❝ Y todos los caminos que tenemos que recorrer son tortuosos, y todas las luces que nos conducen allí nos están cegando.
Hay muchas cosas que me gustaría decirte,
pero no sé cómo❞
-𝐐𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨 𝐩𝐞𝐫𝐭𝐞𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫𝐭𝐞, 𝐆𝐫𝐚𝐧𝐠𝐞𝐫. 𝐄𝐧 𝐜𝐮𝐞...
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—¡No puedo hacerlo, no es mi varita!
Amelie de ocho años estaba arrodillada en el suelo terroso, con los ojos llorosos y una opresión en el pecho, mientras miraba fijamente aquella varita que no le pertenecía. Su abuelo la había obligado a usarla, debido a que quería mostrarle un duelo real, uno donde ella pudiera aprender a la mala manera.
—¡Levántate, ahora mismo! —gruñó Alphonse con fuerza.
—¡No puedo! ¡Odio mi magia! ¡No la quiero!
Alphonse soltó un gruñido que la hizo callar, se acercó hasta ella, para tomarla con dureza del mentón y obligarla a mirarlo.
—Deja de llorar, las personas fuertes no lloran, pelean... —susurro con los dientes apretados.
Amelie lo miro con terror, sin poder evitar mostrar sus emociones, por mas que no quisiera hacerlo.
—Lo... lamento... —balbuceó con voz entrecortada.
El hombre frente a ella la miro más molesto que nunca, se empujó hacia atrás para pasar su mano con frustración por su rostro.
—¡Eso no es suficiente! ¡Tienes que levantarte, Amelie! ¡Tienes que pelear! ¿Acaso te quedarás en el suelo, mientras otros te pasan por encima?
Amelie negó con cabeza, las lágrimas acumuladas en sus ojos caían más rápido que antes. Tomo la varita en el suelo y la apretó contra la palma de su mano.
—No, señor... pero tengo miedo ¿y si no puedo?
El hombre se detuvo unos segundos, la miro fijamente y le sonrió. El aire del lugar movía la hojas como fuerza y los cuervos que había en los árboles agitaban sus alas, entre ellos estaba Nyx, su futuro compañero.
Alphonse agitó su varita, la apunto hacia Amelie para indicarle con la misma que se levantara del suelo.
—Entonces te levantas. El miedo puede ser tu mayor fortaleza, solo si lo sabes usar.
Amelie asintió, se pasó la mano por sus mejillas manchadas de lágrimas y apretó la varita en su mano.
