Capítulos 16 y 17

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Lunes 26 de marzo de 2007, 19:35 - Contradicciones

Sorpresa. Sara me ha llamado hace un rato.

Es increíble cómo puede llegar a cambiar un día que ha empezado como el culo.

Sara... He preferido no escribir más sobre ella y sobre la noche en que la conocí para no crearme falsas esperanzas, a pesar de que aún permanecen frescos en mi mente el último beso que nos dimos al despedirnos y su imagen alejándose hasta perderla de vista entre la gente. La verdad es que no he dejado de pensar en ella. Pero tengo miedo. Vale, es hora de confesarme: al pensar en una posible nueva relación, no puedo evitar pensar en Susana. Hace dos años y tres meses que me dejó por otro. Un tipo con un buen trabajo, ambicioso, y con los pies –supuestamente– en la tierra. Después de seis años se dio cuenta, repentinamente, de que no estábamos hechos el uno para el otro, y dos semanas más tarde ya estaba instalada en el piso del otro. Ahora está embarazada de seis meses y es feliz.

En cambio, yo no lo he superado aún. No sé si estoy preparado para empezar de nuevo. Susana me destrozó por completo e incineró los restos de lo que yo era, dejando que el viento dispersara luego las cenizas. Me he sentido perdido desde entonces. Hundido y humillado. Solo.

Hasta ahora.

Creo que este don, estos poderes que me hacen distinto, son una especie de señal. Ha llegado la hora de que tome las riendas de mi vida y haga algo. Por mí y por los demás.

Así que mañana he quedado para comer con Sara. Dice que tiene una sorpresa para mí.

Cuando ha sonado el móvil hace un rato creí que sería Rafa. O mi madre. Estaba totalmente convencido de que no volvería a ver a Sara, tanto que ni pensé en esa posibilidad. Cuando una mujer te dice que ya te llamará es mala señal, por bien que te parezca que ha ido todo. Pero estaba equivocado. Y me alegro. Creo que esta chica es distinta de todas las que he conocido.

Aun así, hay algo que me preocupa, que me reconcome por dentro. No sé si es justo dejar entrar a alguien en mi vida en este momento tan extraño.

Sé que me adelanto a los acontecimientos pensando en estas cosas, pero no puedo evitarlo. No sé qué pasará mañana, o pasado. Puede que me metan en prisión por asesinato la semana que viene. O puede que realmente me esté volviendo loco y esté imaginando todo. Puede que incluso Sara sea producto de mi imaginación.

Lo que hoy escribo certifica mis dudas, mi incertidumbre. Mis propias contradicciones me están acorralando.

Quizás debería ir al médico, como me han recomendado. Puede que esté teniendo alucinaciones a causa de las pérdidas de sangre. Esta tarde he vuelto a sangrar bastante.

Creo que esta noche me costará dormirme otra vez. Mierda.

Martes 27 de marzo de 2007, 16:12 - Cita con Sara

Estoy que no me lo creo. Estas cosas sólo pasan en esas películas sensibleras que les gustan tanto a las mujeres. Y que yo no soporto, por cierto.

Sara me ha pasado a recoger por la calle Valencia –cerca de donde trabajo– a eso de las dos del mediodía. Al verla girar la esquina el corazón se me ha acelerado y, cuando me ha reconocido y me ha sonreído, casi se me sale del pecho. Ha caminado deprisa hacia mí y al llegar me ha plantado en los labios el beso más dulce que soy capaz de recordar. Me he sentido flotar y me ha venido a la mente la típica escena de dibujos animados en que al protagonista le salen dos pequeñas alas en la espalda y empieza a elevarse en el aire sin darse cuenta. No quiero imaginarme la cara de gilipollas que se me ha debido quedar en ese momento.

Mientras íbamos hacia el lugar donde comeríamos –un restaurante de comida casera muy bueno–, me ha preguntado entre risas si me había sorprendido su llamada de ayer.

Me gusta lo directa que es y la facilidad con la que me deja descolocado. No estoy acostumbrado a estar con alguien que diga lo que piensa sin importarle quedar bien o mal, pero me encanta. Es raro que una persona se muestre espontánea, tal cual es, desde el primer momento, aunque viéndola dirías que para ella es lo más normal del mundo.

–Eres la última persona que esperaba que me llamara –le he contestado. Se ha reído y a los pocos pasos se ha parado en la acera al llegar frente al restaurante. Me ha mirado a los ojos cuando me he girado hacia ella y ha preguntado, tranquilamente:

–¿Cómo no iba a llamarte después de la mejor noche que he vivido?

Me he quedado sin habla, no sabía si hablaba en serio o bromeaba. Si se trataba de lo primero era demasiado bonito, y cualquier cosa que dijera estaba seguro de que no estaría a la altura, y si se trataba de lo segundo... Como ya he dicho, no estoy hecho a estas situaciones. He conseguido esbozar una sonrisa después de unos segundos, en los que las dudas han intentado amotinarse y tomar el control, y la he besado de nuevo. Luego hemos entrado.

Conocer a una persona tan directa, sincera, espontánea y entusiasta me plantea un reto que no sé si estoy capacitado para afrontar. Deseo en lo más hondo estarlo. Pero sinceramente, no lo sé.

Con Sara me ha ocurrido algo que hacía muchísimos años que no experimentaba: hemos conectado. Desde el primer momento en que se cruzaron nuestras miradas en la discoteca se creó una conexión entre los dos que no sé bien cómo explicar. Aquello que surge cuando te presentan a alguien y parece que os conocéis de toda la vida. Y aflora una complicidad que va más allá, en la que con sólo una mirada, un roce, puedes comunicar mucho más que con palabras.

Y eso me lleva al reto al que me refería: ¿cómo ocultarle lo que me sucede? Y, si no se lo oculto, si decido contárselo todo antes de que la cosa vaya a más, ¿me creerá? ¿Me tomará por loco? ¿Me temerá?

Reflexionaba sobre esto mientras esperábamos el primer plato y ella estaba en el baño. Tan absorto estaba en mis pensamientos que no me he dado cuenta de su regreso, y su voz me ha hecho regresar al planeta Tierra:

–¿Estás preparado para la sorpresa?

He asentido, desconcertado, y luego he recordado que ayer me habló de una sorpresa. «Adelante, sorpréndeme», he pensado, divertido.

–Quiero que la semana que viene te vengas conmigo de acampada.

Lo ha soltado así, tal cual. Podéis imaginaros cómo me he quedado: a cuadros.

Desde siempre me ha gustado ir de acampada. Desde bien pequeño mis padres me apuntaron a un centro excursionista y hacíamos salidas cada mes, y después he seguido yendo siempre que me ha sido posible, aunque cada vez menos.

He observado su sonrisa perfecta durante unos segundos y me he dado cuenta de lo mucho que me apetecía ir. Tenía pensado quedarme trabajando en Semana Santa, aprovechar para adelantar faena, pero... «Al carajo el trabajo», he pensado, y le he dicho que sí. No podría haberme dado una sorpresa mejor.

Además, me servirá para desconectar realmente de todo. Cuando volvamos ya me plantearé qué hago con mis migrañas, las hemorragias y los poderes.

Lo malo ahora va a ser la espera. ¡Dios, qué semana más larga me espera!

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Hoy me ha pasado algo muy bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora