Capítulo 4: ¿Qué ha cambiado?

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Observé mis aposentos con curiosidad, era mí lugar propio dentro de la mansión Ainsworth, en el que dormía cada noche desde el día de mi nacimiento, aun así, nunca le había prestado tanta atención como lo estaba haciendo en ese momento: las parede...

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Observé mis aposentos con curiosidad, era mí lugar propio dentro de la mansión Ainsworth, en el que dormía cada noche desde el día de mi nacimiento, aun así, nunca le había prestado tanta atención como lo estaba haciendo en ese momento: las paredes eran blancas con ciertos detalles dorados que hacían juego perfectamente con el candelabro de oro que pendía del techo iluminando el lugar, una enorme cama se encontraba en el medio de todo con una mesita de noche de color blanco a cada lado, a unos cuantos metros estaba un librero lleno de historias fantásticas. En un extremo del cuarto había un tocador en el que me maquillaba y peinaba todas las mañanas, en el lado contrario se hallaban unas puertas francesas que daban al balcón, el cual tenía una preciosa vista del jardín trasero.

Tras ese pequeño, pero profundo análisis de mi entorno me percaté de que no había cambiado mucho con el pasar de los años, pero, por alguna extraña razón se sentía completamente distinto. Más que causarme seguridad y tranquilidad, sentía que era un lugar caótico.

—¿Acaso será eso? —murmuré observando la silla de mi tocador, la cual se encontraba fuera de su lugar.

Me acerque hacia allí para acomodar el mueble correctamente antes de devolverme a donde me encontraba antes. No obstante, por más que observara el lugar me seguía evocando el mismo sentimiento que antes, sentimiento que de cierta manera empezaba a hacérseme conocido.

En ese momento caí en cuenta de algo muy interesante: mi habitación no fue la que cambio, quien lo hizo fui yo y mi manera de ver el mundo. No solo se trataba de este lugar, sino, de todo en el que ponía un pie, todos me hacían sentir insegura, pensaba que en cualquier momento pasaría algo terrible.

Hoy era el día en que iría a buscar el Gremel junto al equipo de operaciones especiales de papá, el riesgo de la misión me hizo pensar bastante en los cambios de los últimos días, pues este era el resultado de todo ello.

—Su alteza. —salí de mis pensamientos al escuchar como la condesa Privet me llamaba. —Su padre se encuentra esperándola en el vestíbulo —avisó luego de realizar una pequeña reverencia.

—Entiendo. —dije soltando un largo suspiro. —Vamos. —declaré girando sobre mis talones para salir de allí.

Camine junto a Alice hasta llegar a nuestro destino, al final de las escaleras estaba mi padre junto a los tres individuos de ayer, que, al igual que yo vestían completamente de negro. Aunque a diferencia de mi, en el lado izquierdo de su pecho pendía un broche dorado del escudo Ainsworth.

—Hija mía, oficialmente estarás al mando del equipo de operaciones especiales de la casa Ainsworth por el tiempo que dure la misión. —avisó papá una vez estuve parada a su lado. —Preséntense. —ordenó de forma seria y firme.

—¡Soy Anastasia Klaes! Espero que podamos llevarnos bien su alteza. —habló alegremente la única chica del grupo, aunque eso no era lo único que la hacía resaltar. Su apariencia era peculiar, su largo cabello ondulado de color castaño estaba recogido en una cola alta que permitía ver claramente sus heterocromáticos ojos verdes con azul, característicos de una raza que no era muy amigable para Eternea.

—Livius Mcbride, a su servicio. —dijo un hombre esbelto y bastante alto, de largo cabello blanco y unos cautivadores ojos azules a la vez que me guiñaba uno juguetonamente. A pesar de sus encantos, sus orejas puntiagudas llamaban más mi atención que su hermoso rostro.

Solo quedaba una persona por presentarse, aquel que ayer salió de improvisto tras mirarme como una presa, pero que ahora, parado delante de su equipo me miraba despectivamente con aquellos ojos dorados llenos de frialdad. Ahora su aura era firme y reflejaba superioridad, algo que combinaba muy bien son su semblante serio y apariencia.

—Mi nombre es Bhaltair Kendrick, capitán del equipo de operaciones especiales del ducado Ainsworth. —su gruesa y dominante voz retumbo en mis oídos al punto de que me estremeció un poco, no era nada parecida a la voz temblorosa que tenía ayer. —De ahora en adelante, nuestra lealtad y disposición queda con usted. —agregó luego de que todos se arrodillaran ante mí.

—Soy Castalia Ainsworth. Estoy agradecida de su colaboración. —me presenté llevando mi mano hasta mi pecho.

—Adelántense, quiero hablar a solas con mi hija. —dicha orden enunciada por mi padre fue rápidamente acata por los demás. —Tu rostro me dice que tienes unas cuantas dudas. ¿Me equivocó? —una risita se escapó de mis labios al escucharlo.

—O soy muy obvia, o me conoce demasiado bien papá. —bromeé mientras negaba con la cabeza. —Anastasia es una sirena, Livius es un elfo y tu principal guerrero es un hombre lobo que ayer parecía querer comerme y hoy me matara con la mirada. Confió en tus elecciones, no obstante, eso no quita que sea un grupo...Particular. —terminé mi explicación con algo de dificultad debido a mi búsqueda de palabras correctas.

—No puedo negarlo, cada uno de ellos califica perfectamente para ser un Negavit actualmente, aun así, me han servido por años con mucha lealtad. —afirmó el vampiro con un semblante lleno de calma. —Así que no los juzgues tan rápido, puede que si descubres sus historias te compadezcas de ellos tanto como lo hice yo en su momento. —sugirió sonriendo sinceramente antes de tenderme la mano.

—Tu siempre poniéndome pruebas. —me queje con cierta gracia tomándola.

Salimos de la mansión y nos detuvimos en la entrada en donde estaban dos autos que llevarían al equipo y a mí al aeropuerto. Pero, la única alma presente en el lugar era el licántropo de ojos dorados, quien me tendió su mano a la vez que abría la puerta del vehículo detrás de él.

—Cuida bien de ella Bhaltair. —mandó mi padre, aunque, de cierto modo se escuchó más como una petición.

—Sacrificare mi vida por ella de ser necesario señor. —replicó el nombrado agachando un poco su cabeza para rápidamente erguirse otra vez. Curiosamente, a pesar de verse bastante fastidiado con tan solo tenerme al lado, sus palabras sonaban muy sinceras.

—Nos vemos pronto hija mía. —se despidió mi padre apretando un poco mi mano, se veía triste.

—Nos veremos pronto papá. —respondí con una gran sonrisa antes de soltarlo y tomar la mano de Bhaltair. —Por cierto, cuando eso pase quiero que tomemos el té juntos en el gazebo del jardín trasero. —confesé dejándolo sorprendido por unos cuantos segundos.

No, aquello no era una despedida, era el anuncio de que volvería sana y salva, debía hacerlo a como dé lugar.

Ambos entramos al auto, al instante me percaté de que tan solo estábamos el chofer, el capitán del equipo de operaciones especiales y yo. Aunque el primero no era de mucha relevancia debido a que nos dividía una ventanilla polarizada, mí acompañante me ponía bastante incomoda, pues su actitud hacia mi no era la mejor.

Sin embargo, parecía que lo que le faltaba de mal carácter lo tenía de guapo: media aproximadamente un metro noventa, su cuerpo bronceado estaba bien marcado y su postura era elegante. Sus facciones eran bastante masculinas, pero combinaban perfectamente con sus profundos ojos dorados, su medianamente largo cabello negro y sus labios delgados.

—¿Hay algo que quiera decirme señorita? —la pregunta por parte del pelinegro me saco de mis pensamientos.

—¿Eh? Bueno, yo...—balbuce nerviosa. ¡Maldición! Me quede mirándolo por mucho tiempo. —Yo quiero darle las gracias por aceptar que usted y su equipo me acompañen a buscar el Gremel. —dije finalmente con una mueca algo extraña.

—No hay nada que agradecer, tan solo cumplo órdenes. —soltó Bhaltair secamente volviendo su mirada a la ventana.

Decidí no decir nada más, se notaba de lejos que tan solo el estar sentado junto a mi ya le hastiaba. Su silencio y presencia haría de este un largo viaje para mi.

La Bruja de Sangre.Where stories live. Discover now