Capítulo 57

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Martes 1 de mayo de 2007, 14:30 - Primera fase

Aquellos hombres tenían cuernos y en lugar de hablar balaban. Corrían por calles estrechas, empinadas, flanqueadas por altos edificios grises, y al encontrarse cara a cara cruzaban aquellos enormes cuernos de carnero en combate singular.

 Así comenzó mi aprendizaje hace ya unos días, cuya primera fase ha terminado hoy. Estoy agotado, tanto que no puedo dormir, y eso que desde el pasado viernes no he dormido ni un minuto, así que escribiré hasta caer rendido.

Lo primero que he hecho hoy al llegar a casa ha sido llamar a Sara, y luego a Rafa. No han sabido nada de mí desde el viernes, cuando les advertí de que podía estar varios días sin dar señales de vida. Juan Blanco había sido muy vago en sus predicciones, por lo que en el momento de hablar con ellos no tenía ni idea del tiempo que me iba a llevar aprender todo lo que tenía que enseñarme. Me había dejado muy claro que dependía de mí.

 Mañana cenaré con Sara, y el jueves he quedado con Rafa, que llamará a Xavier y nos veremos en el Menta Negra, para variar. Es lo que tiene vivir en un pueblo de mierda con un solo bar decente.

Aquella noche, al salir del cine, caminamos hasta el metro sin decir una sola palabra. Yo intentaba asimilar lo que había visto; entender aquella rareza y además captar la relación que podía tener conmigo, con Juan Blanco y con el entrenamiento que supuestamente había empezado ya. No me atreví a preguntar al despedirnos, y él tampoco dijo nada, se limitó a sonreír. Cuando crucé la barrera de entrada al metro y me volví para verle, él ya no estaba, ya había desaparecido.

 Más tarde, ya en casa, soñé con cabras que tenían cabeza de hombre, que hablaban en lugar de balar, y que trabajaban en una enorme oficina que no parecía tener fin. Fue un sueño bastante inquietante, que además no me ayudó a comprender una mierda.

El viernes, al salir del trabajo, Carmen contactó conmigo para indicarme el lugar de mi próximo encuentro con Juan Blanco. Mi maestro me esperaba frente al Museo de Ciencias Naturales, en el parque de la Ciutadella, a las diez de la noche.

 Tuve el tiempo justo de ir a casa, darme una ducha rápida, cambiarme, llamar a Sara para decirle que tenía ganas de verla y hablarle brevemente del inicio de mi entrenamiento y volver a Barcelona.

 Me bajé en Arco de Triunfo y caminé por el paseo hasta la entrada del parque. Entonces, frente a las enormes puertas de hierro negro que me impedían el paso, recordé que lo cierran a las nueve, por lo que tuve que saltar la valla que lo rodea después de asegurarme de que no había nadie cerca. «Empieza bien la noche», pensé.

Llegué a la entrada del museo dos o tres minutos más tarde y allí estaba él, esperándome. Por primera vez había prescindido de usar sus trucos de «magia», lo que contribuyó a enfatizar aquella sensación que había crecido en mi interior, a lo largo del día, de que aquella noche empezaba realmente el entrenamiento. Sin mediar palabra hizo un gesto para que le siguiera y acercándose a las puertas del museo sacó de su nívea chaqueta un manojo de llaves, y escogiendo una de ellas al azar –al menos, ése fue el efecto que me dio– nos abrió paso al interior.

 –Hace unos años trabajé aquí –fue la respuesta a mi pregunta no formulada–. Y tranquilo, no te he leído la mente, simplemente he observado la expresión de tu rostro –añadió. Su sonrisa paternalista y a la vez misteriosa, y sus deducciones siempre acertadas, empezaban a molestarme.

 Nos adentramos escaleras abajo en el edificio, prácticamente a oscuras. Mientras descendía tenía la sensación de que desde la oscuridad nos observaban enormes esqueletos de dinosaurios, rarezas genéticas conservadas en sus botes de formol y animales disecados, todos ellos agazapados en las sombras a la espera de un anhelado retorno a la vida que nunca llegaba. Sólo me libré de ella cuando llegamos al final de las escaleras y Juan Blanco volvió a sacar las llaves y abrió otra puerta.

 –Aquí es donde empieza tu entrenamiento –dijo, señalando la completa oscuridad que había al otro lado–. Debes entrar ahora. Yo entraré detrás de ti en un minuto.

Desde que entré en aquel lugar hasta que salí han pasado tres días y cuatro noches, aunque a mí me han parecido tres meses por lo menos. No he comido, ni bebido, ni dormido, y apenas he podido pensar en nada que no fuera lo que allí sucedía. Esta mañana, cuando al fin hemos salido, Juan Blanco me ha dicho que ya estoy listo para la siguiente fase, pero me ha dado unos días de descanso.

 Ahora mismo no me siento preparado para describir todo lo que he experimentado. Aún estoy procesándolo. Ni siquiera tengo claro dónde he estado metido. Eso sí, a pesar del cansancio, me siento más fuerte y capaz que nunca.

Creo que es el momento de irme a la cama. A ver si consigo dormirme.

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Hoy me ha pasado algo muy bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora