.

Pero, como hoy las cosas no le estaban saliendo nada bien a Camille, seguramente el cielo también negaría su petición, es más, seguramente ahora no llovería en absoluto.

Ella suspiró con cansancio y siguió caminando observando las nubes opacas, en la distancia vislumbró un resplandor repentino. Un rayo cayó e iluminó todo momentáneamente, recordó que cuando era pequeña solía fingir que controlaba el viento con un movimiento de muñeca, como si tuviese algún poder. Los días ventosos se pasaba horas en la ventana de su casa mirando como las hojas y los ramas de los árboles eran lanzadas de un lado al otro, incluso, en medio de una de las tormentas, el viento ocasionó que la rama de un árbol se partiera y cayera en su jardín con un estruendo. Ese día, ella pensó que era su culpa que el viento no se comportara y causara tal daño... Aunque solían ser otros tiempos, ahora en ningún lugar de su mente cabe tal idea fantasiosa.

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