Capítulos 52 y 53

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Martes 24 de abril de 2007, 10:51 - Puto Chaikovski

Esta noche he tenido un sueño de esos que te dejan hecho mierda.

Avanzaba junto a alguien por unas catacumbas lóbregas, húmedas, iluminando nuestros pasos con una antorcha. Las sombras temblaban, y avanzaban y retrocedían a nuestro alrededor, como animales que no parecían decidirse entre el miedo y la curiosidad.

Ecos de una radio mal sintonizada llegaron de repente a nuestros oídos desde las distintas galerías que se perdían en la distancia, arrastrando hasta nosotros los compases de El Cascanueces, apagando nuestros gritos y los de la persona que esperaba ser rescatada. Sabíamos que gritaba desde un lugar cercano, pero el estruendo provocado por la suite de Chaikovski nos impidió localizarla.

Una sensación de pérdida siguió a la de impotencia, y entonces el que me acompañaba se volvió hacia mí con lágrimas en los ojos. Reconocí a Juan Blanco cuando dijo en un murmullo:

–La hemos perdido, Daniel. Hemos llegado tarde.

Repentinamente, los túneles por los que caminábamos se encontraron totalmente inundados, y me vi a mí mismo flotando en medio de la gran masa de agua helada, aguantando la respiración. Intenté moverme, buscar una salida a ciegas, impulsándome con torpeza al ritmo de la música, que debajo del agua sonaba más fuerte. Vi luz a lo lejos y buceé hacia ella, y al acercarme los vi.

Primero vi a Sara, luego a Rafa y a Xavier, y después a mis padres. Finalmente flotó junto a mí un hombre de uniforme. Todos flotaban en el fondo, rígidos, muertos, y se mecían con suavidad mientras me miraban reprobadoramente con aquellos ojos sin vida, haciéndome responsable de aquella desgracia.

Abrí la boca para gritarles que yo no tenía la culpa, pero una tromba de agua bajando por mi garganta me lo impidió, ahogándome.

Súbitamente he despertado, cubierto de sudor y respirando con dificultad. Algo líquido, pegajoso y oscuro manchaba mis manos, mi rostro y las sábanas. Otra maldita hemorragia, he deducido segundos después, al recobrar la conciencia de dónde estaba. He vuelto a dormirme sin hacer el menor intento de ir a lavarme.

Al despertar esta mañana casi me muero del asco.

Miércoles 25 de abril de 2007, 10:10 - Reunión

Ayer quedé con Sara, Rafa y Xavier, para hablar de mis encuentros con Juan Blanco y Perro Negro. Sara me pasó a buscar por el trabajo y nos volvimos juntos desde Barcelona. Habíamos quedado con mis amigos en el Menta Negra, cómo no.

Lo de quedar con ellos e involucrarlos todavía más no sé hasta que punto será buena idea. La pesadilla de hace dos noches aún sigue fresca en mi memoria, y tiene toda la pinta de ser una especie de sueño premonitorio o una advertencia, aunque también pudo ser algo más sencillo: la manifestación subconsciente de mis miedos más profundos. El doctor Freud tendría algo que añadir a eso, y con seguridad sería algo relacionado con algún tipo de abuso que debí padecer en mi infancia.

El caso es que la teoría de la premonición no se sostiene. Mis poderes son de otro tipo, así que decidí aparcarla.

Además, llegué a la conclusión de que no podía seguir guardándome todo aquello para mí, era demasiado grande. Y es que, ahora más que nunca, necesito segundas, terceras e incluso cuartas opiniones. Necesito ver la escena desde todos los ángulos posibles.

–Pues vaya lío –dijo Xavier cuando terminé de relatarles lo sucedido estos últimos días. Sólo había dado dos sorbos a su zumo desde que había empezado la reunión, una hora antes.

–Es una decisión importante la que tienes entre manos –añadió Rafa, luchando por arrancar la etiqueta de su botella de cerveza.

–Por eso os he reunido a todos hoy. No tengo ni puta idea de qué hacer. Cualquiera de los dos podría estar mintiendo.

–O los dos a la vez –murmuró Sara. Levanté la vista hacia ella frunciendo el ceño. No había contemplado aquella posibilidad.

–¿Y si te lo montas por tu cuenta? Creo que yo, en tu situación, pasaría de los dos... Puede que tardes más en dominar tus poderes, pero eres un tío inteligente. No necesitas a un Morfeo.

Las palabras de Xavier habían dado en el clavo. Juan Blanco se me había aparecido en el momento adecuado, representando fielmente el papel de tutor. ¿Pero aquello dónde deja a Perro Negro? ¿Cuál es su papel? Lo único que tengo claro es que se conocen entre ellos, y que no son amigos precisamente.

Rafa habló de nuevo:

–Suponiendo que Perro Negro diga la verdad y que Juan Blanco sólo quiera utilizarte como a un simple peón, ¿por qué no sacar provecho de ello?

Los tres le miramos en silencio, esperando a que continuara exponiendo su idea. Él, sabiendo que había captado nuestra total atención, se lo tomó con calma. Dio un par de tragos a su Voll-Damm, se aclaró la garganta y continuó allí donde lo había dejado:

–Es bien sencillo. Reúnete con él y aprende todo lo que puedas, a la vez que nos mantienes informados de todo. Alguno de nosotros se dará cuenta si algo cambia, si las cosas empiezan a torcerse o a oler mal. Cuando llegue ese momento te diremos: hasta aquí, Dani, y tú deberás hacernos caso –mi mejor amigo miró a Sara y a Xavier, y ellos asintieron. Luego, los tres pares de ojos me miraron a mí con convencimiento–. Te pararemos a botellazos si hace falta –bromeó Rafa, intentando suavizar algo la situación–, pero no cruzarás esa línea invisible que puede llegar a convertirte en el Darth Vader del siglo XXI, eso tenlo por seguro.

Nos relajamos totalmente tras esa última frase, riéndonos con ganas, y Xavier pudo al fin darle un tercer trago a su zumo antes de levantarse y desaparecer en dirección a los lavabos.

–Una última cosa –dijo Rafa un minuto después–. No le hables al viejo de Perro Negro. No la cagues con eso. Pase lo que pase, no le hables de él.

–Creo que puede leerme la mente, tío.

–Entonces no pienses en él mientras estés en su presencia.

–Piensa en mí, bobo, y en aquello que tanto te gusta que te haga... –añadió Sara, sonriendo picaronamente. Rafa y yo nos miramos, rojos los dos como tomates. Nos habíamos quedado sin palabras.

–¡Hablaba de los pastelillos de chocolate, guarros! –replicó ella, tratando de mantener la compostura, aunque no pudo contener una carcajada final.

Nos dio un ataque de risa que duró hasta que Xavier volvió del baño. Se quedó mirándonos sin entender nada y luego, sin venir a cuento, añadió:

–¿Sabéis que eso de que Jesucristo fue el primer superhéroe de la historia ya lo había pensado yo hace años?

Las risas se convirtieron en carcajadas estentóreas, los estómagos empezaron a dolernos y las lágrimas caían imparables por nuestras mejillas. Xavier empezó a reírse también, supongo que por pura inercia.

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Hoy me ha pasado algo muy bestiaWhere stories live. Discover now