Capítulos 49 y 50

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Domingo 22 de abril de 2007, 23:48 - Juan Blanco

Vino a mí en plaza Catalunya, como había dicho «La Voz» que haría. Apareció cuando el reloj marcó la medianoche.
Apenas dos minutos antes había cruzado la plaza un grupo de chavales, pero en ese momento estaba totalmente desierta, cosa extraña siendo sábado. Las farolas iluminaban el lugar por encima de los árboles.
De repente alguien posó una mano sobre mi hombro desde atrás y di un respingo. Me hallaba en el centro mismo de la plaza; debía haberlo visto venir o, como mínimo, haberlo oído aproximarse.
Me volví, dispuesto a enfrentarme a lo que me encontrara y apretando los puños inconscientemente. Por un instante pensé en Perro Negro, pero no era él quien estaba frente a mí. Era un hombre mayor, de rostro arrugado y mortalmente pálido, y pelo completamente cano. Sus ojos azul hielo se posaron en los míos y tuve la impresión de que ya le conocía. Vestía un traje anticuado totalmente blanco que hacía juego con su larga cabellera, y en la mano izquierda sostenía un delgado bastón de metal.
–Hola Daniel, soy Juan Blanco –dijo, rompiendo el tenso silencio con una voz suave, ligera, que inspiraba confianza–. He venido a ayudarte, a enseñarte. A mostrarte quién eres hoy y quién serás mañana. Soy tu guía a través del nuevo camino que se te presenta.
«Al fin respuestas», recuerdo haber pensado en ese momento, a pesar de encontrar demasiado grandilocuente su discurso de presentación. Juan Blanco habló de nuevo, y por sus palabras supe que podía leer la mente como «La Voz»:
–No tengo todas las respuestas, pero sí algunas, en efecto. El resto te serán reveladas a su debido tiempo. Ahora, si eres tan amable, haz el favor de seguirme. Éste no es lugar seguro –me agarró del brazo y cruzamos bajo los árboles hasta la parte exterior de la plaza. Cuando estuvimos junto a las escaleras que llevaban a la calle, se detuvo frente a una de las gárgolas de piedra que descansan sobre el pasamanos y alzó el bastón de metal, cuya empuñadura se iluminó hasta cegarme.

La canción Hoy ya no estás aquí, de Il Divo, sonaba cuando recuperé la visión. Ya no estábamos al aire libre. Juan Blanco se hallaba a unos metros de mí, hojeando un libro junto a un viejo escritorio abarrotado de tomos de aspecto antiguo y lo que parecían varios pergaminos enrollados. Nos encontrábamos dentro de una vieja y enorme biblioteca, iluminada tenuemente por lámparas de un cristal amarillo que dotaban de calidez al lugar.
Juan Blanco alzó la vista del libro y dijo, mirándome:
–Poca gente sabe de la existencia de este lugar, y menos son los que han podido entrar.
Luego, extendiendo los brazos de un modo bastante teatral, añadió:
–Bienvenido a la Biblioteca Invisible, Daniel.


Lunes 23 de abril de 2007, 10:10 - La Biblioteca Invisible

–Aquí se reúne todo el conocimiento que existe sobre nuestra civilización –dijo Juan Blanco, caminando a mi lado. Gigantescas estanterías nos flanqueaban, fundiéndose en las sombras que crecían a lo lejos y sobre nuestras cabezas. Aquella biblioteca parecía el sueño febril de un aficionado a la lectura con todo el tiempo del mundo–. Aunque, Daniel, aquí no encontrarás ningún libro de historia que puedas comprar en una librería, ni ninguna biografía autorizada de los grandes hombres y mujeres que se supone cambiaron o influyeron en el devenir de nuestra historia.
»Ésta es la cuna del conocimiento de los eternos perdedores, de los pobres y de los perseguidos. De los incomprendidos tomados por locos. En resumen, Daniel, aquí está la historia inalterada, tal como realmente fue, cruda y sin aderezar.
Asentí sin comprender qué tenía que ver aquello conmigo mientras mis ojos seguían ocupados leyendo los títulos de los lomos a medida que avanzábamos, buscando alguno que reconociera. ¿Cómo podía ser verdad lo que decía? ¿Cómo habían podido mantener aquello oculto tanto tiempo?
–Sé paciente, Daniel, pronto comprenderás –dicho esto se detuvo y sacó un voluminoso tomo, de aspecto muy antiguo, de un estante. Me lo mostró: el título estaba en latín, grabado en letras doradas casi ilegibles.
»Confesiones de Pedro –tradujo Juan Blanco para mí. Nunca había oído hablar de él, así que me limité a encogerme de hombros–. En este texto se basan tanto el Nuevo Testamento como la actual Biblia, aunque prácticamente todo lo que hay aquí escrito fue eliminado y sustituido. Lo único que ha llegado hasta nuestros días es la Primera Epístola de San Pedro, la carta bíblica dirigida a «los desconocidos diseminados por el extranjero», aunque con algunos cambios, como por ejemplo las palabras «vida santa», inexistentes en el texto original.
»Pedro empezó a escribir sus andanzas junto a Jesucristo de Nazaret luego de renegar de él, arrepentido y sintiéndose culpable por su cobardía. Gracias a él hoy sabemos que Jesús no era hijo de Dios, sino de un hombre común, como él mismo, un humilde carpintero, hasta que un buen día despertó cambiado, dotado de unos poderes inexplicables. Como tú, Daniel, y como tantos otros a lo largo de la historia. Gente que intentó cambiar el curso de los acontecimientos, marcar la diferencia, y que fueron perseguidos, asesinados y olvidados. Según este texto, Jesucristo sería el primero de nosotros del que se tiene constancia escrita, aunque es de suponer que muchos de los nombres que conocemos y que atribuimos a dioses o guerreros legendarios fueran también hombres como él.
Yo guardaba silencio, escuchando e intentando asimilar lo que me estaba contando. Nunca he sido una persona religiosa, y me considero agnóstico desde que tengo uso de razón, pero cuando llevas unas semanas haciendo uso de unos poderes sobrehumanos, cuando alguien a quien nunca has visto te habla directamente a través de la mente o te transportan de un lugar a otro en una milésima de segundo, empiezas a creer que todo es posible por inverosímil que parezca. Pero aquello ya era demasiado, sentí que el cerebro me iba a estallar. La realidad entera parecía estar quebrándose a mi alrededor. De repente me daba la sensación de que todo lo que conocía era mentira.
–Tómate tu tiempo, Daniel –dijo Juan Blanco, y su voz me tranquilizó un poco–. Tienes mucho en lo que pensar y sé que estás cansado. Vuelve a casa y relájate. Descansa mañana y piensa en lo que te he contado. Cuando estés preparado volveremos a vernos y empezaremos con tu entrenamiento.

Lo siguiente que recuerdo es despertarme en mi cama al día siguiente. El reloj despertador marcaba las 17:03. Al principio pensé que todo había sido un sueño muy real, pero al salir al comedor vi el libro sobre la mesa, junto a la carta de los juzgados que aún no había abierto.
Me tomé un vaso de leche con Nesquik y me volví a la cama.

No me he despertado hasta esta mañana para ir a trabajar. Creo que nunca había dormido tanto.

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Hoy me ha pasado algo muy bestiaWhere stories live. Discover now